NADA

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Era... era... ¿Cómo era? Volví a mirar por la ventana de la nave, hacia el final del universo. Era extraño, vacío, pero vacío de verdad; era como si... Al despegar la mirada del exterior perdí el hilo de mis pensamientos. Reculé confundido.

—Es fascinante —afirmó Nandi a mi lado.

Se había sentado con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en las chapas metálicas que conformaban el interior de la nave. Con un cuaderno entre las piernas escribía a toda velocidad. Se tomaba el diario de abordo demasiado en serio.

—¡Exacto! No lo recuerdas, ¿verdad?

Pestañeé un par de segundos, ¿Qué era lo que tenía que recordar? Volví a mirar el exterior. No había nada. Ni siquiera era negro, simplemente no era, pero a la vez... no podía comprenderlo. Reprimí una exclamación mientras daba un paso atrás.

—¿Has visto...?¿Algo ha...?

—¿El qué? —preguntó Nandi, levantando la cabeza del papel.

—¿Eh? —pregunté.

¿Qué había dicho? Me senté a su lado, confundido. Esperé pacientemente hasta que Nandi volvió a hablar.

—Ves, a eso me refería —canturreó mientras continuaba con su diario—. Mi teoría es que es demasiado complejo para nuestro cerebro. No puede procesar la no existencia absoluta, simplemente es imposible, por eso no puedo recordar como es el exterior.

Se había teorizado mucho de lo que había al final del universo. Bueno, en realidad la respuesta era simple: nada. El problema es que nadie sabía lo que era la nada, no realmente. Ni tiempo, ni espacio, ni materia, ni energía. Nada. Ni siquiera se podía decir que había vacío, porque no había universo. No sabía que era más aterrador si que no existiera absolutamente nada fuera, que hubiera un límite, o que solo fuera otra barrera que pasar para seguir avanzando hacia algo interminable.

—Pues vaya mierda —afirmé. Tanto trabajo para no poder entenderlo.

De todas maneras, ¿Qué interés tenía si fuera estaba vacío? No podía haber ningún ser vivo ni... bueno, ni nada. Ya lo habíamos confirmado, existía, había un final. Me entró un escalofrío, estábamos en el límite.

Dos golpes me sobresaltaron. La nave a veces hacía aquellos ruidos cuando los metales que la componían se dilataban y contraían.

—¿A qué viene esa cara, teniente? —preguntó una voz cercana.

—¡Capitán Ramirez! —exclamé.

Me levanté de golpe, cuadrándome ante Sashan. Había vuelto de la exploración antes de lo que pensaba. Él observó a mi espalda la escotilla, el final de todo, y sonrió. Sin perder aquella alegría cruzó su mirada con la mía y me dio un fuerte apretón en el hombro.

—Anímate un poco, chaval, que lo hemos conseguido. Podemos volver a casa.

Asentí. Tenía razón, después de tomar las mediciones oportunas nos iríamos. Podríamos volver a nuestros hogares. La nave crujió ligeramente, como si algo estuviera dando golpes en ella, pero seguramente era el metal contrayéndose.

—¡Chicos! ¡Chicos! —Brodi llegó jadeando.

—¿Qué pasa? —pregunté— ¿Algo mal con las mediciones?

—No, esto... es que en la otra sala, por la ventana, el capitan... —Su expresión cambio, relajándose y ladeó la cabeza como si intentara recordar algo. Da igual, no era importante.

—Estoy aquí, tranquilo. —La voz de Sashan era calmada—. Podéis empezar las maniobras, volvemos a casa.

La sonrisa del capitán era contagiosa. Estaba pensando en dirigirme hacia la sala de mando para comenzar los preparativos cuando unos golpes sonaron a mi espalda, justo en la ventana. Quería ignorarlos, pero parecían muy rítmicos para ser producto de los movimientos de la nave. La cara de Ramirez, que hasta entonces había permanecido inquebrantablemente optimista se tornó seria. Dejó caer la mano que aún mantenía apoyada sobre mi hombro.

El sonido se repitió, esta vez más frenético e inmediatamente detrás de mí. Giré bruscamente para enfrentarme al vacío, pero en su lugar encontré una figura humana golpeando el cristal con el puño. No hay nada más aterrador que observar la nada y encontrarte algo observando de vuelta. El sonido desapareció en el momento en el que ambos cruzamos miradas. Había parado de golpear el casco de la nave.

Me acerqué poco a poco al cristal, viendo como la figura agitaba los brazos frenéticamente. Su brillante casco me devolvió mi propia imagen distorsionada, evitando que pudiera observar el rostro de la persona enfundada en el grueso traje espacial con claridad. Sentí como el calor ascendía desde mi pecho hasta el rostro, inundando cada fibra de mi ser. En el lateral de la gruesa tela, diseñada para soportar las extremas condiciones del espacio exterior había un nombre bordado. Un nombre que era imposible que se encontrara fuera: Capitán S. Ramirez.

Teníamos a la Nada dentro de la nave.


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⏰ Última actualización: Jan 12 ⏰

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