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Llevaba tres horas sentado frente a ese inmenso espejo, admirando su reflejo y despegando la vista solo cuando la maquilladora lo tomaba del mentón y lo obligaba a verla, para que pudiera realizar su trabajo de manera correcta. Permaneció mudo todo el rato, la chica trataba de sacarle conversación pero sus respuestas eran tan secas y la mayoría eran monosílabos, en cierto punto, la chica se dió por vencido y prefirió maquillarlo en silencio, con el bullicio de las preparaciones de fondo.

En el momento en el que pisó el hotel donde se haría la ceremonia, se lo llevaron a una habitación apartada para comenzar con su preparación. Él se mantuvo con la boca cerrada. Su madre había comenzado a exasperarse con su actitud relajada e indiferente, reacio a responder sus preguntas, la mujer, al igual que la maquillista, se hartó y decidió ir a gastar sus energías en otro lado.

Pero es que nadie entendía, Oikawa no podía hablar de un día que, supuestamente, debería ser el más feliz de su vida, porque no lo era. Hacía dos días que había dejado de ser un sueño y se había convertido en una pesadilla que no quería vivir.

Pero ahí estaba. Su corazón que latía a mil por los nervios, no lo dejaba pensar tranquilo. Muchos pensamientos de que debía detenerse le interrumpían a cada segundo, que podrían buscar otra solución al problema y que no había necesidad de agrandar el drama más de lo que ya era. Pero Oikawa quería hacerlo. Él necesitaba hacerlo. No tenía ni un descanso de su propia cabeza.

Usualmente, esa no era la forma en la que él cerraba un ciclo. Pero, esa vez, todo era diferente y lo único que quería era devolver el sufrimiento que le habían causado. Y se iba a encargar de que sufrieran.

Después tendría todo el tiempo que quisiera para llorar y sentir que todo su mundo se había desmoronado. Ya que era cierto, en cuestión de 48 horas todo lo que él sostenía con tanta ilusión, se vino abajo como si de unas ruinas se tratase. Su corazón estaba dañado, sus ojos estaban al límite por aguantar las lágrimas y su cabeza no lo dejaba estar tranquilo ni para ir al baño. Habían jugado con él, como si de un juego de mesa estuviéramos hablando, Kageyama lo tuvo como una pieza más para el tablero, para satisfacer y aumentar su propio ego. Narcisista y cínico como nadie, mientras se cogía a uno de sus mejores amigos, a él lo abrazaba y le decía que lo amaba como nunca amó a nadie antes.

¿No es eso tan repugnante?

Oikawa ya no podía ni mirarlo a la cara sin sentir unas horribles ganas de vomitar.

Se observó en el espejo, con esa vacía mirada que lo ayudaba a mantener la compostura. Sus ojos habían perdido ese brillo tan lindo que tenían, era triste verse así mismo en esa posición. Mirar su reflejo y solo encontrarse con esa cara seria y demacrada, le destrozaba. Es decir, si él fuera un ajeno y viera al futuro esposo con ese aspecto, sentiría que no entra en la fachada de un día tan especial.

Eso podría explicar porque su madre estaba tan insistente y detrás de él, preguntándole si estaba bien, si algo le sucedía, si es que realmente quería casarse.

¡Obviamente no! ¿Quien querría casarse con una persona que lo engañó?

Pero tenía que mentir. A su progenitora, que nunca en su vida le juró algo en vano, le mintió. Le afirmó que si, que estaba bien. Que no pudo dormir bien esas noches, dijo que eran por los nervios, pero en realidad era porque resistía los impulsos de llorar de manera descontrolada. No solo eso, sino que también se dedicó a planear meticulosamente como serían sus siguientes pasos a partir de la noche de confesiones. Su plan maestro para vengarse.

Un par de toques en la puerta hicieron que dejara de divagar. Decidió no contestar porque, si se trataba de su madre, que por quinta vez consecutiva iba a entrar a la habitación solo para ponerlo más incómodo, prefería que ella se quedara afuera y él volviera a perderse en sus pensamientos de un dolido.

Begin Again || IwaOiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora