CAPÍTULO VI

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"He takes a boat out,
imagines just sailing away (away, away)".

Habíamos ganado contra Polonia 2 a 0. Fue un gran partido y habíamos dominado la mayor parte del tiempo. Eso significaba que habíamos quedado primeros en nuestra fase de grupo y que México había quedado afuera del Mundial.

Todos estábamos contentos con el resultado y nos tocaba tiempo de relajarnos. Nos lo merecíamos. Igualmente teníamos un día solo, porque ya el 3 de diciembre jugábamos los octavos con Australia así que mucho relax no íbamos a tener, pero bueno. Hoy era día libre para todos y mañana arrancábamos con estudio del rival, entrenamiento y ya pasado mañana concentración y puesta en común con los jugadores; como veníamos haciendo siempre.

En mis auriculares sonaba Meddle About, de Chase Atlantic. Su compás sensual me hacía acordar a las palabras de cierto morocho en el lugar que me encontraba ahora: el gimnasio.

Que suplicio.

Agradecía que ayer no me lo había cruzado para nada excepto durante el partido, porque sino le hubiera pedido de rodillas que me haga de todo a la primera que me lo cruzaba.

Claramente tenía que evitar ese impulso que había tenido durante estas últimas horas, por lo que decidí empezando por cambiar de horario para ir al gimnasio y así no encontrármelo y repetir otro suceso de aquellos. Eran tipo 11, después de desayunar y hacer la digestión había venido para acá.

Terminé mi serie de sentadillas búlgaras y me iba a dirigir a la prensa, pero una figura pasando las puertas del gym me detuvo.

Lautaro Martínez lucía una musculosa y bermuda negras que resaltaban sus músculos firmes. No podía negar que algo de atractivo tenía. Lo saludé sonriendo y nos pusimos a charlar.

—¿Qué onda ese tobillo? ¿Qué te dijeron los kinesiologos? —pregunté curiosa.

—Maso menos. O sea, está bien pero no lo puedo forzar demasiado viste. Hoy voy a estar media horita haciendo cardio y después me voy.

—Ah bueno, me alegra que no sea nada grave entonces —me respondió asintiendo con la cabeza y de ahí nos separamos para seguir con lo nuestro.

Mis piernas no daban más en cuanto llegué al fallo. Cuando le puse el seguro a la máquina y apoyé las piernas en el suelo casi me caigo de como me temblaban.

Desde el rabillo de mi ojo vi como una silueta se acercó rápidamente a mi. El olor a perfume de hombre y sudor se acercaron a mi olfato. Obviamente era el Toro que, velozmente, me había rodeado la cintura con su brazo para ayudarme a caminar hasta un asiento.

—¿Estás mejor? —me preguntó cuando ya estaba sentada.

—Sí, un poco. Por lo menos ya no estoy mareada —respondí con los ojos cerrados y las manos apoyadas en el asiento atrás mío—. Gracias por ayudarme.

—No hay problema —abrí los ojos y me estaba mirando de una manera extraña, sus orbes marrones recorrían mi cuerpo como cataratas—. Ya me estaba yendo yo igual. ¿Necesitas agua o algo?

Negué con la cabeza confundida por su extraño recorrido y le volví a agradecer y a decirle que no se preocupara. Volvió a lo suyo y no pude evitar enfocarme en su ejercitación.

Me fijé en cómo sus piernas marcadas se movían una atrás de la otra y me fascinó la manera en que no se cansaba ni hacía el amague de detenerse unos segundos en busca de más aire.

Después de unos minutos, me levanté para poder seguir con lo que me faltaba de mi rutina. Por eso, agarré mi botella de agua y tomé un buen trago. Luego, me dirigí a la caminadora para hacer la última parte.

Quedate || Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora