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« Alessia, pienso en ti cada día »





* ੈ✩‧₊˚


Buscamos un lugar apartado del parque más cercano y nos sentamos bajo un gran árbol lleno de hojas verdes. La brisa era cálida y amena, perfecta para aquel improvisado plan, donde ambos deseábamos relajarnos y comer al aire libre.

—¿Te parece aquí? Llega sombrita.

—Sí—Respondí con la caja de pizza en mis manos. Me agaché para apoyar mi espalda contra el tronco del árbol y la Alessia imitó mi acción, posicionándose a mi lado—Oh, hace rato que quería sentarme.

—Gracias por cumplir mi capricho—Abrazó sus piernas.

—Yo feliz. Además es pizza, no podía negarme—Le bajé el perfil y luego abrí la caja, sintiendo la emoción recorrerme por probar aquel manjar de dioses. La Alessia se quedó igual de maravillada que yo, por lo que la miré burlón y hablé nuevamente—: te concedo el honor de sacar el primer pedazo.

—¿Puedo?—Se le iluminaron los ojitos.

—Por supuesto, angelito—Aseguré dibujando una sonrisa en mis labios.

Sacó un pedazo con nervios y su rostro se iluminó de la alegría. Cerró sus ojos antes de comer.

—¿Y eso?

—Estoy pidiendo un deseo—Me explicó con las mejillas ligeramente sonrosadas. Apoyé mi codo sobre mi rodilla y la aprecié, tan hermosa, que aún me quedaba embobado por ella—. Siempre que como algo súper rico lo hago.

—¿Si? —Asintió—, qué interesante.

Le dio un mordisco a su trozo con felicidad—Disfruto mucho más, desde niña que lo hago, me lo enseñó mi mamá—Se soltó. Al recordar a la aludida su vista se detuvo en un punto fijo, y comenzó a masticar más despacio—, una de las creencias que alcanzó a dejarme.

—¿Qué pasó con ella?—Saqué un trozo, observando detenidamente las verduras. Reprimí las ganas de arrugar la nariz, no era muy fan de los ingredientes que tenía, además no me gustaba el champiñón. Pero ni cagando me negaba a la Alessia, sus ojitos pardo llenos de ilusión me habían hechizado por completo.

—Se fue—Sus ojos se oscurecieron apenas dijo esas dos palabras—, y me dejó con mi papá. Básicamente me abandonó con él.

Me quedé helado con la pizza en el aire, procesando aquello que me había confiado. Tragué grueso. Ahora varias cosas cobraban sentido y el rompecabezas que acompañaba mi incógnita respecto a la Alessia comenzaba a encajar.

—¿Qué edad tenías?

—Nueve—Murmuró succionando su labio inferior—. Me costó asimilarlo, mi papá había sido sincero desde el primer día, diciéndome que ella me había abandonado. No quise creerle, manteniendo la esperanza de que volvería por mí. No entendía por qué me había dejado sola, por qué me abandonaba si yo no tenía la culpa de nada. Hasta hoy día que no lo logro entender, pero lo que sí sé, es que fue lo suficientemente inteligente como para dejar a mi papá—Bajó la mirada a su trozo de pizza, descansando sus brazos sobre su regazo.

Asentí. Sin duda era un tema complejo. Y sabía perfectamente cómo se sentía ser abandonado, también lo había vivido en carne propia, y dolía.

Solté aire.

—¿Has pensado por qué pudo haberse ido?

—Mi papá es alcohólico—Se limitó a susurrar.

—Sí que has cargado con mucho—Respondí aún procesando la información, sintiéndome mal por ella. Mi mente retrató a la Alessia de niña y mi corazón dolió. Sin duda aquellas cosas marcaban, y frustraba no poder ser capaz de regresar el tiempo y brindarle ayuda a aquella niña vulnerada que tuvo que desilusionarse a tan temprana edad de dos de las personas que más amor y contención debían darle—, debió ser una mierda.

Pasarela de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora