CAPÍTULO VII

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"And not telling his mates (not telling his mates),
he wouldn't know what to say (wouldn't know what to say, to say)..."

Australia había sido un rival complicado. Si bien habíamos terminado dos jugadas en gol, ellos también habían tenido sus oportunidades. En una de esas, casi nos empatan el partido si no hubiera sido por El Dibu.

Mis ojos iban en aumento cuando el jugador australiano pateó la pelota y había quedado en un casi mano a mano con nuestro arquero. Gracias al cielo, Emiliano tenía una confianza en sí mismo increíble y la pudo atajar. Mis pulmones volvieron a funcionar al igual que los de los jugadores argentinos en cancha. Enzo, siendo uno de ellos, se había tirado al piso a besarle la nuca al Dibu mientras este yacía en el piso agarrando la pelota como si fuera su hija recién nacida.

Me abracé con Aimar en un intento de alivio. Scaloni, sin dejar que esto afectase al equipo, siguió dando indicaciones y mantenía su temple serio y enfocado. A veces me preguntaba cómo es que lo hacía.

Además de los comentarios sobre su inexperiencia, había habido acerca de cómo festejaba los goles. Contra Qatar en la Copa América 2021 había gritado desaforadamente los goles de Lautaro y del Kun. Por ese grito, lo habían criticado de todos lados. A partir de ahí, se mostraba un tipo controlado y que no dejaba que las emociones salgan a flote. Yo, que siempre intentaba hacer eso, lo admiraba.

—¡Aixa! —mi nombre siendo gritado jubilosamente me sacó de mis más profundos pensamientos.— ¿Qué te trae tan pesante? —me preguntó Rodrigo que llegaba hasta mi asiento en medio del quilombo.

Ya nos encontrábamos en el micro yendo para el hotel. Todos estaban festejando por haber pasado a cuartos de final y yo, distante, aunque también emocionada, me hallaba a un costado sentada, tranquila y silenciosa.

La realidad me pegaba desde otro lado. Toda mi carrera deportiva pasaba frente a mis ojos y, por
más que era un momento para festejar con una sonrisa en la boca alentando por mi patria, con gran pesadez recordaba a mi padre. Aunque no lo recordaba mucho, podía sentir como él me hubiera acompañado en este proceso y se habría sentido orgullo.

Fingí una sonrisa ante la persona que me había dirigido la palabra e intenté reír lo más que podía.

Tratar con estos monos en un espacio reducido era un dolor de cabeza, pero al mismo tiempo agradable. Sus grandes sonrisas y elevados griteríos inspiraban algo en mi pecho que provocaba un sentimiento semejante al que te invadía al llegar a tu hogar. Con ellos volvía a ser yo. Con ellos podía volver a sentir esa seguridad en mi misma que con los que deberían ser mi casa no tenía.

Por eso, fingí un poco de demencia y me uní a la celebración. Cantos, lágrimas y aullidos de emoción me llenaron el alma. Automáticamente mis ojos se volvieron una cámara de fotos, la cual iba guardando cada momento en su memoria fotográfica. Mi corazón se iba llenando con cada escenario capturado por esa cámara.

[...]

Después de cinco minutos de salir de bañarme, mi celular comenzó a sonar con su tono de llamada. En cuanto vi de quien se trataba, sonreí ante la pantalla de mi celular.

—¿¡Cómo anda la mejor ayudante de campo del mundo!? —se escuchó a mi mejor amigo desde el otro lado de la llamada. Reí genuinamente ante la exageración.

—Que exagerado que sos, pero bien, ando bien. ¿Vos cómo andas?

—Bien, negrita. Más que bien, cada vez más cerca de la tercera... —hizo una pausa y me vi venir lo que comenzó a tararear— ¡muchachos... ahora no' volvimo' a ilusionar...!

Quedate || Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora