PRÓLOGO

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El sol comenzaba a asomarse entre las montañas, anunciando un nuevo amanecer. Para algunos, eso significa esperanza, un día más para empezar de nuevo. Para mí, solo era otro recordatorio de que seguía aquí, respirando cuando tal vez no debería. Sentía que una parte de mí se deshacía con cada rayo de luz, como si el sol quisiera llevarse lo poco que quedaba de mí. Un frío me recorría la piel, no el tipo de frío que se quita con una manta, sino uno que se siente por dentro, que se pega a los huesos. Curiosamente, dolía menos que otras cosas. Parecía una caricia... una que había olvidado cómo se sentía.

Mi cuerpo temblaba. No tenía mucha ropa encima, solo lo suficiente para que doliera más el contraste entre el frío y los golpes. Mis manos, llenas de raspones, heridas abiertas y vendajes mal hechos, temblaban mientras las miraba. No entendía cómo seguían ahí, sosteniéndome, cuando yo misma ya no podía hacerlo. Levanté la cara despacio, dejando que el sol tocara mi piel. Un intento tonto de sentir algo más que dolor.

Pero el dolor no se iba. No podía irse. Las palabras seguían ahí, clavadas en mi cabeza: "Todo fue tu culpa." "Eres una niña muy idiota." "Ojalá nunca hubieras nacido."
No necesitaba que alguien las repitiera. Yo misma me las decía ahora, porque se sentían ciertas. Las lágrimas salían sin que pudiera detenerlas, ardiendo en mis mejillas sucias. No sabía qué dolía más: las palabras o el hecho de que vinieran de la persona que se suponía debía amarme.

Me vi a mí misma, como si no fuera yo, tirada en ese suelo frío y sucio. Una niña hecha un ovillo, sollozando bajito para no molestar a nadie, porque incluso llorar parecía un problema. Nadie iba a venir. Nadie iba a abrir esa puerta para sacarme de ahí. Era invisible, un estorbo que solo quería ser visto, aunque fuera solo una vez, no como un error, sino como alguien que merecía estar viva.

"Deberías morirte," escuché de nuevo en mi cabeza, con esa voz que conocía demasiado bien.
"Solo causas problemas."

El pecho me dolía, como si alguien lo apretara desde dentro. No quería aceptar que esa voz era la de mi madre. Pero lo era. Era ella.

Y entonces lo vi. A través de la pequeña ventana del sótano, una silueta. Unos ojos ámbar que me miraban fijamente. No se movían, no parpadeaban. Solo estaban ahí, observándome, como si supieran algo que yo aún no entendía.

No sé por qué, pero no me asustaron. Quizá porque el miedo ya era parte de mí, o tal vez porque, por primera vez, alguien me estaba mirando. Y eso... eso era algo.

Esta es mi historia. No es bonita ni inspiradora. No está llena de momentos felices ni finales perfectos. Es solo eso: mi historia. Y si decides leerla, está bien. Solo no esperes una versión arreglada para que sea más fácil de digerir. Porque no lo es. Nunca lo fue.

The Wolves Eclipse lunar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora