CAPÍTULO 1

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Tanya, así me llamo. Tengo diecisiete años. Vivo en un orfanato en el que la gente es muy amable, pero eso no quita que me sienta sola. No me hablo con nadie; las únicas veces que lo he hecho, la gente me ha demostrado que no puedes confiar más que en ti mismo. Llevo encerrada aquí desde que hace dos años mi familia fue asesinada. Y digo asesinada porque papá no tuvo la culpa de nada. Papá iba conduciendo tranquilamente el coche cuando un camión se cruzó de carril y nos invadió. Aún recuerdo la hora exacta del accidente y las últimas palabras de mamá. Recuerdo que fue el veinte de abril de 2015, cuando yo apenas tenía quince años. Cuando vimos que el camión chocó contra nosotros, las numerosas vueltas de campana que sacudieron el coche y que mamá, papá y Jack empezaban a sangrar, mis padres me empezaron a gritar desesperados que me fuera, pero yo no podía hacer nada. No tenía las fuerzas suficientes para desabrocharme el cinturón y salir corriendo de allí, no; lo que hice fue intentar ayudarles, aun sabiendo que resultaría imposible, pues ya apenas respiraban. Entre susurros, mamá me dijo que me quería más que a nada en el mundo, y que nunca lo olvidara. Papá, agonizaba mientras mamá moría, y en sus últimos segundos me dijo que viviera y que intentara olvidar esa escena. Que esperaba haber ejercido de padre como me merecía y que no me olvidara de cuánto me quería. Jack, estaba llorando, muy asustado, mientras veía cómo papá y mamá morían, mientras que a él, le resbalaban chorros de sangre por la cara. Le abracé con todas mis fuerzas y le dije que no se preocupara, que todo iba a estar bien. Antes de morir, me dio un beso en la mejilla derecha. Todo ocurrió a las cinco y media de la tarde del dichoso veinte de abril de 2015. Si pudiera volver, intentaría evitarlo todo. Cuando comprobé que todos habían muerto, decidí que lo mejor sería llamar a la policía. Varios coches patrulla llegaron poco tiempo después. Una de las agentes que se bajó de uno de esos coches, se acercó y me preguntó:

-Hola, pequeña. ¿Estás bien?

-Hola, me parece que sí, pero mis padres y mi hermano siguen ahí dentro.

-¿Están heridos?-No pude contestar a la frase, pero dije:

-Peor aún. Ha ocurrido hace apenas unos minutos-expliqué, sin querer referirme a su muerte.

-Vale, cariño. De momento, deja que vengan a recoger el coche y se lleven los cuerpos, y vente con nosotros a comisaría. Te quedarás allí hasta que acabe nuestro turno. ¿No tienes familiares con los que quedarte?

-Em... Pues la verdad es que no. Es una historia un poco larga de explicar.

-Da igual. Todo lo que nos cuentes nos será útil para realizar la investigación-dijo, sin abandonar su tono amable.

-Bueno, está bien. Los familiares de mi padre murieron hace años en un accidente de tren, y mi madre nunca llegó a descubrir si tenía familiares vivos-cuando dije eso, la policía pareció interesarse realmente. Me pidió que continuara y así hice-verá, nosotros nos mudábamos desde otra ciudad, pero realmente no somos de este país. Somos suecos. Yo me llamo Tanya, por cierto.

-Vale, chiquilla. Yo soy la agente Ramírez, aunque bueno, me puedes llamar Claudia. Ven, vámonos al coche. Te llevaré a comisaría.

Esperamos un rato a que los demás agentes volvieran a meterse en sus respectivos coches. El trayecto a comisaría desde la autovía fue silencioso, apenas hablamos. Solo Claudia y el agente que iba sentado en el asiento del copiloto cruzaron algunas palabras a mitad de camino. Llegamos y yo me sentí una extraña. Me sentía culpable de lo que había pasado, y creía que no me merecía seguir viviendo si mi familia había muerto por mi culpa. Porque nunca le conté a nadie que tuvimos que parar unos kilómetros antes de colisionar. Siempre me he sentido culpable de haberles hecho parar para que yo pudiera ir al baño; quizá si no hubiéramos parado no hubieran muerto. Y, ahora, mientras escribo todo esto en mi diario, me da otro ataque de ansiedad. Pero lo sufro en silencio, no se lo digo a nadie. Seguiré contando qué pasó. Pasé el resto de la tarde allí. Estaba sentada en la sala de espera. La gente se extrañaba mucho de ver a una niña sentada en la sala de espera de una comisaría, pero tal como estaba yo, no tenía tiempo de pensar en qué pensaran de mí. Dos horas más tarde, Claudia vino a donde yo me encontraba. Estaba ojeando unas revistas cuando me sobresalté cuando me habló, inesperadamente:

LA LLUVIA EN LOS CRISTALESWhere stories live. Discover now