Capítulo 1

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Anahi apareció en la puerta de su casa cubierta de barro. Alfonso se mordió el labio para disimular una sonrisa. Incluso con el barro, continuaba siendo la mujer más excitante y hermosa que conocía.

Aunque ella no tenía ni idea de lo que Alfonso sentía.

—¿Qué te ha pasado esta vez? —le preguntó, abriéndole la puerta.

Anahi entró y se detuvo al principio del vestíbulo.

—No te lo vas a creer —contestó, con sus brillantes ojos verdes entrecerrados.

Alfonso ocultó una sonrisa. Durante los últimos meses, Anahi había estado plenamente dedicada a la búsqueda de un príncipe azul. Y para alegría y alivio de Alfonso, lo único que había encontrado en el proceso habían sido unas cuantas ranas.

—¿Otro caballero andante que se ha caído del caballo? —le preguntó, mientras cerraba la puerta.

Anahi elevó los ojos al cielo ante aquella burla.

—¿Puedo ducharme? —Miró sus ropas destrozadas por el barro y sacudió la cabeza disgustada—: Necesito arreglarme un poco antes de contarte cómo ha sido esta cita infernal.

Alfonso sabía que no debería alegrarse de que su cita hubiera terminado en desastre, pero no podía evitarlo. Cada relación potencial fracasada le hacía aumentar su confianza en que algún día podría convencer a Anahi de que estaban hechos el uno para el otro. Aunque, por supuesto, sabía que no iba a ser nada fácil.

Alfonso la acompañó hasta el baño.

—Ya sabes dónde está todo, ¿verdad? —al menos debería saberlo, puesto que pasaba más tiempo allí que en su propio hogar, una pequeña casa situada detrás de la clínica veterinaria de la que era propietaria. Anahi la había comprado hacía un año, poco después de regresar a Seattle.

—Necesito ropa limpia.

—Tengo algún chándal que seguro que te valdrá —contestó Alfonso y fue a buscarlos. Encontró tres que podrían servir, aunque le quedaran grandes.

Regresó junto a Anahi minutos después. Anahi permanecía en medio del baño. Parecía tan desvalida que Alfonso tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no estrecharla entre sus brazos. ¿Pero a quién estaba engañando? El único desvalido cuando andaba Anahi cerca era él. Y como no hiciera algo pronto, iba a perderla para siempre.

—Aquí tienes —le tendió la ropa.

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