Capítulo 2

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Edmund se encontraba revisando unos documentos acerca de unas ventas que tenía que aprobar. Su media sonrisa evidenciaba que aquel día estaba de buen humor, cosa que, su madre había sido la primera en notar.

-¿Puedo saber qué te tiene de tan buen humor, hijo? -le había preguntado mientras desayunaban.

-Nada, madre. Siempre estoy de buen humor -el sonrió aún más, haciendo que se marquen los hoyuelos de sus mejillas.

Su madre negó con la cabeza y lo dejo pasar.

Edmund apartó el papel, haciéndolo a un lado.

¿Quién era la mujer de anoche? ¿Por qué había tenido la sensación de que ya la había visto antes? El estaba casi seguro de que se trataba de alguna mujer casada que había ido allí para escapar de su tediosa vida cotidiana. O quizás no. Era italiana, o al menos eso sugería su acento... el soltó un suspiro involuntario y decidió volver a centrarse en su actividad en el preciso momento en que alguien llamó a su puerta.

-Adelante -dijo con aire distraído.

Su amigo Daniel ingresó a su despacho y él levantó la vista.

-Ah, eres tú, Daniel -dijo Edmund volviendo a fijarse en los papeles.

-¿Qué? ¿esperabas a alguien? -dijo él sentándose en un sillón frente a su escritorio.

Edmund sacudió la cabeza, sonriendo. Por algún motivo ese día parecía tener mas ganas de sonreír.

-¿Viniste por algo en concreto? -le preguntó Edmund.

-Nunca vengo por nada en concreto, ya lo sabes -dijo Daniel poniéndose cómodo- ¿entonces esa sonrisa que traes es por la rubia de anoche?
-añadió el mirándolo con diversión y curiosidad.

¿Acaso todo el mundo lo iba a fastidiar solo porque ese dia había amanecido un poco mas sonriente que de costumbre?

-no -dijo- tuvo que irse porque vio a su esposo por ahí. -añadió encogiéndose de hombros.

-Que mala suerte tienes -Daniel se rio.

-En realidad, todo lo contrario -dijo Edmund, mirándolo- gracias a eso conocí a una misteriosa mujer.

-¿Lograste verle a cara?

-No del todo porque llevaba un antifaz, pero lo que vi me dejó claro que no es nada desagradable.

-Creí que habías pasado la noche con ella -dijo Daniel.

-No. pero -Edmund rebuscó en uno de sus cajones- se le ha caído esto. Quizás me ayude a localizarla.

Él colocó el dije con la piedra azul sobre su escritorio. Daniel lo tomó y le dio algunas vueltas, observándolo con atención.

-¿Y no tienes idea de a quién le puede pertenecer?

-No. Ni la más remota idea. Ella tenía acento italiano. ¿A cuántas mujeres italianas conocemos que viven en Londres o sus alrededores?

Daniel lo pensó un momento.

-A la única a quien conozco es a la señora Giulietta. Pero supongo que ella no parecía tener setenta años, ¿o sí?

Edmund rio.

-Fue curioso. Sentí algo... raro. Tenía unos ojos que parecían atraerme hacia ella...

-Creo que bebiste demasiado y viste visiones.

-Ajá. Búrlate todo lo que quieras pero la encontraré. Eso te lo aseguro.

Edmund enganchó el dije con un prendedor y se lo puso en la solapa de su saco.
Durante toda la mañana estuvieron pensando e indagando acerca de la italiana misteriosa de anoche e idearon una y mil formas en las que podían descubrir su identidad, pero lo cierto era que Edmund no sabía ni por dónde empezar, ya que no tenía ninguna pista que la pudiera acercar a ella.

¿Y si fueras tú?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora