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Había pasado casi una semana, según mis cálculos deberíamos estar llegando. Adam dijo que estábamos a más o menos un día. Empezaba a sentir alivio cuando el suelo se hundió bajo nuestros pies y empezamos a caer por un pozo que parecía no tener fondo. Me sorprendió que cuando tocamos suelo caímos sobre un piso perfectamente pulido.

―Mierda. Nos han pillado. ―Decía Adam mientras se frotaba la espalda tras el golpe por la caída.

―Supongo que no nos queda más remedio que avanzar para poder salir de aquí... ―Aunque no me parecía la mejor opción, sabía que Lindsey tenía razón.

Nuestros pasos resonaban por todo el pasillo, no se oía nada más que eso.

―¿Dónde estamos? ¿Y qué es ese olor tan horrible? ―Pregunté asqueado.

―Debemos estar en algún refugio de los cazadores, por eso hueles esta peste. Nosotros no podemos, solo los simples mundanos como tú pueden olerlo. ―Quería responder pero ese olor era cada vez más fuerte, tanto que me lloraban los ojos. De repente llegaron un grupo de cazadores nos cogieron de ambos brazos y nos arrastraron bruscamente hasta una gran sala. Nunca había visto de cerca un ser tan feo. Tenía la nariz grande y torcida, sus dientes eran amarillos y casi podridos y una larga y grasienta melena que daba asco de ver. Ya en la sala me soltaron bruscamente pero no a mis compañeros. Había uno de esos seres sentado en una silla y me señalo que me acercara. Tenía miedo, así que solo adelanté un paso. Él solo habló en un gruñido.

― Tu chica por la mía. ―No entendía a que se refería, hasta que el hombre ese hizo otro gesto y uno de sus secuaces trajo a una chica encadenada. Me fijé mejor y vi que era Gabrielle. Su cara lucía horrorizada. Me daba miedo pensar en que torturas habría sufrido a merced de esos desgraciados. No sabía que responder, no podía entregar a Lindsey pero tampoco podía dejar ahí a Gabrielle. Estaba entre la espada y la pared. Nunca imaginé que Lindsey sería la misma que se entregaría.

―¡No puedes hacer eso! ¡Es un suicidio! ¡Y ya sabes las consecuencias que puede tener esto! ― Tomo mi mano en las suyas y me dijo que todo estaría bien.

―Ahora lo importante es salvar a Gabrielle. No tengas miedo, sé lo que hago, solo debes confiar en mí. Pero sobretodo debes confiar en ti. No sabes el gran poder que tienes. Puedes creer que no eres el mejor, pero no te permito pensar que eres inútil. Por favor, recuerda mis palabras, ahora y siempre.

Tal y como habían dicho, le empezaron a quitar las cadenas a Gabrielle en el momento en que cogían a de ambos brazos a Lindsey con una sonrisa malévola. Miré mi mano y vi que me había dejado su collar.

En ese momento el primer rayo de luna se coló por la ventana y Lindsey aun sujeta por esos hombres me gritó que creyera en mí, que yo podía hacer todo lo que me propusiera. Estuvo gritando hasta que le taparon la boca. Tal vez si se arriesgaba tanto en gritarme eso había alguna razón detrás, así que solamente seguí mi instinto. Levanté mis brazos con la piedra en la mano, los rayos de luna la bañaron y al proyetarse en ella emitieron la luz más brillante y hermosa que había visto en mi vida. La luz inundaba toda la habitación cegando a los cazadores que revocaban de dolor en el suelo. Tras un buen rato la luz cesó y todos los cazadores cayeron al suelo. Me sentía cansado, muy cansado. Ni siquiera podía mantenerme en pie. Oía gritos y gente corriendo, pero no recuerdo nada más. Solo sé que estuve desmayado durante días.

Vuela altoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora