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De pequeño solía pensar que todo era posible. Creía que podía volar y que el mundo era un lugar de ensueño  porqué la magia existía... Pero algo pasó: crecí.

Sin darme cuenta, había dejado atrás la niñez y empezaba a ver la realidad.  Al mayor entendí que al contrario de lo que creía, la vida no es un cuento de hadas. Cada vez más, me debatía entre creer eso o ver la realidad, pero sin embargo, la razón ganó a la fantasía. El único parecido que hay entre un cuento y la realidad son los lobos del camino que lo único que quieren es verte tropezar y caer. No les interesa que triunfes en nada de lo que hagas. Quieren tener poder sobre ti para que no puedas romper ninguna norma establecida en esta encorsetada sociedad en la que vivimos. Hay que andarse con cuidado, nunca sabes quiénes pueden ponernos obstáculos y quiénes no... Y después todavía quedan los peores, los lobos con piel de cordero.

Es triste, pero nuestro mundo funciona así. Muchos lobos y pocas hadas madrinas.

Por suerte, yo encontré a la mía. Bueno, en realidad ella me encontró a mí. No era un hada madrina como esas que aparecen en los cuentos que te transforman una calabaza en carroza para que no tengas que ir a pie, si no que fue como un ángel de la guarda. Alguien que, con su magia, me ayudó a levantarme y estuvo ahí para mí. Ella me demostró que todo era posible si creía en mí. Ella creyó en mí cuando yo no lo hice, estuvo a mi lado sin importar qué, me enseño que realmente era posible volar. Y créeme, no hay día en el que no se lo agradezca. Ha sido una parte muy importante en mi vida.
A día de hoy, soy lo que soy gracias a ella. De verdad, gracias.

 

Doblé el papel que llevaba entre manos desde hacía rato y lo metí dentro de una botella de cristal que después arrojé al mar. Sabía que las olas la guiarían hacía ella. Estaba convencido que sabría lo mucho que le estaba agradecido.

Suspiré, miré el mar por última vez y antes de irme susurré ante la inmensa masa de agua:

― Gracias, Lindsey.

Vuela altoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora