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𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚

La alarma comenzó a aturdir mis oídos, hasta que me levante de la cama con mucho cuidado para no despertar a Héctor e iniciar un día más, en contra de mi voluntad, donde lo único que me mantiene de pie es la esperanza de que por la tarde, podré sentarme a tocar el piano.

Me dirigí al baño; cepille mis dientes, lave mi rostro con agua fría para despertar mejor, después arregle mi cabello con una pequeña pinza y me quite la pijama: elegí un ligero cardigan de franjas negras y blancas, con un pantalon puddle de color negro y zapatos a juego. Finalmente, baje a la cocina para preparar todo antes de que Héctor despertará.

Igual que todos los días.

Desearía no tener que hacer nada de esto. Estoy cansada y no me refiero precisamente a algo físico, sino a algo más, algo que no puedo describir porque ni siquiera soy capaz de identificarlo o darle un nombre. Todo lo que sé, es que no puedo más con esta situación que me mata lentamente a cada día que pasa.

En un par de semanas cumpliré treinta años y desde que tengo veinte, mi vida ha sido solo esto; no tengo amigas, hace años que no hablo con mi familia, ni con mi madre, no tengo un trabajo. Nada. Absolutamente nada. Mi dedicación a esta casa, es mi unica ocupación. Mi matrimonio, es todo lo que tengo.

Maldición.

Entre a la cocina a preparar el desayuno de Héctor y lo primero que encuentro es el maldito desastre que quedó luego de la cena de anoche. ¿No es maravilloso? Mi esposo planea una cena romántica para mí, pero al final tengo que limpiar todo yo sola, porque tuvo el grandioso detalle de romper una copa sobre mis pies. Entonces puse un poco de música para poder sobrellevar esta situación y continúe con mi rutina de mañana, hasta que Héctor apareció listo para desayunar:

—Buenos días, mi amor. —me dio un beso en la mejilla, ignorando sus moretones.

Desayunamos en silencio, como siempre, debido a que Héctor suele revisar sus pendientes de la oficina en su tablet. Ignorándome. Al principio eso me molestaba mucho, pero con el paso del tiempo me dejó de importar e incluso ahora lo prefiero así, porque permanecer en silencio es mejor que tratar de tener una conversación con él, además, así no puedo decir nada de lo que seguramente me arrepentiré en ese instante, como anoche.

—¡Delicioso, como siempre! —comentó con tanta satisfacción, que me dieron ganas de vomitar—. Cocinas las cosas más deliciosas del mundo entero. ¡Eres perfecta! No puedo creer lo afortunado que soy al tener una esposa como tú.

Como sí cocinar delicioso fuera una de las cualidades que hace perfecta a una mujer. ¿Qué hay de mi talento? ¿Qué hay de todo lo que me compone a mí? Incluso si mi talento fuera esto, ni siquiera me apoyaría, porque lo único que a Héctor le importa es que esté a su servicio.

Finalmente tomó sus cosas y plantó un fugaz beso sobre mis labios, antes de irse, por lo que volví a nuestra habitación para ordenar todo el desastre que quedó, antes de continuar con lo demás.

La verdad es que no me puedo quejar tanto, pues mi único trabajo aquí es ocuparme de Héctor; mantener limpia la habitación, ordenar sus cosas, lavar nuestra ropa porque no le gusta que nadie más la toque, preparar la comida y ordenar la mesa como le gusta, y por supuesto, lo más importante: tener todo en orden antes de que llegue del trabajo, porque después, lo único que tengo que hacer, es atender todo lo que necesita. Honestamente, no es tan malo.

Podría ser peor, ¿no?

Al terminar me dirijo al único lugar en esta habitación que me pertenece: mi armario, que también es mi diminuta biblioteca secreta. En esta ocasión sólo saldré al jardín a tomar un poco de sol, pues es el día en el que suele venir el jardinero a darle mantenimiento a mis flores, así que usaré un magnífico vestido de Lela Rose; color negro, de tul que tiene una silueta con un escote en forma de V que acentua mi figura y sencillos lunares degradados a través de la larga falda. Y que por supuesto, fueron los mejores dos mil dólares que he gastado en los últimos meses.

ᴍᴇᴛᴀᴍᴏʀғᴏsɪs Donde viven las historias. Descúbrelo ahora