Jasón y Orfeo se abrieron paso a través del bosque. Las hojas seguían inclinándose al paso de este último, como si pudiesen recordar su voz y lo que había hecho minutos antes. Jasón lo miró arriba abajo, sin poder comprender lo que le hacía tan especial. Sí, era guapo. Sí, cantaba bien. Jasón podía hacer todo eso sin esfuerzo. ¿Por qué este muchachito de mirada perdida, que observaba el mundo como si lo descubriera por primera vez, era tan buscado por el rey? Cualquiera podía bajar al Hades si quería.
El poeta agarraba el clavel como si fuese lo más preciado en su vida, con tal fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. ¿Qué tenía de especial una flor como esa? Jasón lo ignoraba.
El bosque parecía haberse recuperado del todo de la música de Orfeo. Salieron en un santiamén y se dirigieron al palacio del rey. El poeta no parecía tener preguntas sobre la misión que se le había encomendado, cosa extraña. Claro que Jasón no podría responder ninguna. No tenía idea de quién era la doncella, ni de por qué el rey se creía capaz de traer de vuelta a la vida a la mujer que pretendía. Era una como cualquiera.
Uy, esperaba que su mujer no escuchara sus pensamientos.
Pero no. Orfeo, con la guitarra en la espalda y clavel en mano, parecía desorientado por el cambio de panorama: ya no se veía rodeado de árboles, si no que comenzaba a integrarse al pueblo. Los habitantes miraban asombrados a los dos hombres, en especial a Orfeo: pocos salían de la arboleda con vida, y mucho menos con alguien a quien nunca habían visto. El joven seguía despidiendo el brillo extraño que Jasón había visto y, al parecer, no eran imaginaciones suyas. La gente también lo notaba.
—Oye, Orfeo —dijo el enviado, despertándolo de sus ensoñaciones—. ¿Cuántos años tienes?
—Yo… —Se miró las manos, confundido.— No sé, creo que… No, no lo sé. Perdí la cuenta.
Sus ojos fueron de la guitarra al clavel una y otra vez. Quizá era un gesto que hacía cuando estaba nervioso. Cuando la mirada parda se quedó en la flor, respondió como en un trance:— Veintiún años.
—¿Y cuánto llevas metido ahí, tocando esa cancioncita?
—No lo sé. Cuando toco música pierdo la noción del tiempo… ¿En qué época del año estamos?
—Va a comenzar el otoño en un par de semanas.
—Oh, vaya —suspiró él, sorprendido—. Me he quedado todo el verano allí.
—¿Por quién llorabas?
Orfeo no respondió. Se había quedado una vez más hipnotizado por el clavel de profundo rojo. Jasón decidió que no había caso. Era igual de distraído que el héroe que había conocido veinte años atrás, pero en definitiva este individuo no era él. No, incluso si estuviese mintiendo sobre su edad, el chico era muy joven como para pasar de los veinticinco.
No iba a insistir en su pregunta. Si a Orfeo se le daba la gana de hurgar en la vida personal de Jasón… digamos que él no iba a estar tan cómodo contándole el relato de por qué él era la víctima de toda la situación de su aventura con una princesa extranjera. Porque él era la víctima, claro que sí, pero era difícil de explicar, y a primeras vistas podía parecer que él era el villano del cuento.
Se encaminaron a la cima de la montaña. Las sandalias de Orfeo no eran el calzado ideal para ello aunque, como él estaba demasiado distraído explorando el nuevo territorio, no se quejaba, y Jasón no quiso llamar la atención sobre este detalle.
El castillo del rey no era tan fastuoso como se podría haber imaginado alguien al decir que se atrevía a bajar al Hades. La estructura no era tan soberbia como su persona, y los materiales con los que estaba construido, no tan lujosos como sus festines. A pesar de estar a finales del verano, la bruma flotaba en sus bajos, separando la residencia del gobernante de las de sus súbditos. Mientras Orfeo y Jasón llegaban a la cima del monte, sentían que ascendían por las escaleras hacia el Olimpo, como si los dioses mismos estuviesen al final del camino.
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La canción de los espíritus © [ONC 2023]
FantasyCuando un rey arma una expedición para ir a buscar a una chica al inframundo, un poeta enlutado se verá obligado a enfrentar su pasado... y a la chica que ha perdido. *** Hace veinte años un joven se perdió en el bosque y, desde entonces, brota una...