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aviso

He decidido cambiar el nombre de «Scarlett» por «Evelyn», porque sentía que era un nombre muy (¿cómo decirlo sin sonar como una gringofobica, que a estas alturas no se puede retractar de haber ambientado su primer libro en Estados Unidos?), bueno, no me gustaba del todo.
Eso es todo.

𝐎𝐥𝐢𝐯𝐢𝐚

Un grito desgarrador me despertó mucho antes de que mi alarma lo hiciera, por lo que me levanté de inmediato para saber qué estaba pasando. Entonces me encontré con Evelyn, de rodillas en el suelo, frente a su hermano. Y me di cuenta de que lo que había pasado anoche, era real.

Héctor está muerto.

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No puedo creer que realmente deje morir a Héctor, que no hice absolutamente nada para ayudarlo, aún cuando me suplico por ello. No puedo creer que estoy en su despacho, arreglando todo para su funeral, llamando a sus amigos y familiares, mientras en otra habitación están preparando su cuerpo para su última despedida.

—¿Necesitas algo? —preguntó Lois.

Negué, sin despegar la mirada del directorio personal de Héctor.

Lois fue la primera persona que llame cuando comencé con los preparativos del funeral y ella vino de inmediato. No sé por qué razón lo hizo, pero agradezco profundamente que este aquí, procurándome como sí realmente lo mereciera.

—Te preparé un pequeño aperitivo.

Dejó una pequeña charola sobre el escritorio y me miró fijamente.

—Necesitas comer algo, Olivia. Llevas horas pegada a ese teléfono.

Mantuve mi mirada fija, marcando los números.

—No puedo moverme de aquí, hasta que termine. —apenas respondí.

—Tienes el brazo lastimado —comentó con cautela. Sé que desde que llegó, tiene curiosidad de saber que paso, aunque sospecho que en el fondo lo sabe o al menos, tiene una idea—. Necesitas descansar y comer algo. Anda.

De nuevo negué con la cabeza y continúe con lo que estaba haciendo.

—¿Por qué no dejas que te ayude? —insistió. Ahora me arrepiento de que esté aquí.

—No sería prudente, además, no quiero darle razones a nadie para criticarme por no hacer lo que me corresponde. —respondí tensa. Hoy más que nunca, tengo que ser la esposa perfecta.

—¿Y qué más da lo que digan los demás? Lo más importante ahora, eres tú. —Lois no iba a detenerse hasta convencerme—. ¿Por qué no hacemos esto? Yo me ocupo de hacer las llamadas y tú continúas diciendo lo que le has dicho a treinta personas durante toda la mañana.

Hace horas que me duele la mano, mi estómago gruñe y me pesa el alma, pero de alguna manera lo acepto. Es lo mínimo que merezco después de lo que hice, de la forma en la que deje morir a mi esposo. Sin embargo, solo sonreí conectando mi mirada con la de Lois y sin más, acepté.

El aperitivo no era precisamente lo más delicioso que había probado, pero aún así forcé mi mejor sonrisa y agradecí a Lois por sus atenciones, pues de no ser por ella, nadie estaría procurándome.

Una hora más tarde, habíamos terminado de llamar a todas las personas de la lista, por lo que nos sentamos sobre la alfombra. Ahí, podía sentir como los suaves rayos de luz que entraban por el ventanal, se posaban sobre mi piel, con delicadeza, brindándome cierta calidez.

ᴍᴇᴛᴀᴍᴏʀғᴏsɪs Donde viven las historias. Descúbrelo ahora