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  Jeremiah

     No crean que no he estado pensando que lo que estoy haciendo es una muy mala idea. Literalmente estoy sentado, en la parrilla de una bicicleta, de un chico que no conozco pero que convencí de ayudarme a escapar, en medio de un bosque que parece infinito, yendo a algún lugar que probablemente nunca he visitado.

     El silencio que hay mientras él conduce no es incómodo, sino más bien inquietante, pues yo estoy más concentrado en asegurarme de que mi guardaespaldas no esté cerca, que en entablar cualquier tipo de conversación con el desconocido que me está llevando en su bicicleta.

     Es una suerte que Daniel haya desaparecido de nuestro perímetro, pues por un momento pensé que intentaría seguirnos, pero ahora los dos estamos solos, en medio de este espeso bosque lleno de árboles mucho más altos que nosotros, rodeados de un ambiente realmente fresco, que habría resultado relajante si no fuera porque estoy aferrado a un chico de largo cabello rubio que desconozco. Estoy pensando en la probabilidad de que este muchacho esté intentando secuestrarme para cobrar por mi rescate, pero de pronto nos detenemos frente a una solitaria casa en medio de la naturaleza.

     ―Ya me puedes soltar ―dice.

     Creo que noto un poco de incomodidad en su voz, así que alejo mis brazos de él de inmediato, y salto de la parrilla para bajar de la bicicleta.

     ― ¿Esta es tu casa?

     ―Dijiste que me pagarías lo que fuera ―Me recuerda, e ignora por completo mi pregunta.

     ―Lo voy a cumplir.

     ―Necesito el dinero ahora, yo ya cumplí con mi parte ―El individuo se acerca a mí, y extiende su mano hacia mi cuerpo, como si estuviera reclamándome algo.

     ―Yo... es que te di todo lo que tenía en ese momento, pero voy a pagarte, lo juro, solo necesito comunicarme con mi tía.

     O más bien, con mi mánager. Tengo que admitir que gran parte de las cosas que he logrado es por ella. Después de que mis padres murieron, yo sentí que no merecía que nada bueno me pasara, e incluso deseé haberme ido con ellos, pero en medio de toda esa tormenta la tía Mariana se hizo cargo de mí, y tan pronto como descubrió mi talento para cantar y escribir, me incluyó en su agencia musical. Ella aún sigue siendo muy amable conmigo, aunque cada vez se olvida más de que somos familia, y me trata más como un socio, que como su sobrino.

     ―Bien, entonces sígueme, tengo un teléfono desde el cual puedes llamarla.

     Con un gesto de la mano me repite que vaya detrás de él, y eso hago. Al entrar a la casa, el desorden que hay en el lugar me espanta. Hay una camisa sobre el sofá que está en la pequeña sala que nos da la bienvenida, y, además, hay varios calcetines sobre la alfombra. Trato de actuar como si no fuera visto todo eso, y lo sigo hasta la primera puerta, que, al cruzarla detrás de él, me doy cuenta de que también es un pequeño cuarto, igual de desarreglado, así que no pierdo mi tiempo detallando aquel espacio y solo lo veo a él, rebuscar entre los cajones de una cómoda. Cuando vuelve a acercarse a mí, me ofrece un pequeño celular Nokia.

     ―Gracias ―Le contesto.

      Él solo me mira sin mucha emoción. Algo me dice que no le agrado.

     De tanto llamar a mi tía, ya me sé su número de memoria, así que lo registro en el mini celular, y luego me lo llevo al oído. Suena dos veces antes de que la voz de ella aparezca.

     ― ¡¿EN DÓNDE ESTÁS METIDO?! ―Me regaña del otro lado de la llamada.

     ― Puedo explicar...

     ― ¡NO! ―Me grita―. Yo no voy a hablar contigo hasta que vuelvas aquí. ¿Sabes lo preocupada que he estado por ti? solo... ―Suspira exasperada―. Dime en dónde estás.

     ―No voy a volver.

     La mirada de Caleb cae sobre mí con lo que parece ser confusión.

     ― ¿Estás bromeando? ―me contesta mi tía―. Le prometiste a la disquera un álbum para este verano.

     ―Y lo haré, es solo que trabajar encerrado en cuatro paredes no es lo mío.

     Ella se queda callada al escuchar mi respuesta. Los siguientes cinco minutos solo somos ella y yo discutiendo sobre esta situación. Mi tía dice que alejarme de la ciudad puede ser peligroso, y yo le explico que es lo que necesito, pues, aunque amo estar de gira, la depresión después de los conciertos me carcome si tan solo voy a encerrarme para escribir lo que todos esperan. En la ciudad, nadie aguarda por mí, en mi casa, mucho menos.

     ―Jeri ―Ese es el apodo que ella tiene para mí―. Hagamos esto ―Me propone aparentemente irritada.

     Mi compañero de viaje en bicicleta se aburre y se va a acostar sobre su cama.

     ―Si quieres un viaje, puedes hacerlo, pero no vas a ir solo, eres demasiado ingenuo cariño. Le diré a Daniel que te acompañe, o te conseguiré algún otro guardaespaldas, pero eso solo sucederá si te comprometes a terminar ese álbum ―Me propone sin emoción.

     ―Prometo terminarlo ―Exclamo sonriente.

     ―Eso no es todo ―Se apura a agregar. Se aclara la garganta antes de volver a hablar―. Vas a tener que mandarme adelantos semanales de las canciones en las que estés trabajando, eso no es negociable.

     ―Acepto, acepto ―Le contesto.

     Luego de recibir diez minutos llenos de consejos y advertencias, cuelgo la llamada. Me acerco a la cama, para devolverle el celular al chico, quien parece estar quedándose dormido, pero estira el brazo para recibirlo.

     ― ¿Ya vas a pagarme? ―Es lo que me pregunta. Su voz suena un poco ronca ahora.

     ―Tengo una mejor oferta, ¿alguna vez has trabajado como guardaespaldas?

     Los dos nos asustamos al escuchar la puerta, que de manera repentina inicia a sonar como si alguien la estuviera pateando con mucha rabia, y a eso se le suma, los insultos de una voz gruesa pero bastantes rasposa, y el sonido de un vidrio al romperse.

     ― ¡CALEB! ―grita alguien desde afuera.

     ―Mierda.

     Al escuchar esa voz, el semblante a él le cambia por completo. El muchacho frente a mí ignora la segunda pregunta que le hago, aprieta sus puños con tanta fuerza, que sus nudillos quedan blancos, y suelta una maldición. No entiendo nada de lo que está pasando.

Hasta la última notaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora