VIII

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Veinte semanas, cinco meses. Esa era la edad que tenía su pequeño bebé hoy en día.

Acarició su pronunciado vientre mientras veía su reflejo en el espejo.

Ya llevaban cuatro ecografías de su pequeño bebito mas no habían querido saber el sexo de su retoño. Querían saber quién había tenido la razón cuando naciera.

Siguiendo con el tema de los ultrasonidos su bebé se veía que estaba creciendo bien y sano, el doctor decía que tenía un buen tamaño y que estaba bien tomando en cuenta el tiempo de gestación. No estaba ni muy pequeño ni muy grande, tenía la talla exacta.

Louis seguía insistiendo de que era un niño. Él no estaba de acuerdo, era una niña, podía sentirlo; y, después de todo, las madres eran las que siempre tenían ese sexto sentido para saber el sexo del bebé.

Su mamá había dicho que Gemma iba a ser una niña cuando estaba embarazada de ella y, pues, si fue verdad; e igual cuando él estaba en el vientre de su mami, ella había dicho que iba a ser un lindo niño.

— Te ves resplandeciente, Harold

Volteó a ver hacia la puerta y se encontró al castaño apoyado en ésta, le estaba viendo con una sonrisa grande.

— No me digas Harold, Lou —puchereó abriendo sus brazos, diciéndole sin hablar que quería un abrazo.

El contrario sonrió aún más, caminó hacia el rizado acunándolo entre sus brazos y tocando su barriga con adoración.

— Los amo, mis bebés hermosos.

Se fundieron en un beso que fue algo complicado gracias a las sonrisas en sus ojos.

Más tarde en la noche, el rizado no tuvo antojos por lo cual no tuvo que despertar al castaño. Tal parece que el bebé estaba cómodo teniendo el abdomen de su papi pegado a la panza de su mami y no quiso molestar.

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