Egoísmo.

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Scaloni se encargó de pagar otras noches en el hotel donde se hospedaba con su selección. Sinceramente, nada de esto le sentaba bien.

Sí, Lionel era buena persona, pero, ¿por qué quería que se quedara? Él tiene pendientes que realizar, como ver si firmaba nuevamente con su club o surgía otra oferta, mejor que la del America.

Ahora, estaba sin salida, abandonado por el director de su selección, en un continente que ni conocía del todo. Deslizó las yemas de sus dedos, sobre la gran sabana de la cama, era diferente a las que tuvo en la primera habitación, se notaba el nivel de lujo.

¿En serio pagaron tanto para él?

Subió la manga de su bata blanca, miró su brazo izquierdo, la marca que el Tata le había dejado seguía ahí, ahora inflamada.

Sus ojos se llenaron de lagrimas, las cuales se tragó, mirando hacia el techo, no quería llorar por esto, no podía permitírselo, pero, entonces, ¿por qué?

¿Si quiera había un porqué para esto?

Su teléfono se prendió por el movimiento, puesto que Memo se había dejado caer al colchón, miró la hora de reojo, suponiendo que sus compañeros ya estarían en México en camino a sus hogares.

Se perdió en sus pensamientos, que no notó que su móvil había sonado 2 veces seguidas, hasta que por fin pudo ser consciente de la vibración que este emitía, despertándolo del todo. Tomó entre sus manos el delicado aparato, y contestó sin fijarse en el identificador.

Esperó hasta que hubiera un respuesta. —¿Halo? ¿Memo?

Esbozó una enorme sonrisa, reconociendo de quien se trataba, después de todo no estaba abandonado.

—¡Lozano! Dios, ¿cómo estás? —pausó. —¿Cómo están todos? —corrigió, no quería verse egoísta preguntando solamente por él.

—Caramba, más bien, ¿cómo estás tú? Te desapareciste en el aeropuerto, y el maldito de Tata no nos quiso decir sobre ti. —habló preocupado y con cierto coraje en su tono. Memo torció la boca.

Tata no les quiso contar cuando tenían derecho a saber, es como si se tratara de un asesino ocultando a su víctima frente a sus familiares.

—Me quede.

Lozano hizo un quejido confuso —¿quedarte? —preguntó.

—Tata quiso que me quedara, con la selección Argentina. —explicó, dejando aún más confundido a su compañero.

—¿Tú?, ¿con la selección argentina? ¿Acaso te naturalizaste?

—¡No! Digo, ni yo sé porqué, solamente pasó y no pude si quería evitarlo, no quiero que me veas mal, sabes que amo a mi país, y... —Empezaba alterarse.

—Memo, quiero que te calmes, y me cuentes bien todo lo que sucedió, y lo que crees para que sucediera eso.

Suspiró, buscando aliviarse. —Bien... Bueno, yo, le acepte una salida, o, ¿cita? a Lionel.

—¿Messi? ¿Lionel Messi?

—Si, el mismísimo. Y bueno, solamente nos vimos esa vez, y cuando nos íbamos de partida, llegó rogándome con que me quedara... —Corto, no quería continuar.

—¿Tata te obligado a quedarte? —Una Pregunta inofensiva, pero para él era de todo, menos inofensiva. No respondió, dando por sentado que así fue.

—Mira, Memo, puedo sacarte de ahí, solamente dime si es lo que quieres.

Realmente deseaba salir de ahí, pero había algo que no lo dejaba, cada que se la volvía a pensar, recordaba la mirada angustiada del argentino cuando le rogaba para que se quedase con él.

Ojos Abiertos |En edición| Donde viven las historias. Descúbrelo ahora