Los días pasaban y las cosas marchaban muy bien, según Gabrielle, a pesar de que su madre se había vuelto cada vez más estricta en cuanto a sus horarios de salida y la vigilancia de Rita. Ella no sabía cómo lo hacía pero Edmund siempre la convencía para que los dejara solos aunque sea un momento. Sin embargo, notaba que Edmund no se sentía a gusto con los regímenes impuestos por su madre. Ojalá pudiera hacer algo al respecto. Pero no podía, era su madre y debía ceñirse a sus deseos para no disgustarla. Cada vez faltaba menos para poder casarse con Edmund y entonces su felicidad sería absoluta al fin.
Era de noche y Gabriella se encontraba durmiendo, como todos en la casa a esas horas. Su sueño solía ser profundo y una vez que caía dormida, lo hacía hasta el amanecer. Pero esa noche, algo la despertó. Escuchó un ruido extraño y se removió en la cama frotándose los ojos. Agudizó el oído, esperando por si volvía a escuchar algo o acaso solo lo había imaginado. Ya estaba por tumbarse de nuevo cuando volvió a escucharlo. Ahora también le parecía ver una sombra al otro lado de la ventana.Gabrielle se levantó de la cama y se calzó sus zapatos. Se cubrió con un chal. Cogió la lámpara cuya luz aún titilaba débilmente y se acercó al ventanal que daba al pequeño balcón, caminando de puntillas. Dudó un instante pero luego corrió las cortinas blancas y vislumbró la silueta de un hombre.
-Gabrielle...¿Eres tú?
-¿Pero qué...? -ella se apresuró a abrir la ventana y entonces lo vio. Sus ojos se abrieron de par en par al ver quién se encontraba en su balcón.
-¡Sorpresa...! -susurró Edmund mientras sonreía de oreja a oreja. Pero pronto su sonrisa fue reemplazada por una expresión de temor.
-Tampoco me mires así... -volvió a decir, luego, mirando a ambos lados y hacia abajo, volvió a decir- ¿Me dejas pasar?
Gabrielle se hizo a un lado pero seguía mirándolo como si se hubiera vuelto loco. Aseguró la ventana, dejó la lámpara sobre una mesita y luego fue directo hacia él.
-¿¡Cómo se te ocurre venir -golpe en el hombro- hasta aquí -golpe en la cabeza- como si nada... -golpe en el brazo- en plena madrugada!? -Edmund esquivó el último golpe que iba dirigido a algún lugar de su cuerpo que sin dudas dolería.
-...oye, tranquilízate... -él se frotó el brazo y la miró con resentimiento- ¿Así es como recibes a tus huéspedes? -le frunció el ceño y se dirigió a la cama, sentándose allí de brazos cruzados, sin mirarla.
Gabrielle puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
-Em primer lugar, no eres mi huésped. En segundo lugar, ¿Te das cuenta de lo que hubiera pasado si alguien te descubría? En serio estás demente...
-Bueno, quizás me arriesgué un poco. Pero nadie me ha visto, no es como si tu casa estuviera llena de soldados con lanzas y espadas, así que... -él se encogió de hombros.
Entonces, los ojos de Gabrielle fueron a parar a una de sus manos, la izquierda. Ella se acercó a él. Edmund se encogió de manera automática.
-De acuerdo, me callo. Me he callado. No diré nada a partir de aho...
Gabrielle se puso de cuclillas, ignorándolo.
-...déjame ver tu mano.
-¿Qué tiene mi mano?
-Por eso es que quiero verla... -Gabrielle tomó su mano sin más y notó el corte que él tenía en el dorso. Estaba sangrando.
-Lo que me faltaba... -soltó Edmund queriendo apartar su mano pero ella lo sostuvo.
-Te has cortado -ahora su tono de voz era diferente- quédate aquí. No te muevas -agregó ella y se levantó.
Edmund la vio entrar a lo que supuso era el cuarto de baño. Ella regresó en menos de un segundo con un recipiente. Fue hasta su mesita de noche y tomó su jarra de agua. Llenó el recipiente y fue hasta él de nuevo. Sumergió un paño de algodón y lo empapó.
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¿Y si fueras tú?
Romance2DA. ENTREGA DE LA BILOGÍA: "SERENDIPIA" Desde que Edmund Campbell, conde de Somerset, la vio en aquella mascarada, decidió que descubriría quién era la dama del antifaz rojo. Y como si se tratara de alguna jugada del destino, desde aquel momento c...