Capítulo 2: Lejos de Manchester

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Constantine se quedó mirando a la luna rota, intentando no entrar en pánico. No era la primera vez que viajaba por el multiverso, y la mayoría de las veces había sido en contra de su voluntad.

Pero la sensación de ser arrancado de tu hogar, del lugar al que perteneces, nunca es agradable. Así que hizo lo que siempre hacía. Se llevó un cigarro a la boca, encendiéndolo con su mechero de confianza.

Expulsó el humo intentando calmarse, era un milagro que le siguiese haciendo efecto a esas alturas. Más tranquilo, miró a su alrededor, dándose cuenta de que estaba en una especie de tundra, pero su gabardina conseguía mantenerle caliente.

– ¿Dónde coño he caído? – Constantine se agachó, sacando una pequeña varilla de hierro que siempre tenía a mano.

Grabó un círculo en el suelo, tras lo cuál, escupió dentro.

La saliva comenzó a moverse por el círculo, señalando dónde había un núcleo de población.

Le dio una calada al cigarrillo, tirando la colilla mientras comenzaba su camino.

No tardó mucho en ver algo que le dejó sin aliento. En el aire, una ciudad enorme se alzaba en el cielo, llena de un metal brillante y blanco puro. Justo debajo, había lo que parecía ser una ciudad más grande con murallas de metal marrón y descuidadas.

Constantine chasqueó la lengua, metiéndose las manos en los bolsillos. – Una gran y ostentosa ciudad flotando sobre una más grande y descuidada. Una mezcla cojonuda para una guerra de clases. – Constantine sacó una moneda de plata. La tiró al aire y la atrapó. Salió la imagen de una catedral en ruinas. El exorcista sonrió. – Lo mío siempre han sido los callejones oscuros.

El exorcista hizo cola a la entrada, viendo como los guardias pedían la identificación antes de dejar pasar. El exorcista se palpó los bolsillos de la chaqueta hasta que encontró lo que buscaba, una de sus tarjetas de visita. Con uno de los rotuladores que siempre llevaba encima, pintó una serie de patrones mágicos en la parte de atrás. Al terminarlo, se lo acercó a los labios.

Aritnem...

Se la volvió a guardar en el bolsillo, confiado. Nunca le agradecería lo suficiente a Zatanna que le enseñase un poco de su magia. Pronto, llegó su turno.

– Documentación. – Ordenó el guardia. Su voz fue como un taladro en la cabeza de Constantine. Claramente no estaban hablando en inglés, pero las palabras llegaban traducidas a su oído. Supuso que era cosa de ese mundo, él no solía preocuparse por hechizos traductores, además de que hacer un hechizo para todos los idiomas era sumamente complicado.

El exorcista le tendió la parte dibujada. – John, John Constantine.

– John Constantain, fontanero. – Constantine frunció el ceño, no es la mentira que él habría elegido. – ¿Visita o trabajo?

– Trabajo amigo, y bastante.

El guardia le devolvió la tarjeta. – Adelante. Bienvenido a Mantle, protegido por la gloriosa Atlas, señor Constantain.

– ConstanTINE. – dijo enfadado yéndose. No le importaba que no supiesen su nombre, pero odiaba que se confundieran con su apellido.

Una vez dentro de la ciudad, Constantine respiró profundamente. Todo olía a contaminación, alcohol, y marginalidad. Se sentía de vuelta en Inglaterra.

Todo lo que vio no le daba buena espina. La ciudad estaba llena de pantallas con mensajes de la ciudad de arriba, la gente de a pie iba con ropa que ya había pasado por mucho. Podía respirar la precariedad en el ambiente.

Hellblazer: Grimm ExorcistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora