Anahi se quitó los guantes y los tiró a la basura. Evidentemente, la perra había sido atropellada por un coche. Además de la pata, tenía heridas internas que, combinadas con lo que Anahi había descrito como un parto prematuro, habían hecho imposible salvarla.
La joven miró a Alfonso por encima de la mesa de operaciones.
—No podías hacer nada más por ella —le dijo él quedamente.
A pesar de los esfuerzos que estaba haciendo para no llorar, escapó de los ojos de Anahi una lágrima. Alfonso rodeó la mesa y la abrazó para darle consuelo.
—Has hecho todo lo que has podido por ella —susurró, presionando los labios contra su frente.
Con la cabeza apoyada en su pecho, Anahi escuchaba los firmes latidos de su corazón. El horrible dolor que anidaba en su pecho era más profundo que el provocado por la muerte de un animal. Pensaba también en los siete cachorros huérfanos que acababan de perder a su madre. Estaban solos. Igual que lo estaría su bebé si le ocurriera algo a ella. Sabía que era ridículo, pero la muerte de aquella perra le había hecho recordar lo frágil que podía ser la vida.
Alzó la cabeza para mirar a Alfonso. Era tan fuerte... Tan sólido y firme como una piedra. Y Dios, cuánto necesitaba ella su fuerza, necesitaba saber que estaría siempre con ella, sucediera lo que sucediera.
Alfonso desplazó las manos desde la espalda de Anahi hasta su rostro. Anahi sintió la calidez del roce de su piel... Pero la mirada de sus ojos, más que cálida, era ardiente, pensó mientras él secaba las lágrimas de sus mejillas.
Antes de que Anahi hubiera adivinado su intención, Alfonso inclinó la cabeza y la besó. Y aquél no fue un típico beso de amigo. Era un beso tentador, uno de esos besos capaz de hacer que una mujer se olvidara de todo, salvo del hombre que la tenía entre sus brazos.
Y ella también olvidó.
Quizá fuera la fuerte sensación de soledad que la había dominado durante gran parte del día la que le había hecho rodearle el cuello con los brazos y estrecharse contra él. O quizá algo tan simple como el deseo de aferrarse a la vida... Sí, aquélla era la única explicación para el hecho de que no detuviera a Alfonso cuando éste introdujo la lengua entre sus labios. Al contrario, le devolvió el beso con una ansiedad que a ella misma debería haberle sorprendido y, sin embargo, percibió como algo completamente natural.
Y cuando Alfonso la levantó en brazos para sacarla del quirófano y llevarla a su despacho, mordisqueó su cuello y lo cubrió de besos. Lo necesitaba, lo deseaba con una fuerza que se reflejaba en partes de su cuerpo de las que hasta había olvidado su existencia.
—No —susurró cuando Alfonso se acercó a encender la luz. Tomó con los labios el lóbulo de su oreja y lo acarició con la lengua, haciéndole gemir de placer.
ESTÁS LEYENDO
Gracias al destino
RomanceLa seducción: Durante semanas, Alfonso Herrera había estado intentando decirle a Anahi Puente, su mejor amiga, que la amaba. Y había estado intentando seducirla... Pero el sorprendido fue él: Anahi consiguió seducirlo una noche y hacerle disfrutar c...