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A pesar que todavía la mayoría de mis días seguían siendo negros como el carbón, Lindsey conseguía ponerles un poco de color. Después mucho tiempo las cosas parecían ir bien, a excepción de algo que empezaba a perturbarme.

La primera vez no le di importancia, pero el fenómeno empezó a volverse repetitivo. Al principio no me asusté. Fui un día a comprar, como en cualquier otra ocasión, y vi un extraño hombre delante del monumento a la resistencia de la ciudad. Iba vestido de una forma muy llamativa a la que no le di importancia, de hecho, ya que pensé que era algún tipo de espectáculo callejero. El hombre estaba plantado en medio de la acera observando con detenimiento a los transeúntes, pero en cuanto se fijo en mí, parecí convertirme en su próximo objetivo. Desde entonces no dejó de seguirme con la mirada, incluso cuando salí de la tienda seguía allí como si estuviese esperando alguna cosa. Me echó una mirada que me estremeció de pies a cabeza. Me estremecí e intenté caminar como si no pasara nada, pero al andar en dirección a casa el transeúnte lo hizo también. Iba paralelo a mí pero desde la otra acera. Me entró el pánico cuándo vi que se disponía a cruzar la carretera, pero segundos más tarde pensé que todo debían ser alucinaciones mías, ya que entró en el coche de otra persona y ambos se fueron a toda velocidad. Sacudí mi cabeza pensando que no era nada, pero en ese momento no sabía lo equivocado que estaba. Ese no había sido un hecho aislado, ni mucho menos. De hecho, a las pocas semanas, empezó a volverse recurrente. Parecía que ese hombre y otros como él estaban en todos los lugares.

El verdadero cambio empezaba entonces.

Durante una tarde, cuando todavía hacía buen tiempo, Lindsey y yo estábamos tumbados en el césped observando el cielo. Mirábamos las nubes pasar cuando de repente, ella empezó a hablar.

― ¿No te parece increíble?

― ¿El qué? ― La miré confundido.

― El mundo. Nos preocupamos por cosas muy banales, queremos y creemos ser grandes seres cuando en realidad somos bastante insignificantes. Mira hacia arriba. A tu cabeza se extiende un infinito cielo azul que compartimos con otros varios millones de personas. Todos ellos con sus sueños y deseos. Todos quieren luchar, y no todos por cosas espectaculares. ¿Sabes por qué? Porqué el mundo no solo necesita a esas personas que consideramos las mejores por hacer "grandes" cosas, si no que funciona a partir del trabajo en las "pequeñas" cosas de miles de personas. Somos una pequeña existencia en este planeta. Somos un suspiro en medio de un lugar dónde hay mucho más de lo que vemos y creemos... ― Esa última frase me sorprendió. No la entendí muy bien, así que fui a preguntar sobre esta, pero Lindsey volvió a hablar.

― ¿Ves esa nube que tiene forma de pájaro? Acaba de ser testigo de nuestra conversación, y ahora tal vez sea testimonio de otra muy distinta. Pero nosotros podemos estar pendientes de otros, no podemos estar pendientes que nos consideren buenos. Lo importante es lo que nosotros creamos, que nosotros luchemos. No importa cuando, pero sabemos que debemos. Tú... ¿tú que querías hacer con tu vida hace algunos años?¿Querías estudiar económicas como haces ahora? Si tuviera que apostar por una respuesta, pondría la mano en el fuego a que la respuesta es no... ― Mentiría si dijera que no me sorprendieron sus palabras.

Mmm... no. Tienes razón. Yo... yo de pequeño quería ser cocinero... ― Contesté bajando el tono de voz en la última palabra.

― ¿Enserio? ¡Eso es genial! ― respondió emocionada.

― Sí. Me encantaba mezclar ingredientes, combinar olores, crear sabores, experimentar con todo lo pudiera...

― Pero entonces... ¿Cómo es que estás estudiando empresariales? ¿Por qué hacer algo que no te hace feliz? ― Cuestionó sorprendida.

― Convertirme en cocinero profesional no sería buena idea. Es difícil ser un chef reconocido. Si no lo consigues tienes que pasar toda tu jornada esclavizado en una cocina de mala muerte durante muchas horas que incluyen fines de semana y festivos sin excepciones. Además, si un chico cocina es más propenso a recibir burlas... ― Lindsey se incorporó para contestar y yo hice lo mismo en cuanto volví a escuchar su voz.

― Ese es un pensamiento un poco antiguo, ¿No crees? Además, ¿nunca te has fijado en que los mejores chefs son hombres? Hombres que han trabajado duro por cumplir sus sueños, por cierto. Eso es admirable.

Respecto al resto de tus razones, que por supuesto no las acepto como justificación, todo en esta vida tiene su sacrificio. Deberías empezar tú también a hacer algo. ¿Por qué no te apuntas al concurso de cocina del súper? Sí... Ya sé que es muy cutre, pero por algo se empieza, ¿no?

― Sí, supongo... Pero... ¿Seguro que es buena idea?

― Segurísimo. 

Pero desgraciadamente no fue así. Fue una experiencia horrible. El concurso fue unas semanas después y terminó en completo desastre. No solo no gané, sino que además terminé profundamente humillado por críticas totalmente destructivas y gente intentando que cayera con feos comentarios con el propósito que tropezara. Y tropecé. Sentía rabia, me sentía como un completo inútil. Odiaba no poder ser el mejor en algo en lo que realmente quería hacer. Y cometí un error. En lugar de utilizar ese fracaso para avanzar, pagué mi enfado con la única persona que se preocupaba por mí. La única persona que me apoyó desde el primer momento.

Cuando el concurso terminó, con toda su buena intención se me acercó para animarme.

― Has estado muy bien. Aunque no hayas ganado lo has hecho genial. El plato tenía muy buena pinta, seguro que estaba muy rico... La próxima lo harás mejor.

― No. No habrá próxima vez.

― ¿Cómo que no? ¡No lo has hecho tan mal! ― Que intentara animarme hacía que me enfuriara aun más.

― ¡Ha sido horrible! ¿Es que acaso no has oído lo que me han dicho? Estás sorda ¿o qué? Nunca seré bueno para esto, nunca seré un buen cocinero. Nunca destacaré, nunca seré el mejor. ― Estaba alterado y empezaba a notarse en mi tono de voz.

― Sí. Lo he escuchado. Y solo ha sido un comentario. Vale, tal vez no ha sido la forma más correcta de decirlo, pero no debes tirar la toalla solo por unas palabras de alguien que va con esos aires... Estoy segura que si luchas y no te rindes las cosas cambiarán. Y tú serás un magnifico chef. Cuando esto pase se arrepentirán y tendrán que tragarse sus palabras. Y tú por fin estarás bien y llegarás a la luz del fin del túnel. ― A pesar de sus buenas palabras y su sonrisa para animarme yo no podía pensar con claridad. Y la emprendió con un alto tono de voz.

— La gente no cambia, ¿Sabes? Y menos de un día para otro... ¿Sabes lo que se siente al desear cada fin de año que el siguiente sea totalmente distinto? ¿Que todo vaya bien? ¿Que las cosas cambien al fin? Pero todo sigue igual... Sigo siendo un transeúnte de puntillas por la vida. Un mero espectador que se limita a permanecer estático mientras todo cambia mientras todo avanza... mientras todo cambia mientras tú sigues igual... parado en medio de la vida esperando que el teléfono suene aunque sabes que nunca lo hará. Y cuándo lo hace nunca es para ti, porque a nadie siquiera le interesa saber cómo va todo. Nadie se va a alegrar nunca por algo que yo haga, porqué nunca voy a hacer nada en esta vida. ¡NADA! ¿Me oyes? Y esto no cambiará por mucho que tú lo digas. Estoy harto de tus constantes intentos de ánimo. ¡No sirven para nada! Solo me hunden aún más. Estoy harto de todo esto y harto de ti. Mi vida era mucho más fácil cuando tú no estabas en ella. Era consciente de que era una mierda, pero no tenía a nadie intentado animarme y por tanto recordándomelo cada minuto. Si no te importa, querría que salgas de mi vida. No quiero verte más. No quiero saber nada de ti ni de tus patéticos intentos por animarme. Se acabó. Adiós. ― Tras esto, me di media vuelta y me alejé de ella. Pero no sin antes ver tristeza en su cara. Pero no podía tragarme el orgullo. "Las cosas son mejor así." Pensé.

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