11. Heridas contra esperanzas.

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Crystal

A ratos el mundo se me hace demasiado grande. Siento que ninguna de mis piezas encaja correctamente en él, pero tampoco hago el más mínimo intento por cambiarlo. A pesar de eso, prefiero el vacío que hay en mi mente que caer en el mismo olvido al que he tirado la mayor parte de mi vida.

Puede parecer estúpido, pero a veces alejo la alegría de esos momentos tratando de no perderme al pensar que jamás volverán. Eso me ha mantenido un poco mejor cuando ni la música me devuelve el aire.

-Crystal, cariño, hace un rato llamó una amiga tuya.

Las palabras de mamá son más audibles según llega a la terraza donde tiene tiempo que estoy sentada, absorta en los pensamientos que quiero alejar, en el mundo que los aproxima.

Me tiende una taza de té, supongo que para contrarrestar el frío del ambiente e intentar dar calor a mi espíritu taciturno. Logro agarrarla sintiendo la cálida sensación en las palmas descubiertas.

-Sabes que no quiero hablar con nadie. ¿Acaso no te das cuenta?

Me irrita el simple hecho de que alguien llame. Sé que muchos lo hacen por lástima, dando condolencias como si hubiese muerto, y eso aumenta mi molestia.

Ella se sienta en el sillón de al lado y deja salir un suspiro pesado, de esos que se van cargados de emociones y te dejan el alma vacía.

Recuerdo haber suspirado así muy pocas veces antes de que mi vida se torciera, solo cuando discutía feo con Mitch o Anya sobrepasaba mis límites. Pero ahora plagan de tristeza mi día a día.

-Sí entiendo eso Crystal, pero no puedes cerrarte al mundo como si todos te hubiesen hecho daño. -Cierro los ojos mientras retira mechones rubios de mi rostro, es tan relajante apreciar el roce de sus dedos-. Eso no te hace ningún bien, cariño. Ahora solo deberías encontrar una salida hacia la felicidad, no formas de hundirte aún más en el dolor.

Por un momento creo sentir una línea curva en mis labios que desde hace tiempo solamente dibujan signos de menos, sumando más disgustos a la interminable colección.

Quisiera decir que no sé por qué, pero sí lo hago. Es fugaz, es intenso, es mío. El instante en que decido pensar que no todo se quedó detenido en mi vida, que las esperanzas no son solo sustantivos abstractos, porque mi madre siempre puede regalarme un poco más de ellas.

Bebo un sorbo de la vasija en mis manos y rápidamente la alejo de mí.

-Está muy caliente.

Soplo varias veces sobre la taza hasta que consigo terminarme todo su contenido. Es reconfortante sentir la calidez recorrer mi garganta y asentarse en el estómago unos minutos. Podría volver a sonreír, pero no lo considero tan indispensable.

Casi olvido el tema, hasta que mamá vuelve a hablar. Siempre me ha gustado su voz, de las que se escuchan demasiado tiernas cuando intenta ser agradable, de las que se vuelven firmes al reclamar el deber.

-Le dije que dormías y que intentara luego. -No digo nada, así que los argumentos no tardan en su afán de convencerme-. Si sirve de algo, la chica ha insistido mucho en hablar contigo desde ayer en la tarde.

-Ya, vale, ¿quién era? -No sueno para nada emocionada o impaciente por escuchar su respuesta.

-Elisa. Creo que es la misma que llamó hace unos meses, cuando ganaste aquel concurso, ¿recuerdas?

Elisa. Elisa llamó.

Al escuchar solo el nombre, quedo totalmente paralizada. El resto de las frases desaparece antes de llegar a mis oídos. No puedo creer que haya llamado, pero mamá no ha de notar la mezcla de sentimientos que acabo experimentando en un segundo. Esos mismos que creía haber perdido para siempre, y que solo una persona los hace menos efímeros de lo que han sido esta vez.

Voces de Cristal  (M.D.R.#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora