—Este es Orfeo. Es un poeta y yo le di esta flor hace veinte años.
Tanto el dios como el mortal la miraban sorprendidos. Hades, por una parte, aún no había superado el desconcierto por su llegada tan oportuna para el muchacho. Era ella al fin. Los dioses habían condenado su matrimonio a un encuentro de seis meses al año, y esos seis meses de primavera y verano significaban la pura miseria para el rey del inframundo.
Por otra parte, Orfeo no creía lo que ella decía. ¿Veinte años? Mentía. Había pasado solo dos estaciones en ese bosque. Sin embargo, vio en sus ojos ahora oscuros que era la verdad. Podrán pasar años, pero el tiempo no tendrá efecto sobre ti. Eso le había dicho la diosa cuando le regaló la flor. Años... tampoco era como si le importara. La única persona que le importaba era Eurídice y ella había muerto. ¿Qué más le quedaba en el mundo? Quizá por eso Perséfone le había dado el regalo —o la maldición— de no sentir el tiempo en su carne.
—Mi señora —comenzó él, tratando de excusarse—, yo...
—¿Sabíais que los mortales demoran cinco días en llegar aquí a pie? Es fantástico. Qué cosas las de la carne, ¿eh? Las almas apenas se demoran un minuto.
—Esposa mía —la recibió Hades—, ¿qué hace este...?
—Ah, ¿ni siquiera un hola? ¿Seis meses fuera y así quieres que vuelva? El año pasado me asegurabas que eras miserable sin mí. Para tu información, amado mío, este es un muchacho que he conocido en el bosque. Hizo de mi primavera en el reino vivo una basura. ¡Marchitó todas mis plantas!
—¿Y por qué es tu favorito, entonces? Debería hacer que le trague la tierra por lo que hizo.
Perséfone suspiró.— No seas tarado. Sabes que yo podría hacer cosas mucho más útiles que convertirlo en un montoncito de polvo. ¿No crees que a nuestro jardín le hacen falta calas?
Orfeo tembló. ¿Ese jardín estaba hecho con las almas que se habían atrevido a contrariar a la reina? De pronto, entendió por qué Jasón la llamaba la Temible Diosa.
—No he creído necesario hacerlo, en todo caso —continuó la Señora de los Muertos—. No es tan petulante como los otros héroes. Me llamó la atención. Lo encontré cantando en el bosque, lamentándose por el destino de su amada. ¿No te parece bello?
—¿Qué quieres que haga? No puedo darle un alma así como así.
—Eso no es lo que te ha pedido —insistió la diosa, sus grandes ojos oscuros fijos en los de su marido—. Escúchalo. Yo he visto sus obras en el mundo mortal y merece un poco de tu tiempo.
Sus palabras estaban lejos de ser tiernas, muy por el contrario: era demandante, temible. Se veía que hasta Hades, con todo el amor que le tenía, estaba asustado. La mujer susurró en el oído de su marido y su expresión cambió por un segundo para luego volver a la fría seriedad de un hombre de negocios haciendo su trabajo.
—Muy bien, niño bonito —comenzó Hades—, lograste convencer a mi esposa con tus canciones de que era lícito destruir una primavera. Si no quieres pasar a formar parte de mis huestes de fantasmas, quiero escucharte cantar. Quizá también me convences y termino cumpliendo tus deseos.
Los dos dioses le miraron con ojos críticos. Orfeo seguía teniendo el clavel de Perséfone en la mano, pero su brillo había disminuido, como si este también tuviera miedo. Ni siquiera la reina de la primavera, que tan misericordiosa se había mostrado en el pasado, parecía querer ayudarle. Esto es todo tuyo, niño, parecía decir su mirada. Ya te he ayudado con el primer paso. Si quieres cumplir la misión del rey y ver a tu noviecita, canta.
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La canción de los espíritus © [ONC 2023]
FantasyCuando un rey arma una expedición para ir a buscar a una chica al inframundo, un poeta enlutado se verá obligado a enfrentar su pasado... y a la chica que ha perdido. *** Hace veinte años un joven se perdió en el bosque y, desde entonces, brota una...