Estoy en una edad de mi vida en la que no cuento como adulta, pero, tampoco soy una anciana. Soy una mujer posmenopáusica que se puede clasificar en el grupo de la tercera edad y que esta rumbo a convertirse en una adulta mayor.
Mi edad cronológica no concuerda con mi edad aparente. A simple vista cualquiera podría decir que ando pisando los ochentas. Más de una década por encima de la edad de mi cédula porque mi cuerpo sí que es congruente con esa edad, es la evidencia tangible del paso de esos años de más.
La obesidad me ha acompañado siempre y como no viene sola, ha arrastrado consigo sus fieles compañeras: dislipidemia, hipertensión y diabetes. Para colmo de la comorbilidad padezco también hipotiroidismo, artrosis y una notoria enfermedad varicosa. Y eso por hablar de lo físico que es lo ciertamente importante.
Soy mujer, hija, madre, abuela y esposa intachable. Crié a mis hijos y a mis nietos. Cuidé y perdí a mis viejos. Soy la tita de todos y la hija de nadie. El lugar seguro de una familia entera, pero yo misma no tengo un lugar al cual recurrir cuando lo necesito.
Hace menos de una semana que perdí a mi esposo. Lo llamo pérdida porque no tengo permitido darle un nombre más apropiado.
El difunto como todos los difuntos era un buen hombre. Al menos mejor que muchos. Tenía sus defectos; pero, eran todos defectos de época. Defectos viejos y obsoletos. Nada, que una mujer de época como yo no este acostumbrada a soportar.
Si me preguntan cómo me siento, miento. Debo ser fuerte y disimilar la tristeza, lo cual es fácil porque en realidad no la siento. Si pudiera ser sincera al respecto diría en paz, tranquila o aliviada. Pero no tengo derecho.
Yo como su esposa y la madre de sus hijos no tengo derecho a descansar. No puedo bajo ningún concepto sentir consuelo por su muerte. Eso es algo de personas crueles, de monstruos y la abuela tita no puede permitirse ser un monstruo. La vida que he dejado atrás me lo prohíbe porque me ha creado una reputación que estoy en la obligación de mantener.
Aclaró, no es que me alegre su partida. Solo que siento un fresquito de solo pensar que no tengo que vivir para alguien más, sino para alguien menos. Otro que absorbía y consumía mi poca vitalidad.
Hace más de tres comidas que soy un poco más libre. Pero no puedo sentirme así, porque no tengo derecho. La libertad, la individualidad y el egocentrismo son cesgados para mí. La autoestima y la autonomía, me siguen siendo limitadas por no decir nulas. Soy el resultado de la época, de cadenas invisibles, de inequidades y prejuicios.
Y moriré. Probablemente lo hare, es un hecho. No por mi sino por ellos y sus necias obsesiones. Porque ¿Qué es de una esposa sin su esposo? La norma es que una tragedia vaya seguida de otra y eso es lo que esperan. Y, como yo no tengo derecho a decepcionarlos les daré y me daré el gusto de no durar mucho tras la muerte de mi querido compañero.
Fin
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Los Pesares De Un Miserable
De TodoCuentos, relatos y retazos de algo. De antemano me disculpo por los cambios constantes pero es inevitable editar de vez en vez (muchas veces) nunca me siento totalmente satisfecha (mi defecto). Los dibujos se los debo a una persona muy importante p...