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« Alessia, aún recuerdo el día que tocaste mi puerta »

* ੈ✩‧₊˚


—¿Y este lindo gatito?—Sonreí cuando unos hermosos y penetrantes ojos verdes me quedaron viendo con curiosidad. Me apoyé en el umbral de la puerta, retratando divertido la escena, la Alessia había puesto a la pequeña criatura frente a su cara, de tal manera que no pudiese verla, ni hacer contacto visual con ella.

Qué lástima, con lo linda que era.

—Vengo de parte de la Leah—Imitó una voz extraña, ronca, haciéndose pasar por el gato.

Ahogué una carcajada.

La Leah por suerte ya me había puesto al tanto de todo, por lo que no fue necesario que me diera ningún tipo de explicación ante lo que estaba ocurriendo.

Además, lo que menos deseaba era que recordara el mal rato que pasó debido a los tipos que se habían metido a su casa. Sabía lo incómodo que era hablar de ese tipo de situaciones que se nos salían de las manos.

—¡Bienvenidos al piso 555 entonces!—Anuncié mientras reía, haciéndome a un lado, dándole paso absoluto para que entrara. Al principio siguió con el jueguito, sin querer mostrarse, sin embargo noté unos mechones morados al rato y me quedé marcando ocupado ante la duda de su nuevo look.

—Ni se te ocurra molestarme por esto—Dio énfasis a su melena púrpura y después a su ropa. Sonreí.

—¿Cosplay de shakira?—No pude evitar comentar—, me gusta.

Me miró mal y aquello me emocionó. Amaba sus expresiones, era preciosa.

—Era mucho mejor que la roja—Comentó y luego dejó a su amigo en el piso, quién se puso a lamerse sus patitas apenas tocó tierra firme.

—A ver si adivino, ¿esto es obra de la Leah?

Asintió, y luego se sacó la peluca, mostrando por fin su cabello de color caramelo amarrado en un moño alto. Su flequillo también se dejó ver y luego soltó un fuerte suspiro.

—Perdón por estar aquí—Se disculpó al instante. Cerré la puerta y volví a poner toda mi atención en ella—, no tenía otra opción, y sé que ni nos conocemos, pero...

—No me pidai perdón—Me encogí de hombros—, puedo entender tu situación a la perfección, no tengo atao en darte una mano.

Bajó la mirada y noté como tragaba saliva con dificultad. También entendía su frustración, y aquella sensación de sentirse completamente incompetente ante las nulas posibilidades que existían.

—Qué vergüenza—Musitó honesta.

Jugué con mi piercing y luego tomé las bolsas que traía en sus manos sin previo aviso—Siéntate, ¿quieres tomar algo? ¿agua? ¿o jugo?—Ofrecí. Se quedó muda por un rato y luego pestañeó reiteradas veces, confusa. Dejé las bolsas en el sillón crema y luego retomé aquello que tanto quería comunicarle:—Sé que se te puede hacer incómoda esta situación, y rara también, pero son cosas que pasan, mira, ¿qué tal si nos presentamos de nuevo?—Una pequeña carcajada se me salió de los nervios—, quizás así te de más confianza. Soy Aiden, y tengo veinte, ¿y tú?—Estreché mi mano hacia ella.

Pasarela de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora