"Al desnudo"

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Capitulo 3

Había tenido varios encuentros en ese último año. El sistema era fácil, solo debía ir al lugar donde lo citaban, hacer lo que ellos querían y retirarse con  inmensa compensaciones (algunos incluso le regalaban joyas y otros menesteres) había sido un año maravilloso. Pudo pagar las cuotas de la deuda a tiempo, se arrendó otro departamento y por fin estaba viviendo la vida que quería. Ya no se preocupaba del dinero, podía comer y beber lo que quisiese sin culpa, aunque había un molesto detalle, la boda de Husk estaba pronta a realizarse. El próximo mes iba a perder al gran amor de su vida y cada vez que se juntaban y lo veía tan contento contando los preparativos, se le rompía el corazón a mil pedazos. Deberían darle un Oscar de lo bien que ocultaba sus sentimientos, de lo bien que actuaba en frente de su amigo (claro después en su departamento y en soledad, lloraba todo lo que no había podido y gritaba y maldecía su mala suerte) todo el mundo, además, le preguntaba por su trabajo y el solo daba detalles banales para que no lo descubriese ¿Qué les iba a decir? ¿Qué era una prostituta de los ricos? No podía, se moriría de vergüenza si Husk se enterara. De seguro que lo miraría con condescendencia y repulsión, no podría soportarlo.
Ahora Lucifer le encargó un nuevo cliente, alguien peculiar, un poderoso hombre de negocios dueño de la más grande compañía de electrónicos y radios de la ciudad, todo el mundo sabía que vivía en un pent-house en el centro, en un edificio alto. Además de decir que era extremadamente guapo y caballeroso, algo, delgado pero fibroso, ojos carmín que te derretían, sonrisa carismática y sensual. Piel canela que invitaba a sentirla, cabello frondoso castaño y brilloso. Entonces si era tan popular ¿Por qué necesitaba los servicios de Butterfly? Eso pensaba mientras se arreglaba, pero no era lo que más le llamaba la atención, si no que el dio su nombre de pila, sin miedo ni vergüenza, el no ocultaba el hecho de que estaba inscrito en la compañía. Anthony se miró en el espejo y quedó satisfecho con el resultado. Se colocó un vestido ceñido al cuerpo de color rosado pálido, pastel. Lo complemento con tacones plateados que hacían juego con las joyas que había elegido para la ocasión. Su cabello flotaba angelical, rubio platino. Estaba listo y hermoso.

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Se subió a la limosina y tomo un par de vasos de champagne, sabía que se estaba convirtiéndose en adicto al trago pero no le importaba, había cosas que sin alcohol no soportaba; cómo estar con mujeres. Le pasó que algunas de sus clientes le pedían que las follara sin una pisca de calentura en el cuerpo intentaba hacer lo mejor que podía, pedía a la empresa un viagra y se daba a la acción, fingiendo un orgasmo y un placer infinito. Con solo recordarlo le daba escalofríos y se aventaba otro vaso más. Llegó al edificio en cuestión, pero no era el extravagante hotel donde residía si no más bien un conjunto de oficinas en la gran manzana, aquello le extraño por lo que le pregunto al chófer.

-Es seguro don Angel, es aquí donde lo citó el cliente—se encogió de hombros. Hombre anciano que seguía a todas partes a Lucifer y cumplía cualquier capricho.

-Bien—fue hacía el Hall con paso vacilante, viendo a todos los empresarios cruzar la puerta giratoria ¿Seguro que estaba bien? Jamás lo habían citado en un lugar de trabajo, mucho menos uno de los edificios corporativos más importantes. Después de dar su nombre subió al piso correspondiente en el ascensor de cristal. Podía ver su reflejo y todo lo que desentonaba en aquel lugar. El rosado, los demás de gris, azul o negro, colores apagados para el trabajo. Cuando el ascensor llegó se abrió en una gran oficina donde había un mesón, allí había una mujer pequeña pelirroja y con maquillaje recargado.

-Debes ser Angel—grito sin pudor. Se acercó rápidamente y le estrecho la mano—el jefe te está esperando—lo empujó hacia dentro de la puerta y la cerró inmediatamente. Anthony quedó helado al medio de una oficina color caoba, burdeo, rojo, con detalles minimalistas y bien pensados. Al medio había un gran escritorio, donde residía un hombre guapísimo justo como lo describían los tabloides. Estaba sentado mirando unos papeles con una sonrisa en el rostro, parecía que no hubiese notado la presencia del rubio pero con una mano indico que se acercará. Anthony hizo caso, se acercó al centro de la habitación y el moreno le dijo que se detuviese.

-Debes ser Angel, bonito apodo—Ocupaba unos lentes que le daban el toque de intelectual e inteligente.

-Y tu Alastor. Vaya, jamás pensé que me citarían en el trabajo. Debes tener hartas ganas para hacerlo—Alastor tan solo sonrió como respuesta.

-Desnúdate—fue la tajante orden. Anthony quedó de una pieza procesando lo que estaba pasando.

-¿Cómo?—

-¿Lo dije muy rápido? Me disculpo—hizo una inclinación con la cabeza—quítate la ropa por favor—Anthony lo miraba como si le hubiera salido otra cabeza. Observo la oficina, era hermosa, sutil y distinguida y sobre todo, privada. Miro por la ventana, no había otro edificio cerca o por lo menos no llegaba hasta tan alto. Alastor esperaba con los brazos cruzados, mirándolo con aquellos ojos rubí penetrantes. El rubio empezó a sacarse el vestido que portaba, bajándose el cierre y éste callo al piso cuál seda. Estaba en lencería y así quedó esperando nueva orden—todo querido, quiero verte—Anthony dudo pero se sacó el pequeño calzón que portaba quedando como dios lo trajo al mundo. Alastor lo observó de pies a cabeza, analizando cada recoveco del cuerpo menudo en frente. Se levantó de su silla y camino hacia Angel, observándolo desde cerca. Asintio con la cabeza y volvió a su lugar—muy bien, vístete—el rubio quedó aún más confundido, pero le obedeció—puedes retirarte, mi asistente vendrá a enseñarte el camino. Cómo si alguien la hubiera llamado, llegó la pequeña pelirroja y despachó al invitado hacia afuera.

-Le traeré su café enseguida—pronuncio antes de cerrar la puerta. Anthony iba a protestar pero no tuvo tiempo ya que la mujer lo empujó al ascensor y lo despidió rápidamente. Aquel había sido su primer encuentro y el ojiazul pensaba que iba a ser el último pero aquello no le importaba, igualmente le iban a pagar, por lo que volvió al auto contento por no haber tenido que acostarse con nadie, aquello cansaba mucho más que correr una maratón, de eso estaba seguro.

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