Prólogo

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¿Sabes qué sucede cuando encierras a un ave en una jaula? Le robas su esencia, absorbes su vida al limitarla a un espacio del que no podrá escapar y por supuesto, le arrebatas una de las características que más admiro de las aves: la posibilidad de volar en libertad.

Alejandro Jodorowsky solía decir que un las aves nacidas en una jaula creen que volar es una enfermedad y honestamente, cuando leí esa frase no estaba de acuerdo con eso, porque creía que por instinto el ave trataría de escapar, pero cuando conocí a Olivia me di cuenta de que la metáfora tenía sentido:

—Deberías vivir aquí, conmigo.

Estábamos sobre la cama, entre las sábanas revueltas. Oliva estaba acariciando mi cabello con tal delicadeza, que, de no ser por aquella propuesta, hace un momento me habría quedado dormida. Entonces tomé asiento y la miré desconcertada.

Por supuesto que me gustaría vivir con ella, pero no aquí, donde fue torturada por tantos años y confinada a una vida que no quería.

—¿Por qué estás sugiriéndolo?

—Porque quiero vivir contigo.

Fruncí el ceño.

—Olivia, dime la verdad.

Olivia me miró fijamente con sus grandes y oscuros ojos, entonces me di cuenta que estaba diciendo la verdad, a medias, por supuesto.

—Tú sabes que odio este lugar, pero también que es todo lo que tengo —confesó con voz suave y su particular cinismo—. Llevo en esta casa diez años de mi vida. Esto es todo lo que conozco, no hay nada más para mí que esto.

Escucharla decir eso tan convencida, me afectó más de lo que me gustaría admitir. Olivia no concebía una vida fuera de este sitio. Era como una de esas aves de las que Jodorowsky hablaba; tenía las alas entumecidas y no era capaz de volar lejos de aquí, a pesar de que la puerta estaba abierta desde hace mucho tiempo.

ᴍᴇᴛᴀᴍᴏʀғᴏsɪs Donde viven las historias. Descúbrelo ahora