CAPÍTULO 8

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Las semanas iban pasando muy rápido. Ya estábamos a mediados de julio. Leire iba estando más triste, pues ya pronto se acercaba la fecha de mi ida. Yo también estaba preocupada, pero no dejé que ella me lo notara. Hablaba con Pablo todos los días y le iba contando todo. Él intentaba ayudarme en todo lo que podía, y yo le estaba muy agradecida. La verdad que sin él yo ya hubiera reventado, aunque también me sentía un poco culpable por cargarle a él todos mis problemas. Quizá se terminase hartando de mí, o quizá simplemente no pudiese continuar. ¡Ahora que lo pienso, menuda estúpida! Si mi yo del verano supiese que la misma persona de la que había dudado me estuviera acompañando en uno de los momentos más difíciles de mi vida. Aquí estamos, esperando a subirnos al avión. Mientras, os iré contando.

Llegamos a agosto. AGOSTO. Solo un mes para que nos fuéramos; y lo peor de todo era que parecía que agosto pasase como un suspiro. No había pasado la primera semana, cuando ya estábamos a mediados. Dos semanas. Leire. Me estaba empezando a agobiar. Cogí mi portátil y empecé a buscar sitios donde ir cerca de nuestra ciudad. Encontré algunas reservas y parques naturales. Cuando me iba a dar por vencida, descubrí algo que me llamó la atención: se celebraba la inauguración de un zoológico al aire libre. Rápidamente llamé y reservé dos entradas para el día siguiente. Estaba segura de que a Leire le iba a encantar. Durante la cena no le comenté nada; quería que fuese una sorpresa para ella. A la mañana siguiente, me desperté mucho más temprano. El reloj contaba las siete y dos minutos de la mañana. Ya me había encargado de pedirles permiso a los cuidadores para que nos dejaran salir la mañana entera. Me vestí apresuradamente, procurando no despertar a mis compañeras, excepto a Leire. Le susurré al oído suave y cariñosamente:

-Lali, venga despierta. Es muy tarde y tienes que venir corriendo.

Leire, todavía aturdida por despertarse de golpe, y un poco extrañada, contestó:

-¿Qué? ¿Pero por qué? No son más que las siete de la mañana.

-Ya, por eso te digo que es muy tarde. Levántate, vamos, te prometo que te vas a sorprender.

Resignada, Leire obedeció a mis instrucciones. Se fue a desayunar pasando antes por el lavabo para echarse agua fresca y despejarse. Una vez que ya estuvo lista completamente, le dije:

-Tenemos que ir a la parada de autobús más cercana. No preguntes el por qué, no te voy a responder hasta que no sepas de qué trata esto.

Por fin llegamos. A esas horas, y más siendo verano, la estación estaba vacía casi al completo. Subimos poco tiempo después. El trayecto fue bastante largo. Miré de reojo varias veces hacia Leire y todas ellas, noté que estaba como distante, nerviosa. Como yo también lo estaba, no se me ocurría qué decirle para que se calmase. Llegamos después de un rato, la verdad, muy muy largo.

Parece que ya sale el avión. En cuanto suba y esté acomodada seguiré contándoos lo que pasó...

LA LLUVIA EN LOS CRISTALESWhere stories live. Discover now