BRUNO MARTÍNEZ AGOSTINI

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Había pasado una semana. Una semana de agonía y sufrimiento. Una semana sin conectar más de tres palabras seguidas con nadie que no fuera ella. No tenía fuerzas ni ganas y las pocas que me quedaban quería que fueran para ella. Todavía no sabía cómo había aguantado ahí metido una semana. Una semana sin comer, ni dormir, pero una semana con ella. Cogiéndole de la mano, estando a su lado porque no podía dejarla sola, no podía dejar que nada malo le volviera a pasar por no estar ahí con ella. Así llevaba la semana entera, culpándome por ello. Culpándome por no haberle dicho que yo también llegaría tarde. Culpándome por no haber saltado a por ella, por no estar yo tumbado en esa cama. Culpándome por no haber podido evitarlo, por haberle fallado.

—Perdóname —susurré con la cabeza gacha acariciándole la mano.

Las primeras lágrimas cayeron.

Elevé la mirada hacia ella. Estaba como siempre. Tumbada, inmóvil. Conectada a una infinidad de cables que la mantenían con vida. Llevaba una semana intentando ver más allá, ver a la Martina de la que me enamoré, pero me costaba. Me costaba ver en ella algo de lo que fue, de lo que fuimos.

—Hola —Beca apoyó una mano en mi hombro.

No la había escuchado entrar.

—Hola —me giré hacia ella.

Se le veía triste, viviendo sin vivir. Aunque yo era el menos indicado para hablar de cómo se veían el resto porque de seguro que daba pena solo con verme.

—Bruno deberías irte a casa a descansar, darte una ducha caliente y comer algo en condiciones.

Llevaban una semana diciéndome lo mismo. Todos y cada uno de ellos. No había nadie que se hubiese abstenido de dar su opinión y mi respuesta siempre era la misma.

—No.

No, no y no. Me negaba a dejarla sola.

—Bruno...

Entendía que se preocuparan por mí. De verdad que lo entendía, pero es que no era capaz de cerrar los ojos ni un segundo sin recordar el accidente y estar lejos de ella... No podía ni imaginármelo, pero Beca parecía tan cansada y yo me sentía tan cansado que acabé asintiendo.

—Gracias.

Me levanté y me quedé mirando a Martina unos segundos.

—Pero...

Tenía miedo, tenía miedo de alejarme y perderla.

—Si pasa algo te llamo.

No podía apartar los ojos de Martina suplicándole que aguantara un poco más, que me esperara.

—Bruno, de verdad, vete tranquilo.

Asentí y me fui de allí sintiendo que una parte de mí se quedaba con ella.

Llegué a casa y abrí la puerta sin ganas. Cerré de un portazo, tiré las cosas por el suelo y fui directamente a la cocina. Abrí el armario de debajo del fregadero y me puse a buscar algo que me ayudara a silenciar el murmullo de mi cabeza. Algo con lo que poder aliviar aquel dolor. Encontré una botella de tequila entre los cartones de leche. La abrí y me la llevé a los labios dejando que el alcohol me quemara la garganta. Escuché unos pasos por el pasillo y puse los ojos en blanco. No me apetecía tener que escuchar un sermón a esas horas de la tarde.

—¿Bruno? —encendió la luz de la cocina descubriéndome.

—El mismo —volví a beber a su salud.

—¿Qué hora es?

Ahí estaba esa cara de te vas a enterar porque te pienso soltar unas cuantas verdades por mucho que te duelan y no las hayas pedido.

Love is a Choice (el principio de un fin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora