La música escandalosa inundaba todo el recinto, que aunque era un salón de tamaño considerable, se encontraba repleto. La gran multitud presente ocupaba cada rincón del lugar: unos bailando en medio de la pista, otros sentados simplemente en los mullidos sillones del local, cada quien en lo suyo, pero todos tenían algo en comun: todos, tanto hombres como mujeres, llevaban antifaces.
El bar " The Queen” ofrecía aquella noche, una de sus famosas mascaradas. Alli se reunían los hombres y mujeres por igual con un solo objetivo: pasar una noche desenfrenada lejos de sus esposas o sus maridos. Porque sí, aunque parezca increíble, la mitad de los presentes eran mujeres. Mujeres que vestían de una manera muy…bueno, de una manera que contrastaba bastante con la manera habitual con la que se presentaban a la vista de la exigente sociedad. Los antifaces de todos los colores imaginables ocasionaban un destello de colores que ya de por si mantenía los ánimos elevados en aquella fiesta que podría compararse tal vez, con un carnaval de Roma.-¿Qué me dices, entonces? ¿te animas? –preguntó el joven a su coqueta acompañante, regalándole una sonrisa.
La mujer, a quien poco le faltaba para sentarse encima suyo, sonrio con amplitud y apuró su copa de alcohol.
-Pero con cuidado mujer, no te emborraches –rio el.
-Vamos, no esperas de verdad que deje tomar, ¿o sí, cielo? –ella rio echando la cabeza para atrás ofreciéndole una visión bastante tentadora de su cuello y escote- y sobre tu pregunta, claro que me animo. No dejaría pasar esta oportunidad por nada del mundo –ella se inclino hacia él y le dio un beso apasionado.
El joven que la acompañaba se separó de ella sonriendo y se puso de pie, tendiéndole la mano. Ella lo acepto con una sonrisa maliciosa.
-Oye, Edmund –dijo el joven a su amigo, quien estaba sentado en otro de los sillones con una rubia sentada sobre sus rodillas.
Pero ellos parecían estar demasiado entretenidos como para prestarles atención, así que el se encogió de hombros y guió a su ansiosa pareja hacia las escaleras del piso superior.-¿Te han dicho que tienes las manos muy juguetonas, cariño? –dijo la rubia, sintiendo como su acompañante subía una de sus manos por sus piernas, cuya falda tenía un conveniente tajo en uno de los costados que, el hombre que la acompañaba supo aprovechar.
-Un par de veces, tal vez… -el esbozó una sonrisa amplia que hizo que se le marcaran un par de hoyuelos a los lados de sus mejillas, otorgándole un cierto aspecto de inocencia.
Ella se inclinó con intenciones de darle un beso, pero se detuvo a mitad de camino, mientras observaba algo por detrás de el.
-¿Qué sucede? –quiso saber él.
-Oh, no –dijo ella soltando una exhalación claramente frustrada- mi esposo esta aquí.
Ella hizo amago de levantarse mientras se ajustaba el antifaz. Pero él la detuvo.
-No te reconocerá. Ven aquí –dijo él intentando atraerla hacia sí, pero ella se puso de pie.
-Tengo que irme, cariño. lo siento –y sin permitirle replicar, se giró sobre sus talones y se escabulló entre la multitud.
Edmund soltó una sonora exhalación.
-Lo que me faltaba –se dijo palmeando sus rodillas con frustración- bueno, la noche es larga –añadió apurando su copa de un trago y levantándose con un movimiento rápido. Se giró sobre sus talones y para completar su mala suerte, chocó contra alguien. Ya estaba a punto de soltar un improperio mientras sostenía del talle a la mujer con la que se habia dado de lleno, para que ella no cayera. Pero cuando ella clavó su mirada en él, algo en su interior hizo que guardara silencio. Ella también parecía querer decirle unas cuantas palabras, pero tampoco lo hizo. En vez de ello, llevó la cabeza hacia atrás y le dirigió una mirada como de sorpresa.
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¿Y si fueras tú?
Romantizm2DA. ENTREGA DE LA BILOGÍA: "SERENDIPIA" Desde que Edmund Campbell, conde de Somerset, la vio en aquella mascarada, decidió que descubriría quién era la dama del antifaz rojo. Y como si se tratara de alguna jugada del destino, desde aquel momento c...