Para bien o para mal

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Al acercarse más al campamento, la pareja llegaba a escuchar gritos que los llamaban, "¡Arnold! ¡Jaime!", Vieron a Tomas que ya andaba por el camino en su caballo, a trote lento los buscaba con la mirada a la vez que los llamaba por sus nombres.

     —¡Aquí estamos! —dijo Arnold desde lo alto.

     —¿¡Donde mierda estaban!? —gritó Tomas preocupada, aumentando la velocidad.

     —Estábamos ocupados con algo —dijo Jaime.

     —¿Tú... ¿Cómo es que permites esto? ¡Se supone que eres un adulto responsable!

     Eso dijo Tomas, pero no obtuvo respuesta de parte de Jaime.

     —¡Qué! ¿¡Acaso no vas a responder!?

     —Oye, vamos dile algo —susurró Arnold.

     —Déjala que hable sola, ya se calmará, o quizás no. Siempre me funcionaba con tu tía.

     Se adentraban más y más en aquel bosque. En esta parte, los árboles se entrecruzaban por encima de la carretera dificultando la tarea de divisar a Tomas, así que bajaron y se posaron en la parte posterior del caballo. Las copas de los árboles no dejaban pasar gran parte de la luz del sol, y a causa de eso la mayoría de la flora inferior se encontraba en decadencia.

     El corcel cabalgaba de tal manera que sacudía las pertenencias de Tomas, se sentía cómo sus músculos se contraían, y el calor que emanaba de su cuerpo, era suficiente para mantener abrigados a todos.

     —¿Que le está pasando al caballo? —preguntó Jaime.

     —Así es ella —respondió Tomas—. Se lo toma demasiado enserio.

     En un momento el caballo bajó repentinamente la velocidad, y esto alertó a su dueña.

     —¡Esperen un momento! —gritó Tomas detenido a su caballo— Hasta aquí, ahora descansaremos.

     —Está demasiado oscuro —dijo Jaime—. No puedo ver absolutamente nada.

     —Yo veo perfectamente, no sé por qué les cuesta tanto.

     —Entonces hazme el favor de sacar la lámpara que tengo en mi alforja izquierda —ordenó Tomas.

     —Supongo que será difícil, pero lo intentaré.

     Arnold trató de abrir la alforja con sus garras, teniendo éxito. Metió una de sus patas dentro y con la otra se mantenía en equilibrio sosteniéndose del borde de cuero del bolso, removió cuidadosamente los objetos de dentro hasta llegar a la lámpara, tomó el agarradero y la levantó cuidadosamente, se suspendió unos dos metros y se la entregó a Tomas.

     —Ahora, encendamos esta lámpara bruja —dijo Tomas.

     La mujer comenzó a recitar un hechizo y, de repente, sus manos empezaron a brillar de una tenue luz azul. Sus ojos, ya cerrados, empezaron a brillar, dejando escapar luz por debajo de sus párpados. La lámpara empezaba a teñir, una especie de mecha metálica, de color azul fuerte. Hasta que calló su brujería, todo volvió a la normalidad exepto la lámpara, que cambiaría una vez más transformándose la llama azul en una llama amarilla.

     —¿Acaso eres maga y no nos dijiste? —inquirió Jaime.

     —¿Puedes devolvernos a la normalidad?

     —No, y otra vez no. Solo se un poquito de magia y, por lo que veo, ese es un hechizo muy complejo. No puedo ayudarlos ni aunque quisiera.

     —Lo siento, supongo que me emocioné —dijo Arnold.

     —Está bien, lo entiendo... ¿Por qué está tan oscuro? ¿Alguien sabe qué hora es? —preguntó Tomas.

     —Partimos a la tarde, así que, o es de noche, o las copas de los árboles son tan espesos que bloquean la luz —dijo Jaime.

     —Creo que guardé un reloj de melenio por aquí —dijo Tomas mientras revolvía, sin mirar, su alforja derecha.

     Metió aún más la mano, pero algo la pinchó, sin importarle, tomó el reloj y vió que estaba roto, el vidrio hecho trizas era lo que le había hecho daño, y al analizarlo notó que la mitad de sus piezas estaban desperdigadas por el fondo de la bolsa.

     —¡Carajo! Ese reloj era muy caro. Qué mas se habrá roto.

     Sacó cada una de sus cosas y, lo que se rompió, además del reloj, fueron; la funda de una daga que había sido perforada por la misma, las piedras para el fuego, y el cristal de la lámpara estaba agrietado.

     —Y ahora... ¿Cómo mierda hacemos fuego? —dijo Tomas.

     —Ya me está dando frío —comentó Arnold.

     —Todavía quedan muchas formas de hacer una hoguera —dijo Jaime.

     —Pero toda la madera de aquí está podrida —dijo Arnold.

     —Estoy cansada de esto —dijo Tomas recostándose sobre el caballo—, juro que mañana llegamos a la ciudad.

     Todos se acurrucaron junto al vientre de la yegua, para estar más calientes. El frío era demasiado como para dormir bien.

     Despertaron por un extraño ruido, como el de un insecto comiendo. Arnold giró la cabeza hacia el ruido, y gritó: "¡Tomas! ¡Ven aquí, rapido!". Tomas, quién estaba en la parte delantera del caballo, se apresuró al llamado, lavantándose con su espada para socorrer al pobre Arnold. La criatura que le sacó a Arnold un grito, eran una suerte de tres cucarachas, blancas y enormes, con un montón de patas y se estaban alimentando de una de las piernas traseras del caballo. "¡Hijos de perra!", Gritó Tomas mientras apuñalaba y empalaba a las criaturas. Pero se veían innumerables cantidades de las mismas, acechando entre los árboles y arbustos circuncidantes. "¿Que está pasando?", Preguntó Arnold.

     —Parece que están en un gran problema —dijo una voz grave y gutural desde los árboles.

     —¿¡Quién anda ahí!? —gritó Tomas.

     —Esa pequeña lámpara no los va a ayudar —replicó la voz misteriosa—. Los insaciables devoradores de mundos están hambrientos, hace ya mucho que no comen algo que no sean ellos mismos.

     —¿Acaso nos ayudarás? —preguntó Arnold.

     —Nada mas que para eso vine aquí —dijo la voz.

     De repente un ave salió volando de entre los árboles cargando una bolsa con sus garras, la dejó caer en el suelo, pasando de largo, pero al volver exhaló una llamarada, que cualquier drake envidiaría, hacia la bolsa, encendiéndola en llamas y aterrizando en la misma.

    

    

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⏰ Última actualización: Feb 07, 2023 ⏰

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