El niño que quería ser sombra

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Érase una vez, una familia sin descendencia; que después de mucho tiempo e incontables intentos, finalmente consiguió gozar de un heredero. El susodicho, era un niño perfecto, era hermoso y radiante como un príncipe, bueno e inocente como los corderos, e inteligente y astuto como los zorros. El ideal de toda familia distinguida y alguien que claramente prometía hacerse a un futuro estupendo y floreciente.

Su familia, lo quiso tanto que prometió hacer cualquier cosa por él.  Juraron incluso procurarle amistades sinceras y duraderas. Conseguirían para él los mejores amigos del mundo, los más convenientes y los más significativos. 

Cuando el niño empezó a sentarse, la madre corrió a acuñarlo con almohadas y tendidos para que no esforzase y gastase sus pequeños y flácidos músculos. Cuando quiso andar a gatas, su madre estuvo ahí, para sentarlo de nuevo e inmediatamente y toda vez que sus intentos por ponerse de cuatro patas se vieron frustrados y en consecuencia caía tendido al piso. ¡era bastante peligroso!, la criatura podría lastimarse o pescar un catarro a causa de la fría superficie. Más tarde, cuando se dispuso a caminar, igualmente corrió al lugar del niño, para evitar que se fuere de narices y magullase o turbase su lindo rostro. Para ahorrarle penurias sería ella quien lo protegiese siempre y lo llevase a cuestas a donde quisiese ir. Cuando el niño intento comer solo, su amorosa y considerada madre no dejo de procurar que no se ahogase y menos que se ensuciase sus suntuosas y lujosas vestimentas; lo cierto era que un bebé tan hermoso y perfecto no podía permitirse mugre alguna.

Con el correr de los años y como era de esperarse, su buena familia se hizo cargo de todo, se ocuparon de cosas importantes como su educación y alimentación, así como de otras que consideraron menos relevantes. Siempre cuidaron bien de quien sería su orgullo y nunca su deshonra. 

Fue así, que sus progenitores y consanguíneos se propusieron y dispusieron a darle todo cuanto necesitó o cuanto quiso, querían darle más de lo que a ellos siempre se les negó. Conseguirían imposibles si eso implicaba la felicidad del pequeño y también, le evitarían todo sufrimiento, todo esfuerzo y toda desilusión que pudiese perturbar la vida del menor.

Cuando el niño se hizo más grande, se percató de que algo andaba mal en él. El niño tenía algo que le disgustaba y que con certeza disgustaría a sus queridos padres también. Tenía una sombra, que para nada era como debía ser. La muy intrépida, era sumamente atrevida y codiciosa, alegaba ser soberana y no dejaba de parlotear, siempre diciendo que quería volar lejos y libre.  Era también, arrogante y orgullosa y se vanagloriaba de ser sesuda y capaz.

Su sombra le irritaba en extremo. Ambicionaba hacer lo que él no quería hacer y por supuesto, lo que ella no podía ni debía hacer.

Las sombras por consigna deben ser aburridas, recatadas, prudentes y pasar inadvertidas. Pero, esta se negaba a respetar la consigna, se oponía a la ley natural. Era todo lo contrario a lo que tenía que ser. Hasta parecía tener voluntad y vida propias. Era meditabunda pero escandalosa; preguntaba de todo, reflexionaba de todo y tenía idea de todo, poseía los pensamientos más disparatados y desnecesarios y lo peor del caso era que nunca se los guardaba para ella, siempre estaba opinando y hablando hasta por los codos, incluso cuando el pequeño se negaba rotundamente a escucharla y cuando nunca se permitió ceder a sus tentativas y provocaciones. Algunas veces, enojada ante tal indiferencia se inclinó por gritar y reclamar, pero no consiguió siquiera inmutar a su impasible y apático interlocutor. No era así que debía ser una sombra y más que nada no era correcto que él le hiciera caso a algo que por principio no debía ni siquiera existir y mucho menos atreverse a opinar.

Lo normal es que la sombra siga sin chistar a su amo. Sin embargo, en esta ocasión la sombra era soñadora e idealista y mucho me temo que protestante al extremo. La muy ilusa tenía anhelos de correr y no se negaría a volar si tuviese alas. Siempre vanidosa y engreída comentaba a grito herido que no nació para ser sombra, sino que nació para brillar.

En cambio, el niño creía haber nacido para ser sombra y quería más que nada convertirse en una. Pero, no una sombra engreída e insoportable como esa molesta sombra suya, sino una sombra de verdad, de las que no hacen nada, no piensan nada y no dicen nada. ¡Qué bueno sería ser una sombra de verdad!

Cada día el niño anhelaba ser sombra mientras la sombra deseaba ser niño. Parecían perseguirse mutuamente y nunca alcanzarse jamás, parecían no dar la talla, no estar a la altura.

Mientras el niño quería pasar desapercibido, ser totalmente tranquilo, calmo y vano; la sombra quería todo lo contrario. ¡Qué necia sombra! ¿Por qué no hace solo lo que le corresponde, nada? El niño aspiraba ser como son todas las sombras, grises y vagabundeas mientras la muy testaruda sombra, no renunciaba a ser como se espera que sean los niños, activos, alegres y creativos.

Cierto día, mientras el niño dormía plácidamente se le presento en su sueño una bruja buena, era tan buena que ofreció al niño conceder uno de sus deseos. El niño sin pensarlo dos veces manifestó su esperanza de ser sombra, una sombra de verdad. La bruja podía hacerlo fácilmente y de hecho lo hizo a la brevedad. Sin embargo, en seguida muy sincera y amable, considero necesario explicar al niño que alguien debía ser niño y por eso debió poner a la sombra en el lugar que antes era suyo. El niño complacido agradeció, poco o nada le importaba lo que ocurriera con la molesta sombra, lo verdaderamente importante era lo que él quería y, finalmente lo había conseguido.

Fue así que el niño se hizo sombra y a su vez la sombra en definitiva se convirtió en niño.

El niño alcanzó su sueño y, era justo como quería. Pero, no igual era para la sombra; fue grande la desdicha y la decepción cuando la pobre descalabrada se dio de cuenta que la razón del niño era en absoluto razonable, su cerebro no pensaba; además, de que sus manos no agarraban, sus pies no caminaban y tanto sus músculos como huesos no trabajaban. Por todo eso y más, la sombra nunca jamás pudo brillar, era absurdo, por no decir imposible, hacer tal cosa en un cuerpo tan sombrío y tan apagado. El mundo como la sombra no obtendría de el beneficio alguno.

No paso mucho tiempo hasta que el temperamento intrépido y orgulloso de la sombra sumado a la cabeza hueca y el corazón congelado del cuerpo del niño, hiciera de las suyas. Siempre tan osada y vanidosa se atrevió a importunar a los padres del menor, reclamando y protestando por el despojo de cuerpo haragán y negligente que le habían legado. Estos disgustados por la ingratitud y falta de complacencia de su único hijo decidieron unánimemente que este no era más el niño de sus amores; y, en concordancia con ello retiraron sus afectos y nunca más volvieron a hacer nada por él.

Entonces, la acongojada sombra, atrapada en un cuerpo que no supo nunca cómo hacer nada, que no sabía siquiera como atenderse, alimentarse y vivir por sí solo, sucumbió de lastima, aburrimiento, inanición y desesperanza y, como era de esperarse de una sombra de verdad, el niño sombra pereció también con ella, sombra y niño se esfumaron a la par.

Fin

Los Pesares De Un MiserableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora