VUELTA A CASA

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Crecí escuchando las historias de mi madre. Sabía que huían de algo, pero nunca conseguí  que me dijera de qué exactamente. Ella me hablaba de un mundo muy distinto al nuestro. La magia allí no existía. "Magia", así es como ella llama a las bendiciones de La Diosa. Según ellos, para saltar a nuestro mundo usaron la ciencia y la tecnología. Son un poco como la physis y la magia de nuestro mundo, pero más interesantes y mucho menos... limitadas.

Aquí todo el mundo puede usar esa magia, pero no hasta los 16 años

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Aquí todo el mundo puede usar esa magia, pero no hasta los 16 años. Es entonces cuando se recibe la bendición de La Diosa, todo depende de sus caprichos.

Mi caso fue bastante especial. Era el primer hijo de un forastero nacido en Rodia. Nadie sabía si La Diosa otorgaría sus regalos a los nuevos habitantes de este mundo o, por el contrario, tendríamos que aprender a vivir sin ellos en una sociedad donde el estatus lo es todo.

A pesar del revuelo yo solo podía pensar en lo de siempre: las maravillosas historias sobre La Tierra 002. Al parecer tenían maquinas rodantes que podían correr más que cualquier caballo o incluso más que la mayoría de los bendecidos como mensajeros. También había maquinas capaces de volar y algunas te permitían hablar con gente situada en cualquier parte del mundo. Hasta tenían relojes como el mío, pero sin la necesidad de darles cuerda. Todo sin depender de ningún dios, cualquiera podía acceder a ello cuando y como quisieran.

Envidiaba a los pocos que habían traspasado el portal antes de que colapsara. Se habían quedado atrapados en aquel mundo, pero por lo menos podrían disfrutar de la libertad de no estar atados a una bendición de por vida. Según me había contado mi madre, la idea era dejar el portal abierto permanentemente, pero tras unas pocas horas un fallo catastrófico hizo que se cerrara de golpe. La tecnología no estaba lo suficientemente avanzada, habían hecho todo con demasiada prisa. No volvió a aparecer ningún portal. Ella cree que fue por falta de recursos, pero yo opino que se buscaron otro mundo más interesante.

En realidad, lo único que me importaba mientras cambiaba hacia el centro de la sala era que no me tocara ser sanador. En un reino en guerra los sanadores no dan abasto. No me gustaría pasar el resto de mis días atendiendo heridos. Sin embargo, acabaría deseando que hubiera sido así.

Todos me miraban con curiosidad, incluso el Rey se encontraba presente. Frente a mí , un escriba que sostenía un pequeño reloj de bolsillo tomaba notas.

—Queda un minuto —afirmó con una voz firme que resonó por la estancia.

Los registros no siempre eran precisos, así que cuando oficialmente cumplí 16 años nadie se sorprendió de que no sucediera nada. Normalmente había algún tipo de manifestación involuntaria cuando recibías la bendición, pero los minutos pasaron hasta convertirse en horas y todo seguía igual. Intenté leer la mente a alguno de los presentes, fue en vano. Tampoco me sentía más fuerte ni más rápido; veía el mundo exactamente igual y no parecía que ninguna parte de mi cuerpo brillara o hubiera cambiado. Estaba a punto de darme por vencido cuando sucedió.

Sueños FebrilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora