𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚
—Olivia, tienes que levantarte.
El sonido de las cortinas al correrse me despierta, por lo que fruncí el ceño, apretando mis ojos para evitar que la luz del día me lastimara, luego me di la media vuelta, evitando a Lois.
—No has salido de esta habitación en toda la semana —continuó y me pregunté en qué momento, perdí la noción del tiempo—, no has comido ni siquiera un poco y solo has estado durmiendo todo el día —tomó asiento al borde de la cama, luego sacudió con suavidad mi pierna—. Tienes que levantarte, tomar un buen baño, comer algo, ir a revisar como va tu mano y tratar de salir adelante.
Suspiré agotada e intenté levantarme de la cama, pero no pude hacerlo. Me dolía un poco la mano y en realidad, no tenía fuerzas para nada, solamente quería estar acostada y hundirme en esta cama hasta consumirme. Al notarlo, Lois trató de ayudarme, entonces sentí como unas suaves y amables manos intentaban, inútilmente, sacarme de la arena movediza en la que me encontraba atrapada.
—No tengo ganas.
—Yo lo sé, Olivia. Ya lo sé —contuvo la respiración y tras ello, supe que era algo que ella había experimentado en carne propia—, pero no puedo dejar que te hundas en esto, mucho menos hoy, porque vienen los abogados de Héctor a leer su testamento y tienes que estar presente.
Trague saliva sintiendo como mi cuerpo cansado suplicaba por volver a la cama, pero decidí ignorarlo y solo tomé la mano de Lois, después me levante de la cama e hice todo lo que me dijo; tome un baño, me quite la pijama y use uno de mis tantos vestidos negros, después comí algo que Stella me preparó, pero que no pude disfrutar en lo absoluto y finalmente fui al despacho a ordenar todo, con la ayuda de las únicas dos personas en esta casa, que sentían compasión por mí: Lois y Stella.
Abrí la ventanas para dejar que el aire fresco y los rayos de luz entraran a la habitación y me quedé mirando por un momento, sintiendo como la arena me hundía cada vez un poco más, sin poder hacer nada más que resistir para cumplir con mi último deber.
—Estaremos en la cocina, por si necesitas algo. —comentó Lois con voz suave, una vez que dejamos todo listo y enseguida salió del despacho junto a Stella.
La primera en aparecer fue Evelyn y más tarde llegaron los abogados, entre ellos Baker quién llegó junto a los Wilde. Esa fue la primera sorpresa que me lleve, la segunda, pero no tan repulsiva como la tercera fue cuando la recepcionista de Héctor, madre de su hijo, apareció.
—¿Qué hacen todos ellos aquí? —le preguntó Evelyn al abogado principal, alzando la voz, paralizando a todos en la sala—. Solo mi cuñada y yo somos familiares de Héctor.
¿Mi cuñada? ¿Así, sin insultos? Vaya.
—Le informo que todos los que están aquí presentes, forman parte del testamento del Señor Hatton —le aclaró, después me miró a mí,—. ¿Comenzamos?
Apenas pude escuchar su voz, por lo que asentí y tomé asiento en la gran silla detrás del escritorio, sin quitarle la mirada de encima a los presentes, en especial a ella: la amante y madre del hijo de Héctor. Era una mujer muy atractiva, mucho más joven que yo, de piel morena, completamente vestida de negro con una chaqueta de piel y tenía el cabello atado en una coleta. Parecía gentil. Nunca me hubiera imaginado que sería capaz de meterse con un hombre casado y todavía tener el cinismo de presentarse a la lectura de su testamento.
No escuché los primeros minutos de todo lo que dijo el abogado, hasta que oficialmente comenzó la lectura del testamento y aparte mi mirada de ella, para centrarme en la única razón por la que estaba aquí.
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ᴍᴇᴛᴀᴍᴏʀғᴏsɪs
General FictionOlivia tiene diez años de casada, pero no es feliz por la vida tan rutinaria que lleva. Sin embargo, la noche de la celebración de su décimo aniversario, todo dará un giro radical, que más que darle libertad, la condenará. ⚠ ADVERTENCIA ⚠ Trata tem...