Capítulo 4

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Eran demasiadas para ser descritas las emociones que atravesaron a Alfonso, pero una de ellas sobresalía por encima de todas las demás: la alegría.

¡Un bebé! Él y Anahi habían creado un bebé. Y estaba loco por decirle cuánto se alegraba de que en aquella noche tan especial se hubiera producido un milagro que los acompañaría durante el resto de su vida.

—¿Estás segura? —le preguntó, un tanto receloso al advertir que Anahi evitaba su mirada.

—Sí, claro, claro que estoy segura —pero su voz reflejaba más resignación que alegría.

—¿Tan pronto?

—Te sorprenderías de cuánto ha adelantado la medicina en los últimos años — pero su pretendida ironía fracasó por los nervios que reflejaba su voz.

—Any, ¿estás contenta?

—Bueno —clavó la mirada en el suelo—, la cuestión es que en todo esto hay algo un poco peliagudo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Alfonso alarmado.

—Yo... bueno... —tomó aire—. Alfonso, yo...

—¿Qué pasa, Any? Continúa, por favor.

—No estoy segura de que seas el padre —dijo rápidamente.

—¿Que no soy el padre? —preguntó Alfonso tras unos segundos de desconcierto—. ¿Pero cómo diablos...?

Tomó aire varias veces. Pero no sirvió para apaciguar los celos salvajes que lo invadían. Anahi era suya y, por lo tanto, también lo era ese bebé. Aunque todavía no se lo hubiera dicho, después de la noche que habían pasado juntos, estaba completamente convencido de que lo que habían compartido era mucho más que sexo. Era amor. ¡Habían hecho el amor, maldita fuera!

—¿Y quién es entonces el padre? —preguntó con voz dura.

Anahi sacudió la cabeza.

—Nadie. Lo que quiero decir es que tú eres el único hombre con el que me he acostado.

—Lo último que yo sabía era que hacían falta dos personas para tener un hijo.

—No necesariamente.

—¿Qué diablos estás intentando decirme? —cada vez estaba más confundido e irritado.

Gracias al destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora