Cap 4 🖤❤️

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No durmió, como era de esperar. Ni siquiera el cóctel
químico que el médico le había recetado para impedir
que soñara con Lily le hizo efecto aquella noche.

Saint no dejó de dar vueltas y más vueltas en la cama, y dejó
pasar las horas pensando en la boca de Perth y en cómo
se las iba a arreglar para sobrevivir un mes entero en
compañía de él.

Al final, se dio por vencido.

Se acercó a la maleta, sacó la
manta de Lily y se la pegó al pecho como si aún
envolviera a su bebé, aún vivo y respirando.

Los ojos se le llenaron de lágrimas.

¿Cuántas noches había hecho eso
mismo? ¿Cuándo iba a dejar de sufrir de esa manera la
pérdida de la niña?

Debía haberse quedado dormido porque, de repente,
oyó a Perth llamando a la puerta con los nudillos.

–Hora de levantarse, Saint –dijo él–. Son las siete.

–Estoy despierto –contestó Saint alzando la voz al
tiempo que se incorporaba en la cama.


Saint dejó la manta de Lily en la maleta antes de
meterse en la ducha.


Perth estaba sirviéndose un café cuando entró Saint ,
con cara de estar yendo hacia el patíbulo y dispuesto a
no pedir clemencia.

–¿Has dormido bien? –preguntó él.

–Como un tronco.

Perth lo dudaba. Tenía marcadas ojeras y el rostro
sumamente pálido.

–Deberías comer algo –dijo él, indicándole con un gesto
el desayuno, que una camarera había subido a la
habitación. –No tengo hambre.

Perth respiró hondo.

–¿Crees que ponerte en huelga de hambre te va a servir
de algo?

–No me he puesto en huelga de hambre –contestó
Saint echando chispas por los ojos–.Simplemente, no
tengo hambre.

–Nunca tienes hambre –comentó él con irritación–. No
es normal. Tienes que comer. Si no te alimentas, vas a desaparecer.


–¿Y qué más te da a ti? –preguntó Saint –. Tu último
novio era mucho más delgado que yo.


Un modelo de trajes de baño con el que saliste el mes pasado, ¿no? ¿O
le he confundido con esa aristócrata londinense de mucho pecho? –Saint adoptó expresión pensativa,
como si tratara de recordar–. ¿Cómo se llamaba...?
¿Arabella? ¿Amanda? ¿Ariel?

Perth apretó los dientes y retiró una silla de la mesa.

–Siéntate.

Saint le lanzó una mirada de censura.

–¿Sabes? Si lo que querías es que alguien te obedeciera,
podrías haberte comprado un perro, te habrías ahorrado mucho dinero.


–Me pareció que sería mucho más divertido enseñarte a
ti –respondió él–. Y ahora, siéntate y come.

Saint se sentó con una sacudida de cabeza.

–Al menos, yo no me meo en la alfombra –dijo Saint.

–Si lo hicieras, no me extrañaría –murmuró Perth.

Saint agarró una rodaja de beicon y se la echó al plato.

Entre Diamantes Y Roma  (Adap. PerthSaint) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora