Jasón estaba emocionado. El rey le había mandado llamar a primera hora del día siguiente al que había llegado con Orfeo. ¿Habría entrado en razón? ¿Se habría dado cuenta de que Orfeo era realmente un bueno para nada que solo servía para cantar canciones bonitas?
Grande fue su decepción cuando, al llegar a la sala del trono, Orfeo también estaba allí.
Ya no existía la capa de polvo sobre su piel. Le habían aseado profundamente, aunque su brillo casi divino no se había disipado aún. Con la guitarra negra en la espalda, seguía agarrando el clavel rojo como si fuese lo más preciado de su vida. Jasón se preguntó si lo soltaría mientras dormía. No le miró cuando el enviado cruzó las puertas. Eran solo ellos dos en esa sala, pues su anfitrión aún no había aparecido por allí.
—Eh, Orfeo —le llamó Jasón—. ¿Qué te dijo el rey después de que me fui?
El chico, siendo fiel a sus costumbres, se encontraba curioseando con la mirada por la sala. Parecía hacerse nueva todo el tiempo para él. ¿No habría tenido suficiente con su investigación cuando se quedó allí con el rey?
—Eh, Orfeo —repitió el enviado—. ¿Me vas a responder o no?
—Lo siento —se disculpó el muchacho—. Creo que estoy un poco distraído.
—No me digas.
—Me preguntó casi las mismas cosas que tú. Que cuánto llevaba en el bosque, cuántos años tenía… Esas cosas.
—¿Qué pensaste de él? —inquirió, tratando de pillarle en falta. Si oía a Orfeo decir algo en contra del monarca, tal vez le podría advertir y Jasón sería el héroe que necesitaba.
Para su mala suerte, Orfeo no respondió. Miraba la flor con melancolía una vez más. Quizá recordaba un tiempo pasado, a la persona que le había regalado ese clavel rojo.
—Buenos días, hombres —saludó el rey, escoltado por dos de sus guardias—. ¿Estáis preparados ya para vuestra misión?
—¿Qué misión? —preguntó el poeta, distraído.
—Iréis a buscar a la doncella que pretendo al Érebo. Tenéis que partir ahora mismo, antes de que comience el otoño, para que la Temible Diosa no imponga su voluntad sobre la del rey de los muertos.
—¿La Temible Diosa…?
—Perséfone, por supuesto —intervino Jasón—. ¿Es que no pusiste atención en tus lecciones de religión, niño? La esposa de Hades, la diosa de la primavera, la reina de los muertos. Ya sabes, la de las flores y todo eso.
El chico le dedicó una mirada extrañada, como si nunca hubiese oído hablar de ella. ¿Temible Diosa, dices? parecía afirmar. ¡Pero si es una señora muy amistosa que regala dulces de manzana!
Jasón no era muy religioso que digamos, pero como todo niño de aquel reino había sido educado en la fe antigua. Sabía que Perséfone era más terrible que su marido, el rey de los muertos. Por ello le llamaban la Temible Diosa. Él era un guerrero y no hacía caso de esas cosas, pero los campesinos seguían haciéndole ofrendas a ella y a su madre, Deméter, la diosa de la agricultura.
—La entrada al Hades queda lejos de aquí, en los confines de mi reino, a cinco días de distancia hacia el norte —indicó el monarca—. Me temo que puede haber muchas bestias en vuestro camino.
—¿Por qué estoy aquí, su Majestad? —preguntó Jasón. Comenzaba a impacientarse entre la actitud de Orfeo y la decisión consciente del rey de ignorar la presencia del enviado por completo—. Puedo ir yo solo. Empaco mi espada, mis calzoncillos limpios y ya. No necesito de un niño con dotes para el canto. Yo soy lo suficientemente valiente.
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La canción de los espíritus © [ONC 2023]
FantasyCuando un rey arma una expedición para ir a buscar a una chica al inframundo, un poeta enlutado se verá obligado a enfrentar su pasado... y a la chica que ha perdido. *** Hace veinte años un joven se perdió en el bosque y, desde entonces, brota una...