CAPÍTULO 1

3.3K 92 1
                                    

Primera Parte

Bala perdida

Bostezo, estiro los brazos y abro los ojos. Recorro la enorme habitación con la mirada y me incorporo al sentirme momentáneamente desubicada.
-Estoy en casa.- murmuro mientras me aparto el pelo de la cara.- Hogar, dulce hogar.
Llegué anoche de Madrid, donde he terminado la carrera de Ciencias Químicas en la Complutense. Ya estoy licenciada y ahora toca descansar el verano antes de meterme de lleno en el mundo laboral.
He recibido una oferta para entrar de becaría en una empresa farmacéutica de la capital, pero echaba de menos mi tierra, mi Valencia, ¡amunt Valencia!, y he decidido rechazarla para buscar algo por aquí. Sé que el tema laboral está muy difícil con la crisis y que lo más probable es que debería haber aceptado la oferta, pero soy buena, muy buena, y sé que encontraré algo cerca de casa.
Aparto el cómodo edredón y saco las piernas de la cama. Mi cuarto es tan grande como el piso de tres habitaciones que compartía en Madrid con Cayetana y Aurora.
Papá siempre me ha mimado y consentido demasiado, puede que sea por la falta de madre, que falleció durante mi parto por una cesárea problemática.
Dispongo de un generoso baño privado con ducha y bañera de hidromasaje, un enorme vestidor lleno a rebosar de ropa, calzado y complementos, un precioso y bien surtido tocador que ya lo quisiera cualquier estrella de cine, una zona de relax con su cómodo sofá azul cielo en forma de "L" y un par de puffs morados, televisión de plasma, escritorio con ordenador de última generación, y un generoso balcón con vistas a los jardines delanteros de la Villa.
El despertador luminoso en forma de cubo rosa, que tantas mañanas me ha despertado en Madrid, marca las diez de la mañana. Me levanto y marcho al tocador.
-Dios mío, qué pintas tengo.- musito cuando me siento frente al espejo.
Mi melena castaña parece un matojo, mis ojeras cada día están un poco más marcadas y hacen que mis ojos marrones parezcan tristes.
Cojo el cepillo y me peino como si me fuera la vida en ello, debe quedar los más liso posible. Después me pongo una crema de día en la cara y tras colocarme bien el pijama amarillo de verano, abro los dos pares de ventanas que dan al balcón y salgo.
El cielo está completamente azul y sin nubes, el sol calienta y brilla en todo su esplendor, y apenas corre una suave brisa que se asemeja al roce de una dulce caricia.
Delante de mis ojos, hectáreas de un hermoso y muy cuidado jardín que rodea todo el caserón, y un ancho camino de piedra que llega desde la verja de entrada a Villa Victoria.
Mi habitación está en la segunda planta y centro de la residencia. Me apoyo en la barandilla de piedra color arena y miro hacia abajo, donde veo a dos empleados en seguridad de mi padre que vigilan el perímetro armados.
-Lo dicho, hogar, dulce hogar.- susurro irónica.
Levanto la vista hacia la azotea del tercer piso y veo a otro empleado de seguridad.
Resoplo, niego con la cabeza y regreso al interior de mi habitación.
Tras una relajante ducha, me visto con unas mallas color crema, una camisa blanca, botas planas hasta las rodillas de cuero marrón y me sujeto el pelo en una coleta.
Todavía tengo las maletas sin deshacer y la habitación está un poco caótica, pero ya se encargará una de las chicas del servicio de ordenármela. Espero que sea Graciela, que deja todo a mi gusto.
Salgo de mi cuarto y pongo los ojos en blanco, asqueada, cuando veo a dos tipos de seguridad flanqueando mi puerta. Visten de negro como todos, son enormes y van armados. El jefe de seguridad de mi padre cruza el pasillo horizontal y corro hacia él.
-¡Mylo!- lo llamo.
Lleva con papá muchos años, desde que vino de Bulgaria allá por el año dos mil, y ya han pasado trece.
Es altísimo, algo así como dos metros quince, fuerte como un toro, cerca de los cuarenta pero más bueno que dos de veinte, moreno rapado, ojos grises peligrosos y se ve a la legua su aura extranjera.
Cuando voy a dar la esquina, él aparece como un rayo y casi me empotro contra su pecho. La verdad que no me importaría, aunque es como darte contra una pared.
-¡Uy, qué te como!- exclama sonriente.
¡Dios, qué sonrisa! Creo que siempre he estado un poco colada por él. Río y meneo la cabeza.
-Oye Mylo, ¿es necesario eso?- comento señalando a los dos gorilas que custodian mi cuarto.
-Ya sabes cómo es tu padre.
-Sé cómo es, lo sé muy bien.- murmuro enfadada.- Pero odio sentirme como en una cárcel.
Mylo asiente y apoya una de sus enormes manos en mi hombro.
-Veré lo que puedo hacer.
-Gracias. Ahora voy a verlo, ¿sabes dónde está?
-Reunido en su despacho.
-Genial.
Camino por el pasillo, deslizando la mano por la brillante barandilla de madera y bajo las escaleras de dos en dos. No me gusta ver por casa a los miembros de seguridad, da la sensación de que estuviéramos en peligro constante.
Cuando me cruzo con las chicas del servicio, me abrazan felices de volver a tenerme en casa, especialmente Graciela, dominicana de sesenta años que lleva toda la vida en casa y siempre me ha tratado como a una hija.
Mylo me sigue hasta el despacho y cuando intento entrar, uno de los chicos de seguridad me lo impide, colocándome una mano en el hombro.
-El señor Cabello está reunido.
-Soy su hija.
-Sé quién es, señorita, aun así deberá esperar.
Miro perpleja a su jefe.
-Éste es nuevo, ¿verdad?
Mylo asiente y sonríe divertido. Sabe qué viene ahora.
Cojo la mano del tipo y se la retuerzo hasta que cae de rodillas ante mí. Después clavo el pulgar e índice en su tráquea y me inclino para que me vea bien.
-Nunca, jamás, me digas lo que puedo o no puedo hacer.
Lo suelto y lo tiro a un lado para acto seguido cruzar la puerta con un orgulloso Mylo tras de mí. Él me enseñó a luchar y todas las llaves que conozco.
Mi padre, Alejandro Cabello, siempre trajeado, siempre afeitado, siempre bien arreglado su pelo carbón; es un hombre importante y respetado en su gremio. Un gremio del que no soy partidaria y que provoca una lucha en mi interior. Por un lado no estoy orgullosa de que sea uno de los mayores traficantes del país y por otro lado, adoro y venero a mi padre. Padre que no se ha vuelto a casar después de morir mamá hace veintitrés años.
Está sentado en la presidencia de la mesa ovalada de madera, acompañado por otros cuatro señores que se dedican a lo mismo que él solo que a menor escala. Clava sus ojos marrones en mí y se levanta sonriente.
-Buenos días, princesa. Caballeros, les presento a mi hija, Camila, acaba de llegar de Madrid.
Rodeo la mesa mientras sonrío y saludo educada a sus invitados. Cuando llego hasta él, rodeo su cuello con mis brazos y le doy un beso en su suave y afeitada mejilla.
-Buenos días.- le digo.- Solo venía a saludarte, no te molesto más.
Mi padre es alto, cerca de uno noventa, me saca unos veinte centímetros, y aunque parezca delgado, tiene mucha fuerza. Doy fe de ello ya que he sido testigo, aunque él nunca lo sabrá, de cómo le partía el brazo a un camello de barrio por intentar chulearlo. Nadie tima a "el monarca de la costa blanca" como lo apodan los que lo conocen.
-Cada vez te veo más hermosa, Camila.- comenta uno de los hombres.
Mi padre lo mira y yo también. Es Román Sorel, alias "el camaleón", y lo conozco de la cantidad de veces que ha estado en casa.
Tiene la edad de mi padre, no llegará a los cuarenta y cinco, no es tan alto como papá pero sí mucho más fornido, moreno engominado, bronceado y con aires chulescos debidos a las largas temporadas que pasa en Italia.
-Bellisima principessa.- piropea en italiano conforme inclina la cabeza.
-Gracias, señor Sorel.
Vuelvo a mirar a mi padre y le sonrío. Él me aprieta la mano.
-¿Vas a ir a montar a caballo?- susurra.
-Sí.- asiento ansiosa.
Me giro hacia el resto de hombres.
-Caballeros, no interrumpo más. Buenos días.
Suelto a mi padre y me dirijo a la salida del despacho donde se encuentra Mylo de pie. Le guiño un ojo y salgo. Él cierra la puerta y se queda dentro acompañando a mi padre.
El tipo de seguridad que se encuentra fuera y que antes he tratado duramente, me mira con recelo. Así aprenderá que si debe temer a mi padre, a mí mucho más.
Recorro los largos y anchos pasillos de la Villa hasta llegar a la enorme cocina. Adela se encuentra allí preparando los ingredientes de la comida que hará hoy. Es un cielo de mujer y me recuerda muchísimo a la Juani de la mítica serie Médico de Familia.
-Buenos días, chiquilla.
-Buenos días.
-¿Qué quiere desayunar mi angelito? Dímelo que te lo preparo en un santiamén.
Abro la gran nevera y cojo la jarra de zumo de naranja para servirme un vaso.
-Con un café con leche me vale, gracias.
-¿Solo eso?
-Sí, debo guardar la línea que estamos en la operación biquini.
-¡Ay, pero que tonta!- exclama.- ¡Si te estás quedando en los huesos como nuestro señor Jesucristo!
Rompo a reír por lo exagerada que es.
-¿No quieres un pedazo de coca de llanda? Está recién hecha.
-¡Uff, no! De verdad, Adela, con el café me vale y me sobra.
Me termino el zumo y me siento en la mesa de madera a esperar el café.
La mujer se mueve acelerada por la gran estancia y una vez me sirve la taza de café, continúa con sus labores.
Dos chicos de seguridad hacen acto de presencia en la cocina y al verme parecen relajarse.
-¿Queréis algo, muchachos?- pregunta Adela.
-Tranquila, nosotros nos servimos.- responde uno de ellos.
No venía por aquí desde hacía dos navidades, las últimas fue papá quién marchó a Madrid a pasarlas conmigo, y el verano pasado tampoco vine porque pasé la mitad en Madrid con mis abuelos maternos y la otra mitad en las Canarias con mis compañeras de facultad.
El caso es que exceptuando a Mylo, al resto de chicos no conozco. No me gusta que estén aquí, no me gusta que me sigan y controlen, y en definitiva, no quiero confraternizar con ellos.
Los dos cogen unos botellines de zumo de la nevera y se acomodan junto al mostrador, al otro lado de la cocina. Los ignoro y miro al exterior, a través de los ventanales.
¡Qué ganas tengo de ver a Júpiter!
Me termino rápidamente el café y antes de poder dejar la taza en el fregadero, Adela me la quita de las manos.
Paso por delante de los chicos sin mirarlos y salgo de la cocina, dirección entrada principal. En cuestión de segundos los tengo detrás, pero como he hecho siempre, intento ignorarlos a todos.
Salgo al exterior y cierro la puerta tras de mí, en sus narices, solo por joderlos, odio que me sigan. Bajo el par de peldaños de piedra y continúo por el sendero de gravilla hacia la izquierda de la gran casa, hasta la construcción de cemento que hay a unos quinientos metros.
Llego a los establos y entro corriendo en busca de mi precioso corcel marrón.
-¡Júpiter!- lo llamo cuando me acerco a su cuadra.
Él relincha, mueve las crines y yo río.
De un cubo de la entrada cojo una manzana y tras partirla por la mitad, se la tiendo a mi precioso caballo. Lo tengo desde hace seis años y antes solía salir mucho a cabalgar con papá, hasta que su pobre Rino, un precioso caballo árabe, negro azabache, falleció de una enfermedad rara.
Tras las caricias que hago a Júpiter, los mimos que parece querer él, y comprobar que está en perfectas condiciones, preparo la montura y lo saco del establo. Una vez en el exterior, monto sobre él.
-Javi, vete a buscar el Jeep.- dice uno de seguridad a su compañero.
-¿Qué vais a hacer?- me entrometo mosqueada.
-Debemos ir con usted, señorita.
-De eso nada, ya soy mayorcita y solo voy a dar una vuelta por los alrededores de la Villa. No necesito escoltas.
-Es una orden.- explica el tal Javi.
Tiro de las cinchas de Júpiter y éste se levanta sobre las patas traseras durante unos segundos. Cuando vuelve a bajar las delanteras, los señalo con el dedo.
-La orden queda anulada. Ya hablaré con mi padre y con Mylo.
Golpeo levemente con los talones a mi caballo y éste empieza a andar en dirección a la salida de la Villa. Los chicos siguen caminando a mi lado.
-De acuerdo.- acepta el anónimo.- Vuelva en una hora o iremos a buscarla.
-¡A mí tú no me das órdenes!- alzo la voz.- ¡Regresaré cuando me dé la gana!
Reitero los golpes con los talones y Júpiter empieza a trotar suavemente. Cuando llego a la verja, gesticulo con la cabeza al tipo que está dentro de la garita y éste me abre la barrera de metal, no muy convencido.
Villa Victoria se encuentra a las afueras de Benifaió, un precioso pueblo que se encuentra a unos veintiséis kilómetros de Valencia capital, y camino con Júpiter
lentamente por el arcén de la calzada para que sus pezuñas no sufran.
-Buen chico.- digo mientras le froto las crines.
Cuando entramos en el campo que colinda con la Villa, empezamos a trotar y después a cabalgar como hacía tiempo.
-¡Guau!- chillo eufórica.
Es una auténtica gozada montar sobre un animal como éste. Siento la libertad y diversión que experimenta Júpiter, y eso me encanta.
No sé cuanto tiempo paso a lomos de mi bello corcel, pero me pasaría todo el día, trotando, galopando por los verdes campos. Qué maravilla y qué placer.
Cuando iniciamos el camino de regreso, lo hacemos relajadamente y disfrutando de las vistas, pero un chirrido de ruedas llama mi atención.
Por la carretera que pasa junto a la Villa circula un todoterreno negro a gran velocidad y tomando las curvas peligrosamente. A un par de kilómetros de mi casa, observo que se abre una de las puertas traseras y cae algo al asfalto. El coche sigue circulando sin detenerse y yo azuzo a Júpiter para cabalgar y ver qué es lo que han tirado.
-¡Soo Júpiter, soo!- le detengo mientras tiro de las cinchas de cuero.
Lo que ha caído del coche y se encuentra en la cuneta de la carretera, es nada más y nada menos que una chica no mucho mayor que yo, golpeada e inconsciente.
-¡Joder!
Azuzo a Júpiter y salimos raudos al galope hacia la Villa. Cuando llegamos a la barrera de entrada, detengo al caballo y llamo al vigilante de la garita, que no tarda en venir al escuchar mis gritos.
-¿Qué ocurre?
-¡Avisa a Mylo, dile que venga con el Jeep por la carretera y que lo espero a un par de kilómetros hacia el sur! ¡Deprisa!
Dicho esto y sin decir nada más, regreso al galope con Júpiter hasta el lugar donde está la chica inconsciente.
¿O estará muerta?
Bajo del caballo y sin soltar las correas, me agacho hasta la joven. Con mano temblorosa, coloco los dedos índice y corazón en su cuello en busca de pulso.
¡Está viva!
-Oye.
La agarro del mentón para ver si reacciona, pero no es así y me doy cuenta que a pesar de la sangre, el ojo hinchado, las brechas... es una chica muy guapa. ¡Caray!
Escucho el motor del Jeep y me levanto para hacerle señas. No viene solo, mejor, necesitará ayuda para meterla dentro del coche.
-¿Qué ocurre, Camila?- pregunta alarmado mientras salta del Jeep.
-Mira lo que hay aquí.- señalo.
Mylo y los otros dos chicos se acercan.
-¿Está muerta?- pregunta el jefe.
-No. Vi que la tiraban desde un coche. Un todoterreno negro que circulaba a mucha velocidad.
-Parece un ajuste de cuentas.- comenta Mylo.- Deberíamos dejarla aquí.
-¿Qué? ¡No podemos hacer eso!- exclamo.
-Camila, no podemos llamar a la policía.
-¡Eso ya lo sé!- gruño asqueada por el tipo de vida que llevo cada vez que vengo aquí.- Si te he llamado es para que la llevemos a casa, allí la curaremos.
-¿Estás loca? Ni siquiera sabes quién es o porqué motivo está donde está.
Suelto una carcajada sarcástica.
-¿Estás planteándote dejarla aquí tirada, medio muerta, solo por el tipo de vida que puede llevar? ¿Tú?
Mylo me mira con el ceño fruncido. Sé que le he dado un golpe bajo, pero no debería darme lecciones de moralidad.
Subo de nuevo encima de Júpiter y miro a los tres empleados de mi padre.
-Súbanla al Jeep.- finiquito y es una orden.
Mylo hace un gesto a sus subordinados y los tres cogen a la chica de la cuneta. Viste un desastroso pantalón vaquero, una camiseta que fue blanca en su día y no lleva ni calzado.
-¡Con cuidado!- pido.- Bastante destrozada está ya como para que le rompamos algo más.
Cuando veo que la chica está casi dentro del coche, regreso veloz a la Villa.
-No cierres la puerta que ahora vienen con el Jeep.- le digo al tío de la garita.
Troto con Júpiter hacia un par de hombres de seguridad y bajo de un salto.
-Llévenlo al establo.
Beso a mi chico en el morro, entrego las cinchas de cuero a uno de ellos y corro hacia casa.
Nada más entrar, localizo a Graciela y le pido que una de las chicas prepare una habitación para una muchacha que hemos encontrado herida y que ella llame al doctor Martínez, buen amigo de mi padre, para que venga lo antes posible. Después me dirijo al despacho de papá a paso acelerado. El tío de seguridad que sigue en la puerta me mira serio, pero esta vez no pone impedimentos. Ha aprendido la lección.
-El próximo viernes estará aquí, es de muy buena calidad.- comenta papá.- Traed el dinero y se os entregará.
-¿Papá?- lo llamo asomando la cabeza.
-¿Sí?- se yergue para mirarme.
-Necesito hablar contigo un momento.
-Disculpadme, no tardo.- dice a sus invitados.
Se levanta de la mesa y viene a la puerta.
-¿Va todo bien, cariño?
-Sí. Escucha papi.- me pongo melosa para ablandarlo un poco.- A la vuelta de mi paseo a caballo he presenciado algo inaudito. He visto como tiraban a una chica de un coche en marcha.
Papá clava su oscura mirada en mí y me pongo nerviosa pensando en la negativa.
-Está muy mal herida y he hecho que la traigan a casa.- comento del tirón.
-Camila.- resopla.
-Lo sé, papá, pero no podía dejarla ahí tirada. Te prometo que me encargaré de ella, que no se enterará de nada y cuando esté recuperada se irá.
Papá sonríe y me coge la cara entre sus manos.
-Mi dulce ángel.- susurra y me besa en la frente.- Por tu bien, y el de ella, que no se entere de lo que pasa en casa.
Asiento feliz por la aprobación.
-Llama a Julián para que venga a verla.
-Ya se lo he pedido a Graciela.- contesto.
-Vale, luego pasaré a verla.
Me estiro para darle un beso en la mejilla y cierro la puerta del despacho. Cuando llego a la entrada, Mylo y los chicos la están subiendo por las escaleras.

Bulletproof Romance (camren gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora