2. El gran mar

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Un viejo capitán guiaría la flota de ambas casas. El capitán Roguers Rockhole era un hombre de mucha experiencia. Se podría decir que nació en el mar, y había pasado más de un cuarto de su vida en un bote que en tierra firme. Era un hombre con la cara chamuscada por el sol y con unos ojos acuosos, desgastados ya por mirar tanto el reflejo del mar.

La flota de los Proditor era muy sencilla. No eran naves muy grandes. Ni tampoco necesitaban serlo. Las guerras ya habían acabado. Esta familia se dedicaba más al comercio. Y las estrechas islas hacían que los viajes no fueran muy lejanos, se comercia con las islas vecinas y poco más. Nada necesitaban las personas del archipiélago que viniera de las otras partes de Ag'drag.

El primer día del viaje a Islas Malditas fue muy tranquilo, se observaba el agua cristalina, característico del Mar de Anacia. A lo lejos no se lograban ver las islas malditas, en su lugar, se observaba una niebla. Brina, que sabía algo de historia le dijo a Aren:

—¿Sabes primo? Se dice que estos archipiélagos fueron creados por la pelea entre dos dioses: Kilga y Mauna. Ambos lucharon en un enorme valle del este y destruyeron sus tierras, formando estos archipiélagos. Al final Mauna, el dios águila de fuego, mató a Kilga. Y ella, arrepentida por lo que le había hecho a su hermana, se exilió. Abandonando a las personas del oeste.

Aren, que estaba observando el mar cristalino, volteó hacia su prima. Levantó una ceja.

—¿Me estás diciendo que los señores del archipiélago tienen a su dios como emblema de familia aun cuando él los abandonó?

Brina asintió.

—No solamente eso, las personas del oeste culpan a las personas del este por la supuesta maldición que tienen —dijo Brina mientras paseaba sus manos por la borda—. Con la muerte de Kilga las tierras quedaron desprotegidas. O eso es lo que dicen. Se culpan los unos a los otros porque sus dioses los abandonaron. Uno fue asesinado y el otro se autoexilio.

—¿Nuestro dios, Tenror, luchó contra algún otro dios? —preguntó Aren, con genuina curiosidad.

—Pues, que yo sepa no. —Brina se puso un dedo en la mejilla—. Tenror no es envidioso como si lo fue Mauna, el águila de fuego. Él es el lobo, "El lobo caza en manada". Nunca compite contra su propia manada. El ave de presa, en cambio, caza sola, ella compite con otras aves rapaces por la comida. El lobo la comparte. Y creo que Mauna, el águila de fuego, sintió que le estaban quitando seguidores cuando le rezaban a Kilga, en lugar de pedirle a Mauna, por ejemplo, que apagara los incendios, le pedían lluvias a Kilga para que los apagara. En lugar de pedir sol para que se acabaran las tormentas, le rezaban a Kilga para que las terminara.

Aren perdió rápidamente el interés en lo que su prima le había contado, él quería saber si el dios lobo había luchado y asesinado a uno de sus hermanos. Las historias de los dioses de otras partes del mundo le daban igual a Aren.



Pasaron los días y tanto Aren y Brina tenían que ayudar en el barco. No había lugar para perezosos ni buenos para nada en el galeón. Aren ayudaba en distintas cosas que el capitán le indicaba y Brina ayudaba a preparar la comida para la tripulación.

En el cuarto día, las aguas cristalinas del mar del este se esfumaron, una densa neblina invadía el lugar. Los barcos encendieron sus lámparas de aceite para no perder el rumbo. Sonidos de cerdos se escuchaban a lo lejos. La niebla no les permitía ver ni su nariz, era en extremo densa, y no solamente eso, los cerdos chillaban, blasfemando e insultando a los dioses que los abandonaron.

Aren y Brina estaban en sus alcobas respectivas sin poder dormir por los chillidos y blasfemias de los cerdos. De repente se empezó a mover el barco de una manera muy violenta, ambos salieron para ver que sucedía, la niebla se disipó lo suficiente como para ver algo más allá del barco. Lo único que observaron en el mar eran unas escamas dorsales que salían y volvían al sumergirse. Sin lugar a dudas algo los estaba siguiendo. En ese momento entendieron porque los cerdos chillaban tanto.

Enfrente del barco, una enorme bestia, tan grande como un castillo surgió de entre las profundidades, tenía espadas por dientes, las cuencas de los ojos vacíos, cuernos rotos en la parte superior de su cráneo y un color negro que brillaba con sus escamas a la luz de la luna, era una monstruosidad. Horrible y perturbadora de ver. 

Todos se asombraron del horror al verlo. Quedaron estupefactos por el tamaño de la gran bestia. Mientras todos guardaban silencio, la gran bestia abrió la boca y dijo con una voz gruesa y carrasposa:

—¡Hambre, tengo mucha hambre! —Una risa macabra resonó al final de esta oración.

En un instante la bestia con una gran vehemencia se arrojó al barco. Mientras seguía repitiendo las mismas palabras "¡Hambre, tengo mucha hambre!" El barco quedó destrozado y sin rastros del capitán o del ejército de los Proditor. Solo reinó el silencio...

Los príncipes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora