Sábado

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Un sábado fue cuando nos volvimos a encontrar.
Era casi media noche, a lo mejor un poco más tarde. Yo acababa de cerrar unos... negocios, con quienes tú ya sabes, e iba camino a casa.

No llevaba ni unos cuantos pasos fuera del viejo callejón cerca del Cozy Bear cuando escuché a mis espaldas un grito estruondoso que me erizó la piel. Instintivamente, me giré sobre mi hombro, buscando de dónde provenía aquel alarido.

Estaba muy oscuro, pero no fue precisamente esa la razón por la que me tomó algunos segundos de discernimiento reconocer tu rostro, sino que habían pasado ya cuatro años desde la última vez que nos habíamos visto, y encontrarte ahí, a esa hora, en ese lugar, cuando hasta entonces creía que estabas en alguna otra ciudad haciendo tu vida por tu cuenta... Francamente me descolocó entero.

Aquellos primeros segundos de confusión hicieron que solo te viera a ti, pero entonces noté a las otras dos figuras que te acompañaban. Eran dos hombres, y ambos intentaban acorralarte. Agudicé la vista en un intento de verificar si se hallaban armados, pero en su lugar, reconocí sus caras. Se trataba de dos miembros inferiores de la red en la que solía trabajar. Poco importantes en la pirámide de poder, y por ende, bajo mis comando. Naturalmente, usé esto a mi favor.

Crucé rápidamente el oscuro callejón y alcé la voz, ordenándoles que te soltaran. No fue hasta que se dieron cuenta de que quien hablaba era yo que dejaron de mofarse de la situación. Corrieron espantados como las ratas que son cuando cayeron en cuenta de quién se habían estado burlando, y yo me acerqué a preguntarte si estabas bien.

Te veías sorprendida de verme, y por supuesto que uno de tus primeros comentarios fue sobre lo mucho que había cambiado. ¿Por qué todo el mundo estaba tan obsesionado en remarcar aquello? Sí, me había hecho algunos agujeros en las orejas de los que mis padres no estarían especialmente orgullosos, y había cambiado de peinado, pero seguía siendo el mismo Nathaniel.
Tú, por otro lado, sí que habías cambiado. Siempre habías sido hermosa, eso es un hecho, pero la adultez sí que te había favorecido. Tu piel, ya sin rastro de las cicatrices del acné propio de la adolescencia, lucía clara y brillante. Hermosa. Tanto que estuve tentado de estirar mi mano para comprobar si seguía siendo tan suave como la recordaba. Tu cuerpo, esbelto y tonificado, más desarrollado que cuando teníamos 18, denotaba que hacías ejercicio. Tu pelo, largo y brillante, del mismo negro azabache de siempre, se veía sano y cuidado. Me pregunté si aún olería a coco y vainilla como ese shampoo que usabas en el instituto. Y por último, tus ojos, siempre tan grandes y expresivos, brillaban bajo la luz del único farol amarillento que apenas y ayudaba a iluminar un poco el callejón. Habían perdido ese brillo infantil, pero seguían igual de verdes y profundos que siempre. Te habías convertido en una auténtica mujer. Y qué mujer.
Por poco y me hiciste olvidar todo lo que había sufrido por ti. Por poco, pero no.

Tenía problemas más importantes por aquel entonces que reencontrarme de improvisto con mi ex, así que opté por agilizar el asunto. Recuerdo que fui un poco antipático contigo aquella primera noche, y realmente lo lamento ahora. En mi defensa, me hallaba en uno de los capítulos más oscuros de mi vida. Y ya sabes que no ponía mucho esfuerzo en consolidar lazos con nadie, más bien todo lo contrario.

Te acompañé a tu dormitorio, de mala gana, y luego te despedí en la puerta, sin pensar que pronto volverías a formar parte importante de mi vida con tu imperiosa necesidad de rescatar a todo el mundo.

En ese entonces no sabía lo valioso de lo que tenía delante, y creo que un poco del rencor que te tenía por haberme dejado todos esos años atrás cumplió su parte en mí queriéndote alejar lo más posible. Pero tú, testaruda como siempre, insististe en quedarte a mi lado.

Hoy no podría estar más agradecido de ello, y de todo lo que hiciste por mí.

last kiss • nathanielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora