I: El enviado y el poeta

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Jasón entró en el bosque sin esperanzas de encontrar lo que buscaba.

Como enviado del rey, siempre hacía encargos que no le agradaban. Le había salvado la vida una vez, ¿por qué no le hacía un favor a Jasón de vez en cuando? Unas vacaciones no estarían mal.

Bueno, sí, le había dado a su hija en matrimonio y la había engañado con una princesa de otro reino… pero esa es una historia diferente. Jasón no podía creer que le obligaran a ir a un bosque a buscar una leyenda.

Alguna vez había conocido al hombre que el rey buscaba. Había desaparecido sin dejar rastro veinte años atrás. ¿Por qué el rey precisaba de un héroe al que casi todos habían olvidado, cuando había tantos en su reino que podían suplantarlo? El hombre que el rey buscaba no tenía ningún talento especial salvo ser la persona más socialmente torpe que Jasón había conocido. Desde su desaparición se había convertido en una leyenda, pero no una leyenda épica, si no una historia sobre un vagabundo desaparecido en el bosque. Él no tenía nada que fuera único.

La única pista que el rey tenía de su paradero era la leyenda urbana del tipo en el bosque, pero nadie podía asegurar que fuera él… ni que siguiera vivo. Ese bosque no tenía nada especial. Habían algunas historias de personas que se habían suicidado tras escuchar una música misteriosa; una melodía que les había puesto tan tristes que les había obligado a terminar su vida.

¿Por qué el rey estaba obsesionado con la idea de encontrar al héroe perdido para su expedición cuando a nadie en el reino le interesaba? ¿Por qué no solo le pedía a Jasón, que estaba allí mismo, y era un hombre ejemplar? Claro, dejando de lado que había engañado a la princesa, su esposa, con otra de un reino vecino, y que eso la indujo a la locura y mató a sus hijos… Jasón no tenía la culpa de eso. Él era estupendo.

Estaba convenciéndose a sí mismo de que era el hombre ideal cuando comenzó a brotar una música de entre los árboles. La melodía de por sí rompía el corazón, y Jasón sintió nostalgia de algo que nunca había conocido, algo que no podía definir. Quizá por esa música la gente moría. Estuvo a punto de afirmar eso en voz alta cuando una vocecilla tan suave como triste comenzó a cantar. Al principio no pudo distinguir la letra, pero pocos segundos después de descifrarla, deseó no comprenderla.
    

Canta, lira
sobre aquellos días felices
Canta, lira mía,
de los tiempos, de las veces
en las que entre nosotros estaba
y su voz los vientos calmaba.

Y nada cura el mal
que es la muerte, y como tal
nadie puede enfrentarse al Hades
sin llevarse consecuencias graves.

Mas imploro, oh, musas,
y dioses del cielo en todo lo alto,
dejadme plantar esta idea intrusa:
que lo que yo canto
franquee del Érebo los muros
y llegue a Asfódelos y sus prados,
para que solo los sonidos más puros
lleguen a los oídos de lo amado.

Que el aroma de las flores
que crecen en mí en el canto
sepan llegar a ti, mi amada,
y Perséfone bendiga lo que planto.
Que las promesas rotas y el tiempo perdido
valgan la pena al haber nuestras almas unido.
 


—Idiota, ¿por qué estás llorando? —se dijo a sí mismo Jasón, descubriendo algo mojado recorriendo sus mejillas. Soy un hombre. Los hombres no lloran.

Mientras enjugaba su llanto, se dio cuenta de un detalle extraño. Allá, a lo lejos, donde se encontraba cuando aún no había escuchado la música, nada ocurría. Sin embargo, mientras más se acercaba a la fuente del dulce sonar, la naturaleza parecía también atraída hacia ella. Las aves dejaban de cantar para escuchar. Los árboles inclinaban sus hojas hacia el origen del triste cántico. Los ríos desviaban su corriente. Los pastos se doblaban al paso del sonido.

La canción de los espíritus © [ONC 2023]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora