Capítulo 12: El León, el Brujo y el armario

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John Constantine era famoso por muchas cosas. Sus conocimientos mágicos, su atuendo característico, el hecho de que mentía más que hablaba o sus andanzas de cama. Pero si había una cosa por la que definitivamente no era conocido, esa era su habilidad de conducción. Parado en mitad de la carretera, Constantine estaba luchando la batalla más dura de su vida.

Quitarle la rueda al coche.

Usando la llave y todo su peso, intentó girarla sin éxito. – ¡Vamooos! – Constantine se resbaló, perdiendo el equilibrio y dándose de bruces contra la chapa del coche. – ¡Hijo de puta! – gritó sujetándose la nariz, estaba sangrando. – ¡Me cago en el automóvil! ¡En la ingeniería de motor! ¡En el primer puto gilipollas que inventó la rueda! ¡Y en el jodido Henry Ford de los cojones!

Constantine le dio una patada a la llave, aún encajada en la rueda. Esta comenzó a girar, soltando la rueda de golpe. El mago se pasó dos minutos enteros mirando la rueda suelta y replanteándose cada decisión que le había llevado hasta ese momento. En completo silencio, sin siquiera querer oír su propia voz por miedo de tomar represalias contra sí mismo, colocó la rueda de repuesto y se dispuso a seguir la marcha. Justo antes de arrancar, vio a dos personas acercarse de frente, parecían querer hablar con él. Constantine metió el contacto, preparado para salir por patas.

– ¿Os habéis perdido amigos? – preguntó el mago, con el pie listo en el embrague.

Ya de cerca, vio que se trataban de una mujer de pelo violeta bastante alta, más que el propio Constantine. A su lado, había un hombre más bajo de pelo azul oscuro.

– Hola. ¿Tienes un momento colega? – preguntó el hombre.

– Depende de lo rápido que seáis.

– Yo soy Maru, y ella es Winn.

– Ey.

Constantine la saludó con la mano, aún no sé fiaba.

– Verás, estamos buscando a un amigo nuestro, es cazador cómo nosotros.

Constantine abrió los ojos, más cazadores seguían saliendo a la naturaleza a pesar de haber sido atacados.

– ¿Es una misión?

– No, es personal. – la mujer sacó su scroll, mostrando la foto de un hombre que le era familiar a Constantine. – Se llama Diam, salió hace días por una misión y no ha vuelto. ¿Le has visto?

Constantine miró la foto. Desde luego, ese era Diam, el cazador que había rescatado del Grimm. El mago puso cara de pocos amigos mientras veía al dúo de cazadores.

– ¿No saben que habéis salido? Últimamente es peligroso andar por aquí fuera. Los grimms están actuando extraño.

– Sabemos que es peligroso, por eso estamos aquí. Diam salió él solo. – dijo la mujer guardando el scroll.

– Ese idiota... nos mandó un mensaje diciendo que iba a ser una misión sencilla, pero aún no sabemos nada de él. Estamos muy preocupados.

Constantine les miró a los ojos, estaban siendo sinceros. El mago suspiró, relajándose y dejando ver su cansancio. – Tenéis que ir a una aldea a unos cuatro días andando, menos si vais rápido. Cuándo lleguéis allí, y encontréis a quién tenéis que encontrar, decidle que me habéis conocido.

– ¿Y cuál es tu nombre? – preguntó el hombre ilusionado, por fin habían encontrado una pista.

El mago le tendió una de sus tarjetas de visita, pronto tendría que imprimir más. – Antes de irme, ¿estoy muy lejos de la capital?

Hellblazer: Grimm ExorcistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora