CAPÍTULO 4

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Buenos días. Hoy no estoy de muy buen humor para escribir, pero si eso va a conseguir que la mente se me despeje un poco, lo haré. Hoy es diecinueve de abril. Creo que no hace falta explicar de qué acontecimiento es víspera el día de hoy. Para colmo, esta semana hemos empezado otra vez el instituto tras las vacaciones de Semana Santa, y ya tengo mil exámenes. Estudio cuarto de la ESO, por cierto. Bueno, os contaré lo que ha ido pasando estos días con Leire. Fuimos hablando más hasta que se abrió y decidió contarme el motivo por el que siempre suele vestir de negro y tener un carácter reservado y callado. Mantuvimos una conversación:

-Hola, Tanya. Solo venía para hablar contigo. Quería disculparme por todo lo que Sara y Esther te han ido haciendo. Quiero que sepas que yo en ningún momento he sido partícipe de nada.-Ni siquiera me dio tiempo a reaccionar-: vengo porque quiero aclarar las diferencias entre nosotras y que podamos ser amigas.

Yo, todavía extrañada por su aparición, contesté:

-La verdad es que a mí también me gustaría conocerte más. Siéntate aquí y hablemos. Conversamos un rato y descubrí cosas de ella que siempre me habían llamado la atención. También, que había estado equivocada todo ese tiempo. Leire no era para nada como yo me la había imaginado: era una chica, sencilla, bondadosa, tímida, amable, empática... Su situación no tenía para nada algo que ver con la mía. Ella estaba internada aquí porque sus padres no podían hacerse cargo de ella. Según me contó, su padre era un camionero maltratador que había muerto hacía dos años en un accidente. Su madre se había dado a la fuga y nadie más podría cuidarla. Tanto la madre como el padre eran hijos únicos, algo que ella también compartía con ellos. No tenía hermanos, y llevaba aquí desde que era una criatura de apenas siete años. Me conmovió tanto su historia que me sentí fatal de haberle juzgado y haber tenido prejuicios suyos sin antes haber hablado con ella. Yo decidí que le contaría lo mío, y, en cierto modo, también sería una forma de desahogarme, pues desde que había llegado aquí nadie había hablado conmigo. Aquel rato que pasé con ella me resultó agradable y me di cuenta de que con Leire podía ser como yo era, sin máscaras. Estuvimos hablando acerca de nuestro carácter, gustos, opiniones sobre ciertos temas... Nos dimos los números de teléfono, porque aunque llevábamos compartiendo habitación durante casi tres años nunca habíamos cruzado la palabra nada más que para hablar sobre decisiones entre las cuatro. Nos convertimos en mejores amigas y decidimos que tendríamos que repetir esas quedadas muchas veces. Ahora, después de mucho tiempo, podía decir que era yo. No, mejor dicho, que volvía a ser yo. Volvía a confiar en mí, y a entender el significado de la palabra amor. Decidí que tenía que llamar a Pablo para contárselo todo. Él, ahora a parte de Leire, era el único que sabía lo de las chicas con las que compartía habitación en el orfanato. Entré en WhatsApp, busqué su chat y pulsé el icono de la cámara. En apenas unos segundos, su cara aparecía dibujada a través de la pantalla de mi móvil. De pronto, apareció Edu en la pantalla, robándole así el móvil a Pablo para hablar conmigo. No pude evitar soltar una carcajada. Sí, definitivamente ahí me di cuenta de que estaba enamorada de Pablo. Tras varios intentos de convencer a Pablo, Eduardo al fin accedió y le devolvió el móvil a su hermano mediano. La llamada fue bastante larga:

-¿Qué tal va todo? Llevamos cuarenta y ocho horas y miles de segundos sin hablar-comentó Pablo, con aires chistosos.

-Bien, me aburro un poco pero bueno, supongo que es lo que toca.

-¿Estás segura de que va todo bien?-insistió él-Taty, te conozco lo suficientemente bien como para saber que hay algo que te preocupa.

Yo me rendí. Estaba claro que a Pablo jamás le podría mentir, así que, sin muchas ganas, dije:

-Bueno, vale. Estoy un poco triste porque estamos a diecinueve de abril.

-¡Eeeh! Taty, no te pongas triste. Imagino lo duro que debe ser, pero escúchame bien: tus papis están muy orgullosos de ti allá donde quiera que estén, ¿vale?-No contesté, pero asentí firmemente con la cabeza. Estuvimos hablando un rato bastante largo y después de casi dos horas nos despedimos. Ahora estaba un poco menos triste después de haber hablado con mi mejor amigo. Entonces, me vinieron a la mente pensamientos que nunca antes había tenido. Recordé que Leire me había dicho que su padre era camionero y que murió en un accidente automovilístico el mismo día que mis padres. Que su padre había estado bebiendo antes de salir y que a mitad de camino se chocó contra un todoterreno azul. MI todoterreno azul. De repente, todo tenía sentido. Mira que para ser yo en el momento en que me lo dijo no me puse a dar vueltas al asunto. Pero ahora que por fin caía lo entendía todo. Leire simplemente se había acercado a mí por pena; estaba claro que a ella yo no le importaba lo más mínimo, y que solo se había acercado para sentirse menos culpable de ser hija de un asesino. Creo que esto último lo dije gritando, a juzgar por las caras que ponían mis compañeras. Entre los cuatro rostros que se encontraban asombrados ante mi espectáculo, se encontraba el de Leire, que lo escuchaba todo con lágrimas en los ojos. Cuando terminé de hablar, ésta salió corriendo de la habitación abriéndose paso entre todas las cosas tiradas por el suelo. Al principio, noté satisfacción; después de todo, su padre había sido el causante de la muerte de mi familia, aunque reaccioné rápidamente y salí corriendo también de la habitación, dejando a mis compañeras indiferentes. Perseguí a Leire por los pasillos, hasta que por fin se detuvo, exhausta, justo delante de la puerta de los baños del segundo piso. Le supliqué que me escuchara. No lo hizo, así que tuve que hacerme oír:

-Leire-grité-Leire por favor, escúchame.

Ella, visiblemente irritada de que pronunciase su nombre en alto, dijo:

-¿Qué quieres?

-Perdóname, por favor. Eso que decía no iba en serio. Yo no quería culparte a ti de lo que pasó. Tú no tienes la culpa, ha sido solo que me he puesto nerviosa.

Durante unos segundos, Leire no reaccionó. Se quedó ausente, clavando los ojos, perdidos en un mar de infinitos pensamientos, mirando al suelo hasta que la abracé. En ese momento, las dos empezamos a llorar. Sí. Tenía razón. El padre de mi mejor amiga había sido el causante tanto de su propia muerte como de la de mi familia. Desde el principio tuve la certeza de que su historia y la mía estaban demasiado unidas. Aunque me sentía muy mal por ella; primero, su madre, que se había dado a la fuga sin avisar; y ahora, su padre. Aunque llevaban prácticamente casi sin hablarse desde que ella había ingresado en este centro, ella seguía queriéndole, a pesar de todo lo que les había hecho pasar a su madre y a ella. Había perdido la custodia cuando Leire tenía siete años; a partir de ese momento, vino aquí. Me contó que Sara y Esther se solían meter con ella, pero que también habían sido las únicas que cuando llegó se acercaron a hablar con ella. Aquella noche, fue una de las peores de mi vida. Entre los remordimientos que seguía teniendo por lo que había pasado con Leire y qué día sería por la mañana, me costó un par de horas conciliar el sueño.

LA LLUVIA EN LOS CRISTALESWhere stories live. Discover now