Como cada día al llegar a casa el caos invadía mi ser, siempre tan molesto: un quejido, un grito, una tos. Pero, ese día era diferente, finalmente rompería la terrible rutina.
La primera fue la vieja no soportaba sus desvelos, en mitad de la noche me atormentaba su voz. Sentimientos que no conocía se abrían paso en mi ser, y deseos, esos deseos de no verla más aparecieron en mí, los mismos que mutaron luego a impulsos y acabarían por suerte en actos cuidadosamente consumados.
Después fue el anciano, que lloraba en mitad de la noche, agazapado en un rincón de su cuarto con los ojos surcados de arrugas abiertos de horror, las rodillas a la altura de su boca y abrazadas por sus añejas manos temblorosas de anticipación.
Ahora que no están más reconozco que lo extremadamente molesto no era por ellos sino por mí. Así es como me siento siempre, incluso con su ausencia. La culpa y la soledad me han convertido en lo que tanto odie. He llegado a un punto de mi vida donde no sé qué decir o tal vez no tengo nada para decir, no encuentro palabras y no me nace buscarlas, de un tiempo para acá todo lo que sale de mí son quejas y lamentos que mueren en las cuatro paredes de una vieja pensión sin más receptor que el par de esqueletos que descansan en la cama que una vez ocuparon mis queridos abuelos.
Fin
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Los Pesares De Un Miserable
De TodoCuentos, relatos y retazos de algo. De antemano me disculpo por los cambios constantes pero es inevitable editar de vez en vez (muchas veces) nunca me siento totalmente satisfecha (mi defecto). Los dibujos se los debo a una persona muy importante p...