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Si había algo que me había caracterizado siempre eran mi manía de hacer las cosas sin pensar y mi mal carácter. Por esos motivos (entre otros) nunca había podido conseguir mis logros propuestos. Tenía esa capacidad de no ser capaz de decir las cosas, hasta que exploto. Supongo que eso había causado mi distanciamiento con Lindsey, a quien no había vuelto a hablar desde ese día en que le había gritado esas cosas tan feas. Aunque me había parecido verla varias veces por la ventana de mi casa. Era realmente extraña esa chica. Le había gritado que se fuera de mi vida y parecía que su reacción era husmear en mi pequeño y descuidado jardín. Incluso se me pasó por la cabeza que podría ser peligrosa, tanto como esos seres extraños que no parecían haber dejado de seguirme. Mentiría si dijera que no había empezado a tener miedo. Y ahora no tenía nadie a quién contarle mis miedos y miserias ya que había despachado a la única amiga que tenía en mi vida. Las cosas volvían a ponerse peor, aunque por un momento parecieron mejorar. Me ahogaba, necesitaba escapar de todo el dolor y sufrimiento. No podía aguantarlo, necesitaba que las cosas cambiasen, pero no sabía cómo salir del hondo pozo en el que había caído yo solito. Lo único que sabía era que cuando la gente quiere olvidarse de todo por un rato siempre acuden al mismo sitio; así que allí estaba yo, entrando por la puerta del pub inglés que hay en la esquina de la calle de la universidad. Me senté en la barra y esperé a que me atendieran. Miré por un momento al suelo, siguiendo el hilo de los pensamientos que me habían traído hasta allí, cuando de repente alguien me habló.

― ¡Hombre, Mike! ¡Cuánto tiempo sin verte!

― ¡Gabrielle! ¿Qué haces aquí? ¿Trabajas? ― Cuando levanté la cabeza vi a una joven que me miraba con alegría. Hacía mucho que no la veía y siendo honesto me sorprendió verla allí.

― Sí. Bueno, no. En realidad estoy substituyendo a mi padre que está de baja. Así que técnicamente sí, estoy trabajando. ― Rió. Tras esto añadió: ― Entonces... ¿qué te sirvo?

― Una pinta de la cerveza más fuerte que tengas. ― Sacó un vaso de cristal y mientras echaba la cerveza en el vaso añadió:

― ¿Un mal día?

― Ojalá solo fuera un día... ― Se apoyó en la barra dispuesta a escucharme.

― ¿Qué ha pasado? Antes solías venir mucho por aquí y no parecía irte mal...

― Lo sé, pero estos últimos años todos ha dado un vuelco. Las cosas empezaron a torcerse y desde entonces ya nada ha sido igual. ― Bebí un trago de la cerveza y sin saber cómo entre pinta y pinta terminé contándole toda la historia. Y ella escuchaba atentamente mientras no hubiese clientes que atender.

Un fuerte estruendo me despertó a la mañana siguiente. Parecía como si hubiese un minero buscando minerales dentro de mi cabeza, picando en mi cerebro incansablemente. Apestaba a alcohol, no recordaba nada del día anterior después de la tercera cerveza y estaba totalmente confundido y totalmente incapaz de reconocer el lugar donde me encontraba. Cuanto más intentaba resolver éstas incógnitas, más me dolía la cabeza. Observé todo a mí alrededor hasta que llegué a la conclusión que no estaba en mi casa.

― ¡Buenos días dormilón! ¿O tal vez debería decir buenas tardes? Menudo sueño reparador... ¿Te hacía falta, eh? Siento haberte desertado. Se me cayó la bandeja sin querer. ― Gabrielle entraba en la salita con su particular buen humor. Solo pude preguntar dónde estaba, a lo que ella me respondió que estaba en la salita de su casa situada arriba del pub.

― Espera... ¿Has dicho buenas tardes? ¿Qué hora es?

― Las cuatro de la tarde. ―rió. ― Ayer ibas muy pedo y no parabas de repetir algo de huir del país porqué unos extraños actores callejeros te persiguen o no sé qué. Que quieres que te diga... Me dio miedo dejarte volver a casa solo. En tu estado te veía capaz de hacer trasbordos hasta llegar a Alaska...

Vuela altoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora