14. Una gárgala no hace huracán.

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Un ruido invadió el meandro por donde pasaban.

―¿Reconoces ese sonido? ―preguntó Teonidar.

Lu alzó las orejas, las hizo rotar. Un ruido hueco, como el de dos cocos chocando, resonó a la distancia. Ella sonrió.

―Gárgalas ―dijo ella haciendo un ademán con forma de pájaro―. Creo que estamos cerca.

Vieron en la copa de los árboles las alas azules de una gárgala revoloteando. Su cuerpo color café y su abdomen de un tono vainilla la delataron entre las verdes hojas. Escapaba a la densidad del bosque, con su caparazón roto.

―Parece que esa tendrá que volver a la costa a buscar una concha ―comentó Teonidar.

―En época de huracanes, lo dudo, morirá sin dejar descendencia ―dijo Lu con un gesto suspicaz―. Sin caparazón, lo más probable es que sea víctima de una Fligra.

Teonidar le dio la razón, asintiendo. Lu descorrió el brazo de un arbusto, un desfiladero apareció frente a ellos. El sonido hueco se había incrementado. "pack, pack, pack".

Ambos alzaron la mirada en busca del ruido que hacían las aves. Vieron a varias gárgalas tratando de perforar los caparazones de sus adversarios en el aire.

Teonidar advirtió la presencia de otras aves muy pequeñas color marrón, regordetas, con alas atrofiadas y picos rectos. Todas observando las peleas en la boca de aquel desfiladero.

―Creo que es época de celo ―dijo Teonidar.

―¿Por qué lo dices? ―preguntó su amiga.

Teonidar apuntó hacia las aves regordetas.

―Esas son gárgalas macho ―dijo Teonidar, explicando lo que había leído en uno de sus libros―. Las que están volando son las hembras. Están buscando a un macho para que viva en su caparazón y cuide de sus huevos.

Un sonido, como el de un cristal rompiéndose, advirtió a los jóvenes. Una de las gárgalas le había roto el caparazón a otra. El ave gorjeó, triunfante, luego de eso bajó hasta la boca del desfiladero buscando su recompensa: un macho. La gárgala macho la observó, ladeando la cabeza, subió de un salto a su lomo, introduciéndose en su caparazón por un orificio.

Lu alzó las cejas, sorprendida. Le sonrió a su amigo.

―¿Cómo sabe eso? Sobre las gárgalas ―preguntó su amiga con un ademán de sorpresa.

Teonidar alzó un dedo, amaba que le hicieran preguntas.

―Lo leí en un libro de zoología ―respondió Teonidar, complacido―. Quizá me pregunten algo sobre el comportamiento de estos animales en mi examen de admisión.

―¿Tú crees que te hagan una pregunta así en esa prueba?

―Sí.―Asintió―. Donde hay gárgalas hay Fligras, eso es muy importante.

―Por lo peligrosas que son las fligras, supongo.

―No exactamente ―dijo Teonidar, hizo visera con la mano y apuntó a una de las aves―. Las gárgalas secretan una toxina en sus plumas porque comen un fruto venenoso. Las Fligras necesitan de esa substancia para generar clorofila artificial, pero morirían si comen directamente del fruto, entonces...

Los príncipes rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora