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𝐈𝐬𝐚𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚

—¿Irás a la fiesta del jefe está noche?

Margot entró a mi oficina, después tomó asiento frente a mi escritorio, relajando su cuerpo sobre la silla. No se iba a ir de aquí en mucho tiempo, eso era seguro, aunque no era precisamente algo malo, porque me gusta estar mucho con ella, es una de las personas con la que me siento más cómoda y la quiero con todo mi corazón.

—¿A qué viene esa pregunta? —pregunté un poco molesta, aunque no era mi intención. Estaba teniendo un mal día—. No he faltado desde que murió mi padre, lo sabes bien.

—¿Tenías que mencionar eso cuando estoy a punto de invitarte a salir? —preguntó, sin mostrarse afectada por mi mal humor—. ¡Ah, maldita seas! Pensaba invitarte al karaoke esta noche, pero acabo de escuchar a la asistente de Mason hablar sobre la fiesta —giró los ojos con fastidio—. No soy idiota, sé bien que sueles ir por compromiso, pero no estaba segura de sí lo harías esta vez, así que decidí venir a preguntar.

—Nunca dije que fueras idiota.

—Pero lo pensaste.

—Si vas a invitarme a salir, no hagas esas preguntas.

—¿Acaso estás de mal humor Bella? —arqueo la ceja.

Suspiré, agotada.

—Un poco, lo siento —dije alejándome de mi escritorio, empujando mi silla ligeramente hacia atrás—. Me tocó actualizar los datos del personal y confeccionar las nóminas. No trato de justificarme con eso, pero es la razón por la que estoy así.

—¡Bella, bella! —pronunció con una sonrisa, echando la cabeza hacía atrás—. Está bien, no pasa nada, a todos nos pone así el maldito trabajo. Lo sé mejor que nadie, por eso quería invitarte a salir —se acercó a mí, a través de la mesa, aún sonriendo—. ¿No te gustaría ir a beber, bailar y cantar conmigo, en lugar de estar rodeada de viejos pretenciosos jugando al póker, ruleta o alguno de esos juegos aburridos?

Sonreí ante su entusiasmo y la idea de mandar todo a la mierda, para salir con Margot. En realidad, de no ser por su invitación al karaoke o la fiesta de Mason, haría lo mismo que hago casi todos los fines de semana: ir a comprar la cena en la cafetería de mi mejor amigo Ian, llegar a mi departamento, tomar un relajante baño, ponerme la pijama para finalmente sentarme en el sillón junto a Cherry a ver alguna película o tv show.

No es que no me guste salir en lo absoluto, al contrario, es algo que disfruto hacer, pero solo de vez en cuando. Actualmente me gusta más estar en mi departamento, disfrutando de mi soledad, porque siendo completamente honesta, ya no soy una adolescente y mi cuerpo ya no resiste tales desvelos, ni cantidades irreales de alcohol.

—Claro que me gustaría, pero sabes bien que no puedo faltar a esa fiesta —suspire con pesar. Nunca me ha gustado ese tipo de eventos, ni estar rodeada de esas personas superficiales—. Los compromisos de mi padre, pasaron a ser míos.

Mi padre, quién siempre me protegió de la crueldad del mundo tanto como pudo, en especial de mi madre que toda mi adolescencia se dedicó a destruir mi autoestima, sometiéndome a dietas ridículas y ejercicios abrumadores, solo porque no soportaba la idea de verme por lo que era y siempre he sido: una persona gorda, que me obligó a tener citas con muchachos que siempre terminaban odiándome tanto o más que ella e insultándome cada vez que lo creía conveniente, para no hacerme alguien mediocre. Mi padre, quién siempre me defendió, me amó y me aceptó por quien era. Mi amado padre, quién siempre me apoyó, me guio, me motivó y me dio lo mejor de sí mismo, porque para él su más grande devoción era enseñarme a amarme a mí misma tal cual era, aceptando las adversidades de la vida de la mejor manera posible.

ᴍᴇᴛᴀᴍᴏʀғᴏsɪs Donde viven las historias. Descúbrelo ahora