Capítulo 7

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El Marqués de Hasting le habia dejado claro que debía dar la cara antes de que lo ocurrido se divulgara y se transformara en un escándalo, ya que cierta señorita imprudente se lo había comentado a su madre y la señora Claire era la mujer más cotilla de Londres.

Así que en esos momentos, Edmund se encontraba hablando con el Marqués en su despacho que tenía un aspecto lúgubre a pesar de no ser muy diferente al suyo.

Deberá cortejar a mi hija para después, desposarla. No hay otra salida. No  permitiré que su buen nombre quede manchado por la imprudencia de ambos.

-Señor, una vez más, le ruego me escuche.

-Hace media hora que me repite lo mismo pero hasta ahora no me ha dicho nada relevante. –el marqués no sonaba enojado, más bien parecía estar fastidiado.

-Es que usted nunca me deja terminar…bien, como le decía, yo pienso que no es tan…necesario tomar medidas tan drásticas –el marqués enarcó una ceja y él tragó saliva antes de continuar- verá, es cierto que besé a su hija, pero fue un acto totalmente irreflexivo, no fue por amor ni nada parecido. Yo ni siquiera le caigo bien. Casarme con ella sería una locura…

-...eso debió pensarlo antes de involucrar el honor de mi hija. ¿Algo más?

-Ella nunca podrá ser feliz conmigo. No…no es apropiado. Sí, yo sé que su reputación podría estar en juego, pero hasta el momento solo saben de lo ocurrido, usted, lady Josephine y su madre y ella ha asegurado que no se lo contaría a nadie…

-…¿no me dirá que usted ha creído eso? A estas alturas la mitad de Londres ya lo  estará comentando con ansias. Solo están esperando a que el escándalo explote…

Él se calló porque alguien entró dando un portazo. Era la marquesa, que venía como alma que lleva el diablo.

-Con que ya se han reunido –dijo echando chispas por los ojos- ¿Ya le has dicho lo que opino de esto? –añadió mirando a su esposo.

-Cariño, cálmate –empezó a decir su marido pero ella lo interrumpió.

-Sé que usted no desea contraer matrimonio con mi hija, y también sé que lo ocurrido no tiene ninguna importancia porque solo ha sido un desliz, un error –dijo ella dirigiéndose a Edmund- por mi parte, tampoco deseo que mi hija se case con usted –ella lo miró de arriba abajo y Edmund comprendió de inmediato de quién había adquirido Gabrielle esa costumbre.

-Usted si me entiende, Lady…

-...no significa que esté de su lado, grandísimo imbécil –lo cortó ella-. Lo que usted hizo fue un acto absolutamente reprobable, aun así, ya que gracias al cielo esto aún no se ha difundido, creo que anunciar un compromiso es algo desproporcionado.

-Es lo que yo digo… -Edmund volvía a ver un pequeño rayo de luz en medio de la oscuridad.

-Por dios, querida, eso ni tú te lo crees –dijo el marqués-  es solo cuestión de tiempo para que esto adquiera otro carácter, y no permitiré que mi única hija quede desonrada.

-Que no se quedará deshonrada. Piensa, cariño, piensa –la marquesa parecía estar haciendo uso de toda su paciencia- para nadie es un secreto que el nieto de madame Foster está encandilado con nuestra gabrielle, hasta ya le ha preguntado a su abuela por nuestra hija, ella misma me lo ha dicho. Desea conocerla mejor, ¿no ves lo que eso significa?

-Ilumíname –su esposo se dispuso a escucharla.

-Significa que terminarán casados. De eso me encargo yo, no lo dudes –ella volvio  a clavar su mirada fulminante en Edmund-. Le hablaré claro, lord Campbell, entre usted y Dimitri Ivánovich, ¿a quién piensa que preferiría para desposar a mi hija?

Como Edmund no dijo nada, ella continuó.

-Por supuesto que a usted no, desde luego. Pudiendo mi hija formar parte de la familia real rusa…¿ya me entiende, no?

Edmund asintió.

-Es una sabia decisión –él sonrió y aplaudió, ganándose miradas asesinas de los dos.

-Eso suena increíble, querida, pero ¿te has puesto a pensar lo que sucedería con nuestra hija si algo no sale como lo has planeado? –dijo su esposo.

-Mis planes nunca fallan, cariño, y lo sabes.

-Pues yo no estoy de acuerdo. Lord Somerset empezará a cortejar a nuestra hija hoy mismo y no admitiré ninguna objeción más al respecto.

-¡Eso no es justo! -exclamó la marquesa, indignada.

-Concuerdo…

-…¡usted cállese! –exclamaron ambos al unísono haciendo que Edmund se encogiera en su asiento.

-La decisión está tomada –concluyó el marqués.

-Al menos permíteme poner algunas condiciones. En vista de que tal parece que nunca me harás caso –ella se abanicó con las manos como si el aire no le fuera suficiente.

-Bien, ¿Cuáles son tus condiciones? –Hasting parecía estar reuniendo toda la paciencia que le quedaba.

-Ecribiré las reglas que este sujeto –mirada gélida- deberá cumplir al momento de cortejar a nuestra hija –miraba a Edmund de una manera tan despectiva que el se sintió diminuto- y no anunciaran el compromiso hasta que yo dé el visto bueno. Cosa que, nunca sucederá, a menos que mi plan falle, algo de lo que tengo serias dudas. Yo nunca, nunca, me equivoco.

A estas alturas Edmund ya tenía más que claro a cuál de sus padres se parecía mas Gabrielle. Casi hubiera preferido seguir hablando con el Marqués a solas. Hasta había empezado a caerle bien…

-Está bien. –el marqués aceptó.

-Entonces…¿en qué quedamos? –preguntó Edmund con cautela.

-El cortejo sigue en pie. Empezará mañana.

-Ah, ¿se rindió tan fácil…? -él se dirigió a la marquesa que después de mirarlo como si fuera un insecto, se marchó de allí.

-Bueno, ya puede marcharse.  Y no haga caso a mi esposa, sé que a veces puede ser…exasperante. No permita que lo haga sentir desvalorizado, ese es su punto fuerte. Solo ignórela. Pero no crea que se ha salvado de la boda –dijo Hasting en tono de advertencia.

Edmund salió de allí con el ánimo incluso peor de cuando había llegado.
¿Casarse? ¿él? ¿Con lady Gabrielle, la amargura en persona? No, algo se le debía ocurrir pero él nunca se casaría con ella o dejaba de llamarse Edmund.

A la tarde, un lacayo del marqués llegó hasta a su casa con un recado.
Desdobló el papel y se encontró con lo que parecía una lista, escrita con una caligrafía perfecta.

Reglas a tener en cuenta:
Todas las salidas, tanto de mañana o de tarde serán supervisadas por una caravina.

Actividades permitidas:
1) Salidas al parque, dos veces por semana (con caravina).

-¿Con caravina? –leyó Edmund con escepticismo- le quita lo divertido a todo.

Siguiente actividad.

2) Ir al teatro una o dos veces por semana.

-¿Acaso se piensa que tengo todo el tiempo del mundo? Tengo otras actividades aparte de cortejar a una chica engreída a quien no le caigo bien, para variar.

Tercera actividad.

3) Paseos por el jardín, o tomar el té (con caravina)

¿Y cómo espera que la gente se crea lo del cortejo si siempre deberá ser en presencia de caravina?, se dijo Edmund poniendo los ojos en blanco.

Bueno, aunque viéndolo así, no es tan malo pensó él doblando el papel y guardándolo en el bolsillo. Decidió ir al bar con Daniel, disfrutando de su última noche de “soltero”, ya que después de haber leído esa lista, sospechaba que casi no tendría tiempo. Al día siguiente disfrutaría de un bonito paseo por el parque con la señorita amargada.













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