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Hubo un tiempo en el que ni siquiera quería levantarme de la cama. Cada día era una nueva tortura. Me paseaba por las calles cual alma en pena, amargado, sin ilusiones, sin nada por lo que luchar. Me había cansado. Ya no quería trabajar para ser el mejor, solo buscaba pasar de puntillas por la vida rápidamente hasta que la muerte viniese a buscarme. Y si el destino quisiera, sería pronto. Nada tenía sentido, era como si me hubiesen arrancado de cuajo las ganas de vivir.

Fue en uno de esos monótonos días grises cuando conocí a Lindsey. En un día en el que todo era igual que en el anterior. Era otoño y creo que estaba un poco soleado, cosa que no puedo afirmar por mi apática actitud de ese entonces en la que nada valoraba. Salía de clases y volvía a casa, arrastrándome solo por las calles llenas de gente. Ella salió, de improviso, en una esquina y chocamos.

  Al principio me miró sorprendida. Luego, hizo algo que parecía una mueca de pena. En ese momento lo interpreté como un gesto afligido, por haber tirado mi carpeta al suelo, haciendo que se esparcieran todos los papeles. Algunos de ellos, incluso, se ensuciaron de tierra. Me ayudó a recogerlos y después habló en una dulce voz:

― Lo siento, no fue mi intención. De verdad que me siento mal por haber echado a perder algunos de tus papeles. ¿Podría compensártelo de alguna forma? ¿Invitándote a un café, tal vez? ―Asentí levemente. No me importaban para nada mis apuntes pero por algún motivo, su cálida sonrisa me convenció para aceptar su propuesta. No parecía alguien peligroso. Pero si lo era me daba igual lo que pudiese hacerme, no sería peor que mi sufrimiento.

―Soy Lindsey, por cierto. ― Me dijo tras tender su mano. Le di un apretón y contesté:

― Mike.

― Encantada, Mike. ― me respondió con una sonrisa. En ese momento pensé que me encontraba frente a la persona más extraña del mundo. Yo no le importaba a nadie, la gente no tenía por qué ser agradable conmigo. En cambio, ella me escuchó desde el primer momento en que pronuncié la primera palabra. Ese día, con ese primer café de muchos empezamos a conocernos un poco, o más bien, ella me conoció a mí. Sabía que había algo extraño en ella. Me reconfortaba su presencia, pero de una forma extraña, como si fuera algo mágico. Se sentía bien pero había algo en el ambiente, algo en ella que no era normal. Y lo iba a descubrir. 

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