☠El esclavo ancetral☠

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Su boca chupa tus senos, las pelvis se restriegan, emulan los movimientos de la penetración sobre la ropa, jadeas con los brazos sobre la cabeza, es el sueño de mil noches, la fantasía cada vez que te tocabas en los baños del convento.

En el fondo de tu placer, de tu alegría explotando, te sientes mal, sucia.

¿Por qué no puedes ser buena?

¿Por qué él toma tu cuerpo y no sientes la intrusión ni la pena?

Mete su pierna entre las tuyas, te mueves en contra de esta, para estimular la carne hinchada. Murdock mueve su cadera y pelvis contra tu muslo para darse placer.

Ahí viene.

Las lágrimas llenan mis ojos, no sé si por remordimiento, gloria, o el dolor del sexo...

Él disfruta tu llanto provocado por el primer orgasmo, producto de ese monstruo, bajo su mirada demoniaca, bajo el movimiento de su pelvis contra tu vulva.

El pacto los empujó a alimentarlo con un sexo de mentira, pero sexo al fin.

—Voy a terminar si me das tu permiso, monja—musita con la voz más hermosa que un aguerrido podría dar.

"Monja".

Como otro puñetazo en tu cara, quedas helada, vuelves a tu juicio. Te tiembla el labio.

Fracasaste.

En un segundo vuelve todo tu trauma del pasado, y lo que le hiciste a ese bebé... te quieres retorcer el pescuezo. 

No mereces ni estar viva. Ser monja era lo único que podías hacer para castigarte y reparar a duras penas tu mierda; no disfrutar tu vida era tu autoimpuesta condena.

Fallar siendo monja era lo peor que podía pasarte.

—¡Quítate!—le gritas furiosa, sin pensarlo, su cara se desencaja de confusión, pero se quita al tiempo en que te sientas, dándole la espalda, atacada por el dolor, tu rabia—. Once años haciéndolo bien, once años, y tú me ayudaste a destruir todo mi esfuerzo.

—Magdale...—lloras en un sonido bajo, sintiéndote sucia, como la zorra mala que eres desde niña.

—Yo no tengo derecho a sentir nada agradable—cortas con asco—¡No tengo derecho a nada!

—Tarde o temprano pasará—te dice siendo sincero—. Te mentí; conozco el tiempo del pacto, durará un año en el que tendrás que darme alimento, o...

—¡¿Qué?!—tu miedo explota.

—O terminaré forzándote, no yo, mi instinto, me volveré una bestia y te violaré, no puede suceder eso, así que...—sollozas aterrada de solo pensarlo. Es todavía peor—, mierda, no sé cómo decirlo...

—¡¿No puedes deshacerlo?!—gritas tomando la sabana de la cama y cubriéndote para encararlo, él ha vuelto a materializar en su cuerpo la bata negra, dios, no lo mires, es tan hermoso.

No le tiembla ni la integridad cuando dice:

—Sé que te gusta lo que te hago, de eso trata el pacto; resignarte y disfrutar es lo mejor en tu situación. No tienes alma para ser una sacerdotisa, puedo verte desde adentro; eres un animal.

—¡No soy tu novia, no soy ni una persona libre, y no voy a seguir con esto! ¡SOY UNA MONJA!—gritas fuera de sí, no para él, sino para ti, porque has escupido constantemente a tu hábito de monja. Lo señalas—¡Llévame a mi casa!

Sus ojos cambian a una crueldad contundente que te eriza todo el vello. La habitación se cierra sobre los dos, le temas, claro que le temes.

—No te vas a librar de mí—dice con una voz neutra que aterra más.

PERVERSODonde viven las historias. Descúbrelo ahora